La economista ambiental Marcela Jaime, ha recorrido su camino académico en Colombia, Chile y Suecia, buscando entender las dinámicas que surgen entre las políticas públicas y los comportamientos de las personas en ámbitos como la energía, el agua o el capital social. Actualmente es académica en la Escuela de Administración y Negocios de la Universidad de Concepción, sede Chillán, y en el Magister en Economía de Recursos Naturales y Medio Ambiente de la misma Universidad. Además, participa como investigadora en CAPES y es la directora de la iniciativa Environment for Development, EfD, Chile.
Marcela Jaime Torres nació en Medellín, la segunda ciudad más importante de Colombia. Realizó sus estudios de pregrado en Economía en la Universidad Nacional de ese país, y es allí donde surgió su interés por la economía ambiental. “Es un ámbito que está más asociado al futuro que al presente”, afirma la académica, “aunque en el presente se toman decisiones, las consecuencias de esos actos y las políticas que tenemos ahora impactan en el futuro, nos obliga a pensar en las generaciones futuras y no solo en los hijos, en los nietos, los bisnietos, en el mundo”.
Terminando su carrera en 2001, quiso seguir estudiando. Su objetivo, nos cuenta, fue continuar estudios de magister en Latinoamérica (“para conocer otras realidades”) y después realizar un doctorado fuera del continente (“para tener otra visión del mundo”). Fue así como llegó al programa de magister en Economía de Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Universidad de Concepción, que ya era muy conocido por esa fecha. Postuló, la aceptaron y además consiguió una beca de la Fundación John and Catherine MacArthur.
“El magister duró tres años. Es un magister con cara de doctorado, muy pesado pero que yo diría que ha capacitado a muchos economistas ambientales de Latinoamérica, que están ejerciendo afuera y aportando científicamente, resalta Marcela.
Concluido este programa, en 2006, comenzó a trabajar como académica para la recién creada carrera de Ingeniería Comercial, en la sede de Chillán de la Universidad de Concepción. “En el momento de mi entrevista yo dije que académicamente aún no estaba formada, por lo que quería hacer un doctorado”, recuerda Jaime, quien luego de cuatro años congeló ese trabajo para realizar un doctorado en Suecia, “la universidad me dio una beca que en el fondo te guarda tu posición y todas tus condiciones laborales, uno tiene que retornar y retribuir todo lo que aprendió”.
La experiencia en la Universidad de Gotemburgo fue muy enriquecedora, Jaime cuenta que “era un ambiente muy internacional, donde se fomentaba el conocer de la realidad de los distintos países, de las personas. Académicamente hablando era un programa muy sólido. El modelo sueco, a pesar de que el programa está diseñado tipo Estados Unidos, fomenta la cooperación, la solidaridad, a tener una relación con los compañeros que después iban a ser tus futuros colegas- El curso era mejor si todos estábamos bien y si uno coopera más que compite. Para mi fue algo que marcó mi manera de ver el mundo, de que es posible buscar la excelencia desde la colaboración”.
La Universidad de Gotemburgo también es la casa matriz de la iniciativa Environment for Development, EfD, una red de economistas ambientales y de recursos naturales presente en 17 países, que busca el crecimiento inclusivo, en términos sociales y ambientales, a través de la investigación y la interacción con los hacedores de políticas. “En la actualidad yo soy la directora del centro EfD de Chile, en donde participan investigadores de las Universidades de Concepción, del Biobío, Católica, UFRO, del Desarrollo y de la Universidad de Talca”, detalla Jaime.
Capital social y bienestar subjetivo
Uno de los conceptos en los que trabaja la investigadora es el de capital social, el que puede ser entendido como el valor que se crea a través de las relaciones de confianza y de vinculación que existe entre las personas. La economista señala que “muchas veces a través de organizaciones sociales basadas en la confianza, es posible obtener cosas que tienen efectos positivos en la actividad económica en algunos sectores. Por ejemplo, los agricultores, que se unen en sociedades de productores permitiéndoles obtener precios más justos, sobre todo productores que tienen que entregar sus insumos a otras empresas más grandes”.
El bienestar subjetivo, por otra parte, tiene que ver con cómo nos sentimos en el contexto en que nos desenvolvemos. Es una medida relativa e individual, que puede cambiar de un momento a otro, dependiendo de circunstancias específicas como una enfermedad o la pérdida de un trabajo. “Este concepto viene a romper con la idea de que el dinero es lo más importante, porque también hay otras cosas que hacen que la vida tenga sentido, desde la salud, posibilidades de esparcimiento, relación con los vecinos, tener personas en las que se puede confiar, todo esto va formando el bienestar subjetivo”, afirma la doctora. ¿El capital social incide en el bienestar subjetivo y viceversa, lo individual en lo colectivo? “Si, es algo que técnicamente hablando tiene una doble causalidad”, explica, “uno esperaría que sea el capital social ya existente el que lleve a que yo tenga un mayor bienestar subjetivo. Pero también, si yo tengo un mayor bienestar subjetivo voy a tener una mayor disposición a que los demás tengan un mayor bienestar a través de los lazos de capital social. Hay una bidireccionalidad, aunque ciertamente las personas, para poder entregar a la sociedad, tienen que sentirse satisfechas con lo que tienen en su vida, y mientras sigan existiendo personas o sectores insatisfechos, nunca van a poder mirar más allá en pos del resto”.
Economía del comportamiento
Dentro de la economía hay un área que estudia el comportamiento de las personas, utilizando instrumentos que no impliquen entregarles dinero, cobrarles impuestos o decretar prohibiciones, sino más bien tratar de que con sus experiencias, adquieran conocimientos que cambien su actitud. Esta es una de las áreas de especialidad de Marcela Jaime, donde ha realizado proyectos en sectores como agua, electricidad o uso de plástico.
La investigadora y su equipo iniciaron un proyecto en 30 colegios (27 después del estallido social) de distintas comunas de la región del Biobío, con apoyo del Seremi de Medio Ambiente. Entraron a las salas de clases para contarles a niños y niñas en qué consistía el problema del plástico, y cuáles son sus consecuencias para ellos y para las generaciones futuras. Jaime señala que “los niños son factores de cambio, por lo que queríamos sembrar la idea de que se puede vivir sin utilizar tanto plástico, incluso se puede ahorrar dinero, y si el dinero no es un problema en el bolsillo de esa familia, yo puedo hacerme cargo de mi uso del plástico, reciclando o teniendo ciertas prácticas”.
El resultado del proyecto fue que “los niños que recibieron toda esta información tuvieron un efecto positivo en sus conocimientos, acciones y percepciones. El efecto fue mucho mayor en el caso de los niños que venían de colegios públicos, que para nosotros es súper importante”, resume Marcela Jaime.
Otro proyecto relacionado con economía del comportamiento fue su tesis de doctorado en una pequeña ciudad de Colombia, “fue un experimento acerca del poder que pueden tener estos modelos de comportamiento, que no involucran platas del gobierno, que son baratos de implementar, pero que pueden ayudar a cambiar el comportamiento de las personas”, contextualiza la economista.
Dicho trabajo intentó entregar información a las personas sobre su consumo de agua en relación a sus vecinos. Usando información real, entregada por la empresa, se envió un reporte mensual durante un año junto con la cuenta del servicio, en el que aparecía el consumo de la casa, el consumo de los vecinos eficientes y el promedio general. Esto se complementaba con una calificación del consumo y un semáforo, en donde la carita feliz y el semáforo en verde significaban un consumo eficiente, un emoticón serio y un semáforo amarillo el consumo promedio, y una carita triste y semáforo en rojo un consumo mayor al promedio.
Al finalizar la experiencia, señala la doctora Jaime, “pudimos lograr que la cantidad de agua consumida se redujera alrededor de un 7%, que era lo que se necesitaba en ese pueblo para que los precios no subieran. Cuando los precios suben, por lo general las familias de mayores ingresos siguen consumiendo más, mientras que las personas que tienen menores ingresos, si no tienen algún subsidio del gobierno, son las más perjudicadas. Las personas se comparan con sus vecinos y tratan que al mes siguiente, dado que están siendo observados, tener un mejor comportamiento”.
“Fueron trabajos interesantes en el sentido que se pueden hacer cambios sin que todo pase por prohibir o por subir precios o aumentar impuestos, van a haber cosas que, si lo ameritan, pero hay pequeños cambios que uno puede conseguir sin tener que llegar a esas medidas. Eso es lo que yo destaco, el valor de estos modelos de comportamiento en generar pequeños cambios en las personas y en las sociedades”, finaliza Marcela Jaime.
Texto: Comunicaciones CAPES