Por su complejidad, entender las dinámicas que explican fenómenos como el estallido popular de los últimos días, demanda mirar la crisis social y política que la genera desde diversos puntos de vista y aproximaciones disciplinarias.
Incluso una ciencia natural como la ecología, dedicada a desentrañar los patrones que gobiernan las interacciones entre ambientes y organismos en la naturaleza, puede ser de ayuda a la hora de comprender el alcance y profundidad de esta crisis.
Al menos así lo cree el biólogo Manuel Muñoz, investigador de CAPES, quien dedica su trabajo a estudiar la emergencia de conflictos sociales e inestabilidad política en nuestro país usando para ello modelos de análisis de poblaciones y principios de la ecología como la competencia, y la cooperación.
Causas estructurales
Muñoz se basa en un modelo matemático creado por el científico ruso americano Peter Turchin y basado en la “Teoría Demográfica Estructural” de Jack Goldstone, para determinar en qué medida los conflictos sociales ocurridos en Chile a lo largo de su historia son consecuencia de períodos de tensión política acumulada, estudiando tres variables demográficas y económicas específicas: la elite, la población general, y el Estado.
A partir de estas variables, el investigador explica que el conflicto actual puede tener sus raíces en uno de estos procesos de tensión iniciados a comienzos de los años ochenta, y caracterizado por un “aumento de la tensión dentro de la elite chilena, producido, por un lado, por un incremento drástico en su tamaño, y por otro, por la incapacidad del sistema para proveer los recursos que demanda”.
Este proceso, relata, “produce lo que en términos de ecología de poblaciones se conoce como un incremento de la competencia al interior de ese sector, directa consecuencia de la lucha por estos recursos limitados, y una disminución en la capacidad de cooperación de estos sectores. Esa mayor tensión en la elite también implica que hay varios sectores aspirantes a ese estilo de vida (los sectores medios) que empiezan a ver insatisfechas sus expectativas”.
Otro fenómeno observable, según Muñoz, “es el aumento paulatino de la tensión en la población general (es decir, no perteneciente a la elite) que ya venía sucediendo desde los setenta, y apreciable en la caída de la mediana en los ingresos medios de este grupo mayoritario del país”, relata.
Detonantes
El también estudiante de doctorado de la Universidad Católica de Chile cree que estas dos tensiones, agravadas probablemente por una caída en el crecimiento económico de Chile y en la confianza de las personas en las instituciones (tensionando a un Estado que hasta 2010 parecía fuerte), han formado “un coctel que produce mayor vulnerabilidad en la sociedad chilena y propicia mayores eventos de inestabilidad”.
En opinión de Juan Pablo Luna, cientista político de la Universidad Católica y también investigador CAPES, estos estados de tensión propician la rápida escalada de eventos que, en otro contexto, podrían no tener mayor impacto. El mejor ejemplo, para él, es lo ocurrido la semana pasada respecto del alza del pasaje: “Lo que allí pasó es que, gatilladas por cosas que parecen relativamente menores, como la protesta por el pasaje, empiezan a verse una serie de reacciones y contrarreacciones que en muy poco tiempo escalan el conflicto” dice.
Otra de las particularidades de este proceso, en parecer de Luna, es el carácter amplio y acéfalo del movimiento que lo conduce. “Son múltiples expresiones de múltiples descontentos que no tienen vocero, y por tanto es muy difícil para el Gobierno canalizar el malestar y apaciguarlo, pues no tienen con quién dialogar”.
Posibles salidas
Para Muñoz, el proceso vivido actualmente tiene similitudes con otros dos momentos recientes de la historia de Chile: el primero, ocurrido entre los años sesenta y 1975, y luego otro a finales de los ochenta. “Ambos procesos”, dice, “terminaron con un cambio de régimen a nivel institucional; una dictadura en el primer caso, y el regreso a la democracia en el segundo”.
¿Pueden darnos estos ciclos pistas sobre lo que puede venir?
“Es difícil”, responde, “este tipo de modelos sólo permiten predecir los momentos máximos cuando se produce una mayor acumulación de tensión, y por ende un estado de mayor vulnerabilidad, donde pequeñas perturbaciones pueden generar conflictos de violencia política. El modelo permite la búsqueda de causas estructurales más que de detonantes o posibles salidas.”
Para Juan Pablo Luna, lo difícil de este tipo de modelos es explicar cuándo y por qué se producen los estallidos sociales, “y en general esas explicaciones son caóticas, muy coyunturales”, argumenta. “Es bastante impredecible lo que puede pasar. Parte de las limitaciones que tenemos como científicos es entender estas espirales de corto plazo. Lo más probable es que el movimiento se vaya desgastando con el paso de los días, con la represión y el propio desgaste que éstos tienen”.
“No obstante”, acota, “tampoco hay que descartar otro tipo de escenarios; hay lugares donde este tipo de acontecimientos ha terminado en elecciones anticipadas, en otros casos en un juicio político a los presidentes, en otro con irrupciones autoritarias, y en otros, muy raros, se logra apaciguar el descontento y generar espacios de diálogo social que permiten canalizar y solucionar las tensiones estructurales que la sociedad chilena tiene desde hace tanto tiempo, y que el estudio de Manuel refleja bien”.
Muñoz sí cree que este tipo de trabajos pueden abrir un espacio para la reflexión: “si uno evalua cómo ha sido la dinámica de la tensión incorporando al mismo tiempo factores históricos e institucionales, puede eventualmente encontrar prácticas que resistencia y resiliencia de las sociedades para superar o liberar de mejor manera las tensiones, sin necesidad de producir altos niveles de violencia o conflictividad. Pero falta estudiar mejor esos episodios y su contexto histórico”.