Conversamos con el economista ambiental Felipe Vásquez, sobre la nueva línea de investigación que dirige y sus expectativas como investigador del CAPES.
Detrás de conceptos como el de impacto ambiental, desarrollo sostenible o economías verdes, se haya la pregunta sobre la compleja relación que existe entre los seres humanos y los ecosistemas naturales de los que depende. A lo largo de la historia, las sociedades han explotado a tal punto los beneficios que provee la naturaleza —conocidos en el argot científico como servicios ecosistémicos— que hoy, en tiempos de cambio global y crisis climática, su misma disposición está puesta en entredicho. Y con ella, nuestro propio futuro como especie.
El desafío que supone revertir esta situación requiere, en primer lugar, entender el impacto que tienen estos servicios en el bienestar de nuestras sociedades, qué tan valorados son por quienes hacemos uso de ellos y —quizás lo más importante— cuánto estamos dispuestos a cambiar para asegurar su continuidad en el tiempo.
Esta es, justamente, la misión de la nueva línea de investigación CAPES denominada “Servicios ecosistémicos y comportamiento humano”: investigar las estrechas relaciones entre los servicios ecosistémicos y el bienestar social de las personas, con el fin de generar conocimiento que ayude a la elaboración de políticas públicas ambientales y proyectos de desarrollo eficientes y sustentables.
Repensando el bienestar
Para el director de esta nueva línea, el ingeniero comercial y economista ambiental de la Universidad de Concepción, Felipe Vásquez, ponderar el valor que los agentes de mercado (personas o empresas) asignan a los distintos servicios ecosistémicos —desde el aire que respiramos a los alimentos que comemos— es clave a la hora de evaluar la viabilidad de un proyecto económico o el éxito de una política de protección ambiental.
“Todo modelo de desarrollo se sustenta en la inevitable alteración de este tipo de servicios”, nos cuenta. ”Yo puedo, dado el caso, elegir explotar servicios de provisión, como una inmobiliaria que tala un bosque para levantar casas, o servicios culturales, como un complejo turístico que protege ese mismo bosque para aumentar la belleza escénica del lugar. En cada caso, debo tomar una decisión sobre cuál de los dos proyectos explota los servicios más eficientemente, es decir, maximiza de mejor forma el bienestar de la sociedad”.
Esta mirada implica, necesariamente, ampliar la idea de bienestar para incluir no sólo la prosperidad material, sino también factores como el equilibrio ecológico, la justicia social, la salud mental, y otros. «Al final del día», dice Vásquez «esa es la diferencia entre un modelo meramente extractivo de desarrollo, y otro más sustentable, que protege el medio ambiente y lo compatibiliza con el desarrollo social y económico de las naciones».
Para ilustrar el punto, el investigador radicado en Concepción recurre a un situación cercana a su experiencia. “En Chiguayante, frente al río Bio Bio, hay un cerro cubierto de plantaciones forestales que se ve desde todos los puntos de la ciudad. Cada cierto tiempo, los árboles del cerro son cortados, dejándolo completamente liso. Hoy, sabemos que hay estudios que confirman que las áreas verdes impactan positivamente el bienestar de las personas. En espacios con áreas recreativas y abundante vegetación, la gente se enferma menos y es más feliz. Entonces nos preguntamos ¿cómo el impacto de esa tala en la belleza escénica afecta el bienestar de quienes viven alrededor del cerro?”.
La respuesta podrá parecer sencilla, pero no lo es. “Debemos considerar la posibilidad de que al habitante de Chiguayante no le importe la apariencia del cerro” comenta, “o le importen más los trabajos que da la industria forestal que el paisaje que ve por su ventana. Nuestra misión es saber qué tan importante es ese servicio para él, y cómo esa valoración influye en su decisión de tomar medidas en favor o en contra de la protección de sus ecosistemas”.
“Entender las percepciones, creencias y actitudes que tienen las personas, en tanto consumidores, frente a los servicios ecosistémicos, permite entender la demanda, y entender la demanda ayuda a colocar los recursos eficientemente”, explica. “En la medida en que más personas adscriben, por ejemplo, a la posición ética de no comer carne, la demanda por más productos veganos cambiará, afectando los retornos para las empresas, los patrones de consumo, la producción cárnica, y el mercado en general”.
Cuestión de actitud
Para medir estos atributos, el doctor en Economía Agraria y Recursos Naturales de la Universidad de Berkeley utiliza instrumentos y herramientas provenientes de diversas disciplinas, tales como la psicología y el marketing.
“Hasta hace muy poco, la Economía sólo se valía de datos observables, basados en atributos discretos como la edad, la identidad sexual, el número de hijos, etc., para explicar las decisiones de las personas” afirma. “Sin embargo, hoy hay una nueva corriente económica que intenta incluir atributos no observados en el análisis de toma de decisiones, como la conciencia ambiental, el miedo a desastres naturales o la preocupación por la contaminación”.
Estos indicadores actitudinales, o de percepción, ayudan a modelar y predecir el posible comportamiento de las personas hacia el medio ambiente: “uno esperaría, por ejemplo, que las personas que se declaran más ambientalistas estuvieran dispuestas a poner más de sus recursos para proteger la naturaleza, comprar productos orgánicos más caros, o pagar más para entrar a un parque nacional protegido. Estos instrumentos nos permiten corroborar ese tipo de hipótesis”.
Por medio de encuestas cuidadosamente elaboradas, Vásquez y su equipo echan luz sobre las actitudes de las personas frente a diversos servicios ecosistémicos, los cuales podrían afectar la forma en que una política pública ambiental es elaborada e implementada. Los miembros de la línea, compuesta por los co-investigadores Roberto Ponce, Francisco Fernández y Marcela Jaime, asesoran frecuentemente a organismos públicos y privados en el estudio de los factores sociales y económicos de los que depende la factibilidad de sus proyectos.
En opinión de Vásquez, este tipo de estudios “le permite al Estado saber cosas como cuál es la manera más eficiente de proteger sus parques nacionales, en qué parques invertir o cómo usar los recursos racionalmente, sin poner en riesgo la biodiversidad del lugar. Si logramos caracterizar a los distintos visitantes de un parque de acuerdo a sus actitudes y comportamientos, podemos crear medidas para desincentivar la llegada de visitantes “peligrosos” (como provocadores de incendios), sin perjudicar la afluencia de público”.
Cambio de conciencia, ¿cambio de conducta?
Lo anterior, trae a colación otra utilidad asociada las investigaciones que realiza esta nueva línea: la posibilidad de construir mensajes educativos que se acomoden a los marcos mentales y culturales de los distintos públicos, y modifiquen, de alguna manera, sus conductas ambientales.
En un estudio realizado en conjunto con el investigador CAPES, Stefan Gelcich, Vásquez diseño una campaña comunicacional orientada a proteger el bienestar de los pingüinos de la Reserva Marina de Islas de Choros y Damas, en Coquimbo. Como parte de la campaña, los ejecutores del proyecto distribuyeron entre un segmento de los visitantes a la Reserva información sobre el estrés que significaba interactuar directamente con los pingüinos. Al final de la campaña, analizando la intención de comportamiento entre este segmento con el del grupo de control que no recibió el mensaje, se comprobó un cambio en la predisposición de los turistas a tocar o invadir el hábitat de las especies.
«No obstante, en otro estudio donde se buscó divulgar información sobre la acidificación de los océanos entre pescadores artesanales, no se percibieron diferencias en la intención de comportamiento entre un grupo y otro», relata “seguramente porque los mensajes que construimos para dicha campaña eran neutros, es decir, no alertaban directamente sobre los riesgos de la acidificación”.
La naturaleza del trabajo de Vásquez lo pone en contacto directo con las diversas comunidades que estudia, lo que obliga a preguntar: ¿Han cambiado las actitudes de las personas son respecto al cuidado del medio ambiente? “Sin duda”, responde, “que la gente está más consciente sobre el impacto que la actividad productiva desregulada tiene sobre el medio ambiente, pero sobre todo, está más consciente de cómo sus hábitos de consumo (como la generación de basura o el uso de plásticos) también afectan al medio natural”.
Sin embargo, advierte, “estas actitudes no necesariamente se traducen en cambios de conducta. «En un determinado contexto, un individuo puede ser consciente de que la producción de salmones genera un altísimo impacto ambiental, y en otro, puede preferir comer salmón porque lo considera un alimento sano o un signo de opulencia. Hay que tener claro que ciertas percepciones o creencias pueden ser ambivalentes. Lo importante es entonces saber en qué contexto opera cada cual”.
Esta contradicción en términos también se manifiesta en el trabajo mismo de los investigadores: “Lo que nosotros como economistas entendemos por bienestar no es necesariamente lo que las comunidades entienden por bienestar. Por ejemplo, todas las soluciones que nosotros encontramos en nuestros estudios sobre oferta hídrica allá por el 2011 no tenían ninguna viabilidad política ni social en las comunidades. Yo te digo que la mejor forma de asignar el agua es A, pero esa forma no podía ser aceptada en esa cuenca” plantea.
Por lo mismo, Vásquez cree que “como investigadores debemos movernos de la idea de la optimalidad a la de factibilidad social y política. Tu puedes tener 10 políticas públicas y no pensar en la mejor desde una perspectiva económica, sino las más factible políticamente”.
Demanda por participación
Así y todo, Vásquez cree que la sociedad civil ha sido el gran actor que ha empujado el cambio en las instituciones a favor del medio ambiente y la participación ciudadana: “la gente hoy demanda más participación en las decisiones políticas. Los chilenos quieren intervenir en el proceso de toma de decisiones, pues entienden que sólo se puede construir sociedad asumiendo los intereses de todos los sectores, y compatibilizándolos”.
Por ello, una de las expectativas de este economista para esta nueva etapa como miembro de CAPES es realizar investigación multidisciplinaria que ataque los grandes problemas que afectan a la sociedad chilena hoy. Hacer investigación, como él dice “con sentido público”, viendo en todo momento cómo “empujamos la política pública, mejoramos la calidad de vida de las personas, y aseguramos sustentabilidad”.
El tiempo dirá si la ventana política está abierta el tiempo suficiente.
Felipe Vásquez es aficionado al karate, toca guitarra y cultiva sus propios servicios de provisión en la huerta de su casa.