Científicos estiman entre 3 mil y 4 mil el número de Kawésqar previo al arribo europeo

Los resultados obtenidos confirman que este y otros pueblos cazadores-recolectores tenían una baja densidad poblacional, cuyo declive definitivo no se alcanzó hasta la llegada de los colonización de chilenos y europeos a mediados del siglo XIX.

Ilustración de habitantes Kawésqar a la caza de lobos marinos. Autor: Eduardo Armstrong, 1975. Créditos: Memoria Chilena

El pasado 16 de febrero de 2022, la última hablante activa del idioma Yagán y Tesoro Humano Vivo 2009, Cristina Calderón Harban, murió a los 93 años en Villa Ukika, en Isla Navarino, la localidad más austral del planeta, y el lugar de residencia de la mayoría de los cien descendientes que aún quedan de este pueblo originario, que poblara gran parte de los canales y costas de Tierra del Fuego y el archipiélago del Cabo de Hornos.

La muerte de Calderón es otro golpe más al frágil legado que han podido dejar los distintos grupos de cazadores-recolectores que alguna vez poblaron el archipiélago patagónico y las tierras interiores de Chile y Argentina, y que hoy se hallan al borde de la extinción. Ya en 2020, otra de estas naciones, los Kawésqar, perdieron en el lapso de seis meses a dos de sus últimos bastiones vivos: Carlos Renchi y Ester Edén.

Hoy, se estima que el pueblo Kawésqar cuenta con apenas cuatro hablantes enteramente competentes en su lengua homónima, pese a que, según el último censo de 2017 realizado en Chile, 3.500 personas declararon ser descendientes de esta etnia (0.16% de la población). Casi todas ellas residen actualmente en puerto Edén, una localidad al sur del golfo de Penas, en la región de Magallanes, que constituye el principal asentamiento de una cultura otrora caracterizada por su nomadismo. 

La historia de los Kawesqar, así como la de yaganes, aónikenk, chonos, haush y selk’nam, es una historia de olvido y exterminio. La intermitente llegada a la región de colonos chilenos y europeos a comienzos del siglo XIX —y más ostensiblemente a mediados de dicho siglo— significó para estos pueblos un acelerado colapso demográfico, causado por el efecto combinado de un aumento de muertes por enfermedades infecciosas (sífilis, tuberculosis y sarampión), la violencia del proceso de colonización, y la pérdida de su estilo de vida debido a los esfuerzos de occidentalización por parte de los chilenos.

Esta historia de destrucción tanto de seres humanos como de sus tradiciones ha logrado borrar casi por completo los ya de por si escasos registros históricos y arqueológicos que un pueblo de cazadores-recolectores, como el Kawésqar, deja a su paso, dificultando aún más los esfuerzos del mundo científico por reconstruir la forma de vida de estos antiguos habitantes del Chile austral.

Un número preciso con datos imprecisos

Algo tan básico, como, por ejemplo, saber el número de habitantes que alcanzaba la nación Kawésqar a principios del 1800, es decir, antes de los primeros contactos con los colonizadores, es en la actualidad un tema de controversia entre arqueólogos, antropólogos e historiadores. Las cifras fluctúan entre los 1.100 y 6.000 individuos, una discrepancia explicada en parte por la ausencia de censos o muestreos sistemáticos que dificultan la reconstrucción de patrones sólidos. De hecho, casi toda la información cuantitativa disponible proviene, o bien de estimaciones de expertos, o de encuentros accidentales entre los kawésqar y los exploradores, colonos y misioneros “occidentales”, datos de por si altamente susceptibles a sesgos e incertidumbres.

Pese a esto, un grupo de investigadores del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES-UC), el Centro del Desierto de Atacama de la Universidad Católica de Chile, y el Núcleo Milenio UPWELL en Surgencia costera, asumió el desafío de calcular, con mayor precisión, el tamaño de la población Kawésqar para el período anterior a su declive, usando esta vez un enfoque estadístico nuevo, capaz de estimar con solidez los tamaños de población históricos aun sirviéndose de evidencia dispar.

“El principal desafío en este tipo de estudios es la falta de datos” nos cuenta Sergio Estay, ecólogo de la Universidad Austral de Chile y CAPES, y autor principal del estudio. “En ese sentido, lo importante es saber cómo se pueden aprovechar de la mejor manera los datos existentes para tener estimaciones robustas”.

“La evidencia arqueológica asociada a estas tradiciones no es escaza, pero tampoco abundante” aporta Eugenia Gayó, investigadora CAPES, UPWELL y co-autora del estudio. “Ésta da cuenta de las estrategias que los grupos de cazadores-recolectores del extremo sur del continente emplearon en el pasado”. En cuanto al tipo de evidencia que dejan estos grupos, la paleoecóloga detalla: “se trata principalmente de objetos materiales, como cuchillos de concha, asociados a los campamentos canoeros que levantaban, y donde también se pueden encontrar restos de los recursos marinos y terrestres que consumían”.

Pero la evidencia directa no es la única fuente de información a la hora de desentrañar el pasado de este pueblo. “En nuestro caso” revela Estay, “a partir de los datos de opiniones de expertos y evidencia indirecta (como relatos de encuentros entre colonos y población indígena), generamos un modelo estadístico que podía hacerse cargos de las limitaciones en los datos y de sus posibles sesgos. No es perfecto, pero provee interesantes resultados”.

En total, los investigadores recopilaron 49 estimaciones de expertos distintas sobre el número de habitantes histórico del pueblo Kawésqar, las que fueron luego cotejadas con los más de 140 registros históricos de encuentros entre miembros de esta nación y los colonos chilenos y europeos. Usando como predictores la densidad de encuentro y la densidad de área de encuentro, Estay y compañía produjeron así tres modelos basados en diversos escenarios. Sus resultados, publicados en la revista The Holocene, muestran que la población histórica de los Kawésqar osciló aproximadamente entre 3700 y 3900 personas para principios del siglo XIX. Una cifra intermedia entre las estimaciones más conservadoras y las más abultadas. “Los resultados obtenidos” explica Estay, “confirman que estos pueblos tenían una baja densidad poblacional, debido, seguramente, al difícil ambiente donde habitaban, el cual no permitía tamaños poblacionales mucho mayores”.

Ester Edén, una de las últimas hablantes Kawésqar, fallecida en 2020, navegando en Puerto Edén, en 2017. Créditos: Leopoldo Pizarro.

Un ambiente difícil

Efectivamente, durante su apogeo, el pueblo Kawésqar habitó principalmente los mares interiores y fiordos del accidentado relieve costero de la Patagonia, caracterizado por los desprendimientos de hielo y los vendavales. Allí, establecían circuitos de movilidad y conectividad entre los bosques subantárticos siempre verdes y la costa austral, subsistiendo predominantemente de la fauna costera representada por lobos marinos, cetáceos, aves, crustáceos y moluscos) y de uno que otro recurso terrestre como huemules o bayas.

Sin embargo, como indican en el estudio, entre los siglos XV y XIX, “el avance de los glaciares desde el Campo de Hielo Patagónico probablemente condujo a una mayor contribución de agua dulce y sedimentos glaciares durante la Pequeña Edad de Hielo” frenando más de un milenio de aumentos en la disponibilidad de alimentos. No obstante, los investigadores también señalan que, “mucho más allá del impacto de los cambios en las condiciones ambientales regionales, la disponibilidad de mamíferos marinos se redujo drásticamente debido a la sobreexplotación por parte de cazadores de focas y balleneros extranjeros desde el siglo XVIII”, lo que condujo a los Kawésqar a reducir su densidad poblacional para evitar el agotamiento de los recursos.

En opinión de los investigadores, el enfoque desarrollado en este trabajo tiene el potencial de ser aplicado en la caracterización de los tamaños de población de otras tradiciones de cazadores-recolectores, para los cuales se dispone de datos sobre encuentros y áreas ocupadas. “Las descripciones de encuentros históricos, en combinación con la evidencia arqueológica, ambiental y etnográfica sobre la movilidad de estos grupos, podrían ser útiles para obtener o mejorar las estimaciones históricas de población existentes”.

Sin embargo, a la hora de extender estos modelos a otros casos similares, Estay sugiere cautela. “No es una buena idea tomar un método cualquiera y usarlo sin tener en cuenta la disponibilidad y calidad de la información existente. Nuestro trabajo debe ser visto más como una forma de enfrentar el análisis de este tipo de datos (incluyendo el diseño de la estrategia de análisis), y tomar algunas de sus fortalezas, pero no es una receta que se pueda aplicar a rajatabla en otras circunstancias”. Así y todo, el trabajo permite echar luz sobre un aspecto fundamental del estudio, y el rescate, de estos pueblos y de sus formas de vida. “Creemos que nuestro marco no solo contribuye a comprender mejor la trayectoria de los cazadores-recolectores del sur de Sudamérica, sino también a probar hipótesis sobre diferentes dinámicas entre cazadores-recolectores, en diferentes escalas espacio-temporales y contextos ecogeográficos” concluyen los autores.

A este respecto, Eugenia Gayó complementa: “siempre es útil contar con este tipo de datos para entender como se establece la dinámica de las poblaciones. En el caso particular de los Kawésqar, contar con información permite ciertamente evaluar cuantitativamente los factores o hechos que llevaron a la reducción significativa de su población. Por ejemplo, evaluar el rol de las enfermedades introducidas por los colonos versus las políticas de estado y de los privados en apropiarse de territorios a costa de violencia y exclusión. Es importante destacar que los kawésqar no se han extinguido, por lo que estimaciones de los tamaños poblacionales históricas pueden representar elementos importantes para reparar la injusticia racial, y avanzar hacia un Estado plurinacional”.

Texto: Comunicaciones CAPES