Un estudio con enmiendas orgánicas en suelos de bosques abrasados por el fuego muestra el potencial de los desechos de la industria porcina para recuperar los microorganismos necesarios para el crecimiento de la vegetación nativa local.
Los incendios siempre han sido parte de las dinámicas de los ecosistemas boscosos. Sin embargo, el aumento de la temperatura, la sequía, los cambios en las composiciones de comunidades de plantas y otras alteraciones relacionadas con el clima han aumentado la probabilidad de que este tipo de eventos se vuelvan más frecuentes, de mayor intensidad y amplitud.
Ese es el caso de la zona central de nuestro país y los incendios estivales que afectaron las regiones del Maule, Bio Bio y O’Higgins en 2017. Catalogados en su conjunto como un “mega incendio” debido a la gran extensión en superficie de zona afectada, cerca de 600.000 hectáreas fueron alcanzadas por el fuego en dicha ocasión, superando largamente las 50.000 hectáreas promedio anuales que se ven arrasadas por estos eventos en el país.
Pero una vez afectados, ¿es posible recuperar los ecosistemas boscosos de aquellas zonas diezmadas por este mega incendio? ¿podemos acelerar el proceso de recuperación con enmiendas orgánicas aplicadas en los suelos quemados? ¿Qué tipos de enmiendas son las más adecuadas?
Estas fueron algunas de las preguntas que la investigadora CAPES y profesora de la Universidad de O’Higgins, Claudia Rojas, se planteó. Para encontrar las respuestas, Rojas realizó un estudio piloto en Pumanque (una de las comunas más afectadas por el mega incendio de 2017) con el objetivo de identificar los efectos tempranos de diferentes enmiendas orgánicas y distintos métodos de establecimiento de plantas, sobre las condiciones biológicas y fisicoquímicas en un suelo de bosque esclerófilo quemado.
La investigadora utilizó enmiendas de tipo compost, estiércol porcino y estiércol de aves de corral, además de probar métodos de siembra de semillas y plantaciones de vegetación de especies nativas que crecen normalmente en el bosque esclerófilo, como el quillay, el boldo y el litre.
Como evaluadores indirectos del desempeño de estas enmiendas, se escogieron microorganismos del suelo que respiran O2 y utilizan compuestos orgánicos como fuente de carbono de los suelos. Específicamente, se observaron y cuantificaron las unidades formadoras de colonias (CFUs por sus siglas en inglés), que se forman luego de un período de incubación de seis meses de estas comunidades.
Los resultados, publicados en la revista Agro Sur, revelaron que la aplicación de estiércol porcino e incorporación de plántulas de quillay, boldo y litre fue el tratamiento que evidenció CFUs similares a ecosistemas de referencia contiguos al lugar afectado, a los que el fuego no había logrado alcanzar.
“Además, observamos que el recuento de colonias fue siempre mayor en los tratamientos que recibieron plantas versus semillas de las mismas especies mencionadas anteriormente. Por último, las respuestas de las propiedades fisicoquímica de los suelos a los tratamientos evaluados fueron siempre menos marcadas que las condiciones biológicas” afirmó Rojas.
Este estudio de caso permitió evaluar las respuestas a corto y mediano plazo de las condiciones de suelo frente a la incorporación de materia orgánica fresca. En el largo plazo, contó su autora, permitirá evaluar otros indicadores de suelo que consideren la diversidad funcional y filogenética.
“Este tipo de conocimiento podrá ser aplicado en futuras prácticas de restauración de ecosistemas de bosque afectados por incendios en la zona central de Chile, prácticas que usualmente se enfocan mayoritariamente en recuperar condiciones biológicas sobre el suelo y no dentro de este. Este último punto es de vital importancia, ya que la recuperación de las condiciones edáficas es fundamental para el restablecimiento y sucesión de la vegetación después de la ocurrencia de un incendio”, concluyó Rojas.
Texto: Comunicaciones CAPES