Un estudio CAPES reveló el rol que juegan los árboles en descomposición del bosque templado chileno como refugio para diversas especies animales, que utilizan sus cavidades para realizar muchas de sus funciones vitales.
Para un árbol viejo, la vida no termina con la muerte. A medida que envejece, los pequeños seres vivos que contribuyen con su descomposición —al igual que fenómenos físicos como el viento, el fuego o la sequía— se van abriendo paso poco a poco a través de su corteza, formando cavidades que más tarde servirán de refugio a aves, mamíferos pequeños, y otros habitantes del bosque. Hacia el final de sus días, un árbol es un hotel rebosante de nuevos inquilinos.
El rol que cumplen los bosques antiguos y en descomposición en la disponibilidad y aseguramiento de cavidades para la vida silvestre fue justamente el tema de estudio de una reciente investigación CAPES, encabezada por el ingeniero agrónomo de la Universidad Católica, José Tomás Ibarra.
En su trabajo, publicado en la revista Austral Ecology, Ibarra y su equipo examinaron la ocurrencia y abundancia relativa de este importante recurso arbóreo al interior de los bosques nativos del sur de Chile, concluyendo que, aun cuando la densidad de árboles era mayor en las zonas forestales más jóvenes (bosques secundarios), la densidad de cavidades naturales (es decir, no excavadas) aumentaba entre las zonas más antiguas del bosque.
Para llegar a dicha conclusión, los investigadores registraron el diámetro, tipo de descomposición y número de cavidades de más de 7.951 árboles, repartidos en 369 parcelas de vegetación, en busca de patrones que permitieran identificar cuáles eran los factores que incidían con más fuerza en la disponibilidad de estas aberturas a lo ancho y largo del bosque (algo rara vez estudiado en investigadores previas).
El estudio fue realizado en los bosques templados de la región de la Araucanía, una zona conformada por áreas de bosque antiguo (donde predominan especies como el mañío, la lenga y la araucaria) y de bosque secundario (con presencia de roble pellín, laurel y lingue). Este ecosistema, junto a toda la red de bosques andinos del sur de Sudamérica, es considerado uno de los 35 hotspots (o zonas críticas) de biodiversidad en el mundo, a causa de sus altas tasas de endemismo y de deforestación.
Los resultados obtenidos arrojan luz sobre la importancia de los árboles más viejos en la provisión de este recurso para la vida silvestre. Mientras la densidad de árboles fue 0.42 veces mayor en las áreas forestales secundarias, la densidad de cavidades en estas zonas fue 0.26 veces menor que en las más antiguas. El porcentaje de árboles con presencia de cavidades en éstas últimas fue de un 36%, comparado con sólo un 16% entre las áreas más jóvenes.
A nivel individual, más del 60% de los árboles con cavidades estudiados eran árboles no saludables, y más del 17% eran ejemplares muertos. Más aún, la densidad de cavidades totales en bosques antiguos prácticamente duplicó la densidad registrada en los bosques más recientes.
En cuanto a los factores que inciden tanto en la ocurrencia como en la abundancia de cavidades en estos bosques, los datos estimaron que tanto el grado de descomposición como el diámetro de los árboles son buenos predictores de la abundancia de cavidades en sus troncos. Árboles más grandes y largamente muertos mostraron una cantidad mayor de cavidades que aquellos pequeños y saludables, ya sea de aberturas creadas naturalmente, o excavadas por especies como el carpintero negro.
«Las cavidades en árboles entregan un sitio de reproducción, alimentación y refugio para al menos 29 especies de aves, 6 mamíferos y 4 reptiles que habitan el bosque templado sudamericano. Estas especies se vinculan en complejas “redes de nidificación” que forman fauna, árboles, hongos y seres humanos en estos ecosistemas» explica Tomás Ibarra. En el caso de los bosques nativos del sur de Chile, entre ellas se encuentran especies amenazadas como el monito del Monte, el concón o el ya mencionado carpintero negro.
Los investigadores también destacaron la relevancia de este estudio, cuyos resultados podrían ayudar a los guardaparques e instituciones que resguardan estos ecosistemas a elaborar planes de conservación que frenen la degradación y deforestación de los antiguos bosques australes, cuyos ejemplares más longevos pueden alcanzar hasta los 200 años de edad.
Para Ibarra, «ambos procesos generan una reducción en la disponibilidad de cavidades, lo que eventualmente influye en la presencia de las especies y en que, más importante aún, existan los procesos ecológicos en los cuales ellas participan».
“Los árboles grandes y en descomposición son especialmente requeridos por las empresas forestales durante la selección de tala, debido a su alto valor comercial”, señalan en su artículo, a lo que se suma el hecho de que “los árboles muertos son comúnmente considerados por el público como “desechables”, indicadores de mala salud, o útiles como leña, por lo que suelen ser el primer componte en ser removidos de las masas forestales”.
Por lo mismo, para los autores del estudio concluyen que “entender los patrones y procesos de disponibilidad de cavidades en árboles en el bosque es crítico de modo de informar oportunamente a las agencias forestales y ambientales encargadas de proteger la biodiversidad de este importante hotspot de diversidad”.
Foto cortesía de @lalo_pangue