Investigadores del Núcleo Milenio de Ecología Histórica Aplicada para los Bosques Áridos, AFOREST, del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB, y el Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES, acaban de publicar un estudio titulado «Los primeros pueblos del desierto de Atacama vivían entre árboles: una arboleda y un lugar de congregación de 11.600 a 11.200 años de antigüedad», donde obtuvieron evidencia, a través de la cartografía y datación por radiocarbono, que los árboles fueron elementos claves en la creación de hábitats cotidianos para los primeros habitantes del desierto de Atacama.
El estudio de más de 150 tocones (parte del tronco de un árbol que queda unida a la raíz cuando lo cortan por el pie) conservados en torno a cinco campamentos arqueológicos del Pleistoceno tardío/Holoceno temprano, muestra una correlación espacial y cronológica entre árboles y fogones, revelando que las personas de esa época ubicaban sus hogares bajo las copas de los árboles.
Basándose en distintos materiales culturales de estos campamentos, plantean que dos grupos diferentes (no identificados) compartieron de forma intermitente este rico entorno de humedales y arboledas. Los taxones arbóreos sugieren una preferencia por el nativo Schinus molle, un árbol escasamente presente en el paisaje actual, frente al endémico Strombocarpa tamarugo, que servía de fijador de nitrógeno, tanto para la fabricación de herramientas como de leña.
Junto con la coincidencia espacial y cronológica de campamentos, fogones y árboles, el estudio propone que la gente utilizó las especies más abundantes y resistentes para crear sus hogares, promoviendo a su vez oasis de fertilidad en medio de la hiperaridez de Atacama.
Estos campamentos arqueológicos encontrados en los abanicos aluviales de los drenajes Maní y Guatacondo fueron asentados durante la transición Pleistoceno tardío-Holoceno temprano en el núcleo hiperárido del desierto de Atacama.
El aumento de las precipitaciones en esta época en los Andes condujo al desarrollo de un paisaje más húmedo y verde que el actual.
Con un sólido conjunto de datos de radiocarbono y modelización, se aclaró la relación cronológica y cultural entre estos campamentos y establecido una relación entre los grupos de cazadores-recolectores y sus entornos locales, en particular con sus árboles, sostiene la investigación.
El trabajo de campo, que consistió en prospecciones para encontrar los tocones de árboles y sacar muestras para dataciones por radiocarbono y las excavaciones de sitios arqueológicos asociados, fueron realizadas en la Pampa del Tamarugal, Región de Tarapacá.
“Entre el trabajo de campo, de análisis de laboratorio y escritura de la tesis, fueron aproximadamente dos años y medio de trabajo, más unos seis meses para escribir este artículo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), señala Paula Ugalde, investigadora perteneciente al Departamento de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado, y líder del estudio.
“Los pueblos más cercanos son Pica y Guatacondo y la ciudad más cercana es Iquique. El fenómeno podría encontrarse en otras zonas del norte, pero pensamos que para encontrar los vestigios de un bosque de este tipo se requiere de la extraordinaria preservación de la Pampa del Tamarugal o del núcleo más árido del desierto. Es difícil que en otras zonas de Chile, más al sur del desierto de Atacama, se preserve la materia orgánica de esta forma, por lo que debemos procurar cuidar estas evidencias que nos enseñan sobre las distintas relaciones que han tenido los seres humanos con su entorno”, explica Ugalde.
“Debido a que esto sucedió hace tanto tiempo, los arqueólogos no tenemos una idea de cómo se podrían haber llamado estos grupos humanos. Nosotros llamamos a este período el de primeros poblamientos o poblamientos tempranos del desierto de Atacama”, aclara la investigadora, y añade: “nuestro grupo de estudio lleva trabajando ya 17 años en la Pampa del Tamarugal, buscando y excavando sitios arqueológicos y reconstruyendo el clima y el paisaje de los últimos 18 mil años de ese lugar, bajo el alero de varios proyectos liderados por Calogero Santoro y Claudio Latorre. Este artículo es también el resultado de esa perseverancia para entender procesos sociales de largo aliento”.
Eugenia Gayó, investigadora IEB y CAPES, formó parte del equipo de trabajo, sostiene que las investigaciones que se han realizado en la Pampa del Tamarugal, ha reunido el esfuerzo de arqueólogos, ecólogos, geólogos, antropólogos, entre otros investigadores, que se han unido para revelar muchos hitos importantes sobre la historia de los primeros habitantes del Desierto de Atacama, y cómo se fue construyendo la relación entre la sociedad y el ambiente desde finales del Pleistoceno.
“En este sentido, la Pampa de Tamarugal constituye una especie de libro que ha guardado por miles de año huellas de dónde, cuándo, y cómo se ha desarrollado la vida humana en el Norte Grande de Chile”, explica.
Las claves en la vida de los primeros habitantes del desierto de Atacama
Los árboles fueron claves por varios motivos. “Primero tenemos que imaginar que el desierto de Atacama ha sido un desierto hiperárido por varios millones de años. Por lo tanto, cuando los seres humanos llegaron a este lugar por primera vez, se encontraron con un paisaje con una nula caída de lluvias, por lo que la vegetación, restringida a oasis y zonas ribereñas activas en esa época (hace unos 13 mil años), dependía de lluvias en el Altiplano y tierras altas de los Andes”, explica Ugalde.
“Si nos imaginamos entonces a estos primeros grupos habitando Atacama, no cabe duda, que a un nivel teórico, los árboles que existían habrían jugado un rol preponderante al momento de decidir dónde asentarse, pues los árboles proveen de estructuras naturales de protección contra elementos como el viento, frío y calor”, añade esta última.
En un contexto desértico este proceso va creando verdaderos oasis, alrededor de los cuales se congrega la vida, incluidos otros animales, que los seres humanos podían cazar. “Por último, pensamos que estos oasis, que estaban compuestos de tamarugos, pero también de molles, podían ser avistados a largas distancias en el contexto de pampa desértica, y por lo tanto, configurarse como puntos de encuentro para viajeros y otras bandas de cazadores-recolectores”, indica la investigadora de la U. Alberto Hurtado.
La formación de estos oasis en la Pampa del Tamarugal, es totalmente un hecho sin precedentes desde el punto de vista climático y ecológico. “Paradójicamente, los hemos llamado los ´bosques fantasmas´, porque se desarrollaron en un momento en que el ciclo hidrológico del desierto de Atacama activó la descarga de mucha agua superficial a través del paisaje, pero que una vez que los factores que controlan este ciclo se tornan más similares a los actuales, estos bosques desaparecieron, pero dejando huellas: los tocones”, señala Gayó.
“Otro aspecto importante, es que estos bosques son contemporáneos al evento de recarga de los acuíferos de la pampa. Es por esto por lo que además decimos que estos ´bosques fantasmas´, han estado ligados a las ´aguas fósiles´, vale decir, aguas subterráneas que se recargaron hace miles de años, y que actualmente reciben muy poca, o casi nada de recarga. Precisamente, a esto nos referimos cuando decimos que la Pampa del Tamarugal es un libro lleno de hitos sobre la historia de la relación humano-naturaleza”, añade Gayó.
Logramos comprobar ese rol crucial de los árboles, con evidencia arqueológica observable y medible. “Asimismo, los árboles proveían de madera, que ha sido esencial a lo largo de la historia de la humanidad para crear fuego para abrigarse, iluminar, cocinar, protegerse de depredadores, y generar un lugar de congregación para poder descansar, contar historias, compartir. En el desierto de Atacama, y en particular en la Pampa del Tamarugal, el tipo de árbol también fue relevante, puesto que el árbol más común fue el tamarugo”, explica Ugalde.
“Los tamarugos son parte de una familia de plantas que se llaman leguminosas, las cuales son capaces de capturar el nitrógeno que está en estado gaseoso en la atmósfera y fijarlo, a través de un mecanismo simbiótico con bacterias que viven en sus raíces, al suelo de forma sólida. Este nitrógeno juega un rol esencial en los suelos, pues permite, a modo de nutriente, que crezcan otras plantas bajo los árboles de tamarugo; vale decir, fertiliza el suelo”, adiciona Ugalde.
Fuente:
La Tercera