Desde 2014, CICE fomenta la importancia de la ciencia a nivel escolar mediante proyectos de investigación llevados a cabo por los mismos estudiantes con apoyo de su director, Carlos Zurita.
El Parque Pingüino Rey es un hermoso tramo de costa fueguina ubicado justo en la punta oriental de Bahía Inútil, en la isla grande de Tierra del Fuego. Allí, 50 pingüinos de la especie Aptenodytes patagonicus llegaron un día para criar a sus polluelos y abastecerse de alimento, generando lo que luego se convertiría en uno de los más importantes proyectos de conservación privados del país.
Allí fue también donde Carlos Zurita, profesor de biología de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), tuvo la idea de crear una instancia de investigación permanente que aprovechara el potencial científico de aquella fluctuante —aunque numerosa— población de pingüinos, y contribuir, de ser posible, a la enseñanza temprana de la ciencia en los jóvenes.
Impulsado por una charla con la administradora del parque durante una visita en 2014, Zurita regresó a Santiago decidido a remediar la por entonces escasa presencia de proyectos de investigación en la zona. Con ese objetivo, invitó a Matías Vargas, Pablo Rubilar y George Meredith, estudiantes secundarios del colegio donde impartía clases, a embarcarse en una verdadera aventura científica: estudiar el asentamiento de los pingüinos de Bahía Inútil y analizar los factores que contribuyeron a su arribo y permanencia.
Así fue como, sin más armas que “las ganas de hacer ciencia”, como cuenta Zurita, él y su equipo de nóveles investigadores dieron comienzo al CICE, o Centro de Investigación Científica Escolar, el primer centro dedicado a fomentar, desde la escolaridad, la investigación científica en estudiantes y profesores a través del desarrollo de las habilidades del pensamiento crítico y la elaboración de proyectos de investigación en torno a la fauna silvestre nacional.
Cada año desde ese primer viaje a Tierra del Fuego, CICE convoca a dos parejas de escolares a realizar investigación usando los mismos estándares que podrían esperarse de un estudiante universitario. Los proyectos que ejecutan abordan cada una de las fases propias del quehacer científico, incluyendo la identificación de problemas y la elaboración de hipótesis, la revisión de bibliografía, y por supuesto, la recolección de datos y salidas a terreno.
“Lo que hacemos es desarrollar competencias que acerquen a los chicos al mundo real de la ciencia. Antes de integrarse al CICE, los muchachos tienen la idea de que hacer ciencia toma años y que se requieren muchos recursos y conocimientos para llegar a resultados importantes. Pero aquí han aprendido que, con pocos recursos, y sin tener que vivir días y días en un lugar, basta para hacer la diferencia y realizar proyectos interesantes”, explica Zurita.
Tomando vuelo
Uno de los proyectos que siguieron al estudio sobre la distribución de los pingüinos rey en Bahía Inútil logró identificar un retraso en el ciclo reproductivo de estas poblaciones, que provocaba la muerte prematura de polluelos. El hallazgo les valió a Matías Huidobro y Javier Oporto —sus autores— el primer lugar en la Feria Científica Nacional del Museo de Historia Natural (MNHN) en 2016 y el mismo galardón en el Congreso Regional Explora Conicyt al año siguiente.
Desde entonces, la presencia de CICE en ferias científicas de renombre nacional no sólo ha ido en aumento, sino que se ha expandido más allá de nuestras fronteras. Para los jóvenes que participan en estas actividades, la oportunidad de comparar su trabajo con el de estudiantes de otras latitudes es un excelente barómetro para evaluar cuánto han aprendido como miembros del Centro.
“Estando fuera de Chile” dice Javier, quien ya ha representado al CICE y a Chile en Bélgica y México con sus investigaciones sobre pingüino rey, “uno se sorprende del gran nivel que tienen nuestros proyectos en comparación con el de otros equipos internacionales, incluso de aquellos provenientes de países del primer mundo. La experiencia es espectacular y una de las mejores cosas de trabajar en el Centro”.
Para Carlos Zurita, “más que la competencia misma, este tipo de instancias les ayudan a difundir su ciencia y entender la relevancia de la comunicación en la vida de un investigador. Además, los viajes les ayudan a conocer otras realidades científicas, a expandir sus miradas y sus posibilidades”.
Hoy, el Centro lleva a cabo tres líneas de investigación simultáneas, en fases distintas de ejecución. La más avanzada de ellas, lideradas por los estudiantes Alonso Erazo y Tyndall Volosky, se dedica a detectar potenciales reservorios de Hanta en áreas protegidas del Estado, por medio del análisis de la dieta del tucúquere (Bubo magellanicus) y la lechuza alba (Tyto alba), dos controladores naturales de roedores portadores del virus.
Los jóvenes resumieron sus conclusiones en un artículo publicado en 2018 por la revista de investigación escolar “Brotes científicos” y actualmente se preparan para participar en dos exposiciones internacionales: la Exposcience MILSET, a realizarse este mes en Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos, y la Genius Olympiad, que se celebrará en Nueva York en 2020.
Otra investigación en curso sobre lechuza blanca, esta vez en la Reserva Nacional Río Clarillo, la protagonizan Catalina Carrasco y Francisco Cornejo, los cuales buscan comparar la dieta de este estrigiforme en un sector suburbano perturbado versus un área silvestre protegida, con el fin de determinar sus implicancias en la diversidad de la especie y su control de roedores exóticos.
Trabajo en equipo
Para Catalina, estudiante de segundo año, uno de los aspectos más enriquecedores de la experiencia en el Centro son las salidas a terreno, las cuales califica como “agotadoras”, pero entretenidas: “es muy interesante leer sobre estos animales y luego ir a su hábitat a seguirles el rastro y estudiar su comportamiento. Además, es en esas salidas donde más conectas con tus compañeros, donde más se siente el trabajo en equipo”.
Su compañero, Francisco, coincide: “Lo que más me gusta es el compañerismo que tenemos entre todos. La experiencia y los resultados serían muy distintos si el trabajo se hiciera sólo. Somos como una gran familia”.
”Yo enfatizo el tema de los equipos de trabajo” explica Zurita. “Si a uno se le olvida algo, su compañero está ahí para apoyarlo. Los 12 estudiantes que están o han pasado por CICE colaboran en las investigaciones de sus pares. Se forma una suerte de cadena donde los que fueron primero estudiantes se transforman en asesores de los que vienen” agrega.
En la actualidad, todos los antiguos investigadores del Centro estudian disciplinas relacionadas al ámbito científico, “ya sea medicina, veterinaria, ingeniería forestal o licenciatura en biología” dice Zurita. “La idea, sin embargo, no es lavarles el cerebro ni obligarlos a seguir un camino científico. Lo que se espera es fomentar la ciencia como forma de pensamiento sobre el mundo. Las habilidades científicas son al final un pretexto para esta persona que se está formando”, remata Zurita.
La ciencia de cerca
Pero no sólo de aves vive CICE. La tercera línea del Centro se dedica al estudio del impacto de la presencia humana en la dieta de los zorros culpeo (Lycalopex culpaeus) y grises (Lycalopex griseus) tanto en la Reserva Nacional Río Clarillo (a cargo de las estudiantes Laura Carrasco y Sofía Fuenzalida), como en el Parque Nacional Torres del Paine.
Este último proyecto, encabezado por la misma Laura y Benjamín Rodríguez (alumnos de segundo y tercero medio), identificó la presencia de desechos de origen humano en la composición dietaria de estas especies en las zonas de mayor afluencia turística de este parque. Su investigación fue ampliamente difundida en los medios de comunicación nacionales y, recientemente, elegida para competir en la versión 2019 de la Feria Científica Nacional del MNHN.
La visibilidad que ha tenido el Centro a manos del trabajo de sus investigadores permite que los jóvenes también desarrollen habilidades de comunicación y oratoria, una parte de la experiencia curricular sin duda incorporada en el calendario académico.
Para su director, el éxito de este tipo de iniciativas pasa en parte por el grado de participación que tienen los estudiantes en un contexto educativo nuevo: “en una sala de clases, más que hacer ciencia, los chicos repiten los contenidos que se les imparte. Aquí tienen la oportunidad de colaborar en la producción de conocimiento nuevo, y al mismo tiempo, conocer personas y lugares que les hacen mirar el mundo y la ciencia con otros ojos”.
“En el CICE hemos aprendido a conocer en detalle cada una de las fases del trabajo científico, y las habilidades necesarias para realizarlo” cuentan Francisco y Catalina, “al estar aquí, una se da cuenta de que, si uno se lo propone, puede aportar con un grano de arena en la generación de ciencia”.
El plan de Zurita es conectar cada vez más a los estudiantes con la vida académica, “el día a día, las instalaciones, los profesores. Viéndolos pasar y conversando con ellos, ellos empiezan a ver al científico como alguien cercano, no como un dios en su torre, desconectado del mundo. Me interesa que los chicos se conecten con esa realidad y la vean cercana”.
Una nueva etapa
Más allá de todo lo conseguido hasta ahora, el gran hito del CICE este 2019 bien puede ser su incorporación, como institución asociada, al Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad de la Universidad Católica de Chile, CAPES UC, transición que, a juicio de su director, “provee al CICE de una mayor institucionalidad y de espaldas financieras más sólidas”.
Bajo el patrocinio del CAPES (y de la Comisión Nacional Chilena de Cooperación de UNESCO), el CICE busca expandir su trabajo por medio de charlas en colegios y cursos abiertos al público. También intentará apoyar con más fuerza a los docentes en la enseñanza de habilidades científicas en el aula.
Luz Valeria Oppliger, encargada de Extensión y Comunicaciones del CAPES, ve en la incorporación del CICE una oportunidad para redondear el programa de extensión de este Centro UC a través de la educación ambiental. Esto, comenta, “tiene una relevancia importantísima, pues entre los desafíos que enfrentamos como especie frente a la crisis climática, son la reconexión con la naturaleza y la conservación de sus ecosistemas y servicios”.
Los desafíos del CICE para los años que vienen son, por de pronto, la incorporación de una nueva línea de investigación abocada a la investigación con guanacos y el reclutamiento de otros cuatro jóvenes (especialmente mujeres y alumnos de colegios públicos) con ganas de aprender y hacer ciencia de calidad.
“Nos interesa que las autoridades sepan que existe un Centro donde jóvenes escolares están generando nuevo conocimiento científico, publicable y compartible con el resto de la comunidad”, concluye Zurita.
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