El ecólogo CAPES conversó con el Centro sobre su trabajo estudiando el rol que juega el tamaño poblacional en el devenir de las civilizaciones humanas, y el enorme impacto que 7 700 millones de almas pueden ejercer sobre el planeta que habitan.
Hoy en día, nadie puede negar el impacto que miles de años de actividad humana han tenido sobre nuestro planeta. Las múltiples transformaciones físicas y biológicas que ha sufrido la Tierra a manos de sus más industriosos habitantes, nosotros, han logrado incluso acuñar un nombre —el de cambio global— y un período geológico —el antropoceno— para los libros de historia.
Las razones para explicar qué fue exactamente lo que nos llevó a este punto crítico, donde incluso el futuro de la vida en el planeta está en juego, son variadas, aunque la discusión científica y pública en torno a estos temas suele centrarse en dos características propias de nuestra forma de vida moderna: un modelo de desarrollo basado en la explotación indiscriminada de los recursos naturales, por una parte, y la generación de contaminantes a partir de esa explotación (específicamente, la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera), por otra.
Sin embargo, para Mauricio Lima, investigador y director de la línea 4 de CAPES, ambos aspectos esconden la influencia de un tercer factor propio de nuestros tiempos. Factor que, en su opinión, es el principal motor de cambio global en la actualidad: el número de personas que viven en el mundo.
El tamaño de Godzilla
“El crecimiento poblacional experimentado entre 1680 y 1965, promovido por los avances tecnológicos de la Revolución Industrial, es inédito en la historia de la humanidad. Es tan grande que, literalmente, ha transformado el planeta, y en mi opinión, es el determinante número uno de la crisis que vivimos hoy”, explica Lima desde su oficina en el departamento de Ecología de la Universidad Católica de Chile.
A lo largo de su carrera, este ecólogo poblacional ha estudiado cómo el tamaño de las poblaciones ha influido en los procesos de auge y colapso de distintas sociedades antiguas y preindustriales, con el fin de extraer lecciones que expliquen la crisis climática y socioambiental que vive hoy la humanidad.
“Uno ve, en sociedades agrarias igualmente complejas, desarrolladas artística y tecnológicamente, patrones similares de expansión y colapso, ligados a la disponibilidad de recursos y las demandas de los individuos. Mientras los momentos de expansión están acompañados por un acceso creciente a más y mejores recursos provenientes de la naturaleza, usualmente desencadenados por innovaciones tecnológicas (construcción de nicho), y de un subsecuente crecimiento poblacional, los períodos de colapso empiezan cuando la sobrepoblación presiona tanto sobre la capacidad productiva del ambiente, que desestabiliza a las instituciones de la sociedad y las lleva a un punto crítico” nos cuenta.
A partir de ese momento, detalla, las sociedades se vuelven vulnerables ante la más mínima alteración, ya sea ésta económica (como un período de baja producción), ecológica (escasez de algún recurso), o climática (pequeños cambios en el largo plazo en las lluvias o las temperaturas). Estas perturbaciones, en apariencia pequeñas, pueden gatillar crisis mayores en civilizaciones complejas y masivas. “Cuando uno llega a un estado donde tiene un gran tamaño poblacional, con millones de personas acostumbradas a un tipo de vida y a una cultura particular, cualquier desajuste, por pequeño que sea, puede echar abajo esta máquina, este verdadero Godzilla, que sólo puede funcionar a un cierto nivel de producción”.
Para graficar este punto, el también académico de la Facultad de Ciencias Biológicas vuelve su vista al pasado: “este tipo de eventos ya han ocurrido a lo largo de la historia. Sucedió con los mayas en el siglo VII, el Imperio Angkoriano, y la civilización Rapa Nui. Incluso en Europa durante la Gran Hambruna de 1317, cuando un colapso provocado por la pérdida de cosechas en buena parte del continente, a raíz de un cambio de fase climático conocido como “Pequeña Edad de Hielo”, acabó con la expansión del período anterior”.
En la actualidad, sin embargo, la escala de la crisis y de los factores que la provocan hacen parecer pequeños a estos acontecimientos del pasado. Si bien el crecimiento poblacional de los últimos años se ha desacelerado, los 7 700 millones de seres humanos que pueblan el planeta aseguran que cada día seamos más, y ejerzamos cada vez más presión sobre nuestros ecosistemas.
“El tamaño de la población también afecta directa o indirectamente sobre aspectos ecológicos como el cambio de uso de suelo, ya sea para proveer de vivienda a las personas o de comida para alimentarlas” aclara. “Eso implica menos áreas silvestres, pérdidas de hábitats y potencial extinción de especies. Y no podemos hacer nada sin plantas, ni peces, ni polinizadores ni bacterias”.
En su opinión, esta enorme cantidad de personas “le pone un desafío mayor al sistema político y económico preponderante, que no es otro que cómo dar cuenta de las necesidades y estilo de vida de estos individuos, asegurando bienes y servicios básicos, sin provocar más daño a la biósfera y a los sistemas ecológicos que nos surten de esos mismos bienes y servicios”.
Un elefante en la habitación
Pero las soluciones a la crisis, plantea, no son sencillas, y tampoco se reducen a un cambio en nuestros modos de vida. “Nuestras formas de consumo y el tamaño poblacional están completamente ligadas. Uno no puede promover únicamente un consumo energético más modesto (cuestión necesaria), sin poner al mismo tiempo el tema poblacional arriba de la mesa”.
“Si, por ejemplo, fuésemos la mitad de los que somos hoy, pero consumiéramos todos lo que consume un europeo o un ciudadano estadounidense promedio, seguramente tendríamos los mismos problemas asociados al calentamiento global, pero la posibilidad de responder sería totalmente diferente. En un mundo menos poblado, pero igual de consumista, al menos habría menos presión sobre el uso de la tierra. Y con un mundo más vacío, los problemas son más fáciles de enfrentar” concluye.
No obstante, el investigador cree que éste sigue siendo un tema demasiado delicado para ser tomado en serio por la clase política y los medios de comunicación. “Actualmente hay un lógico énfasis en combatir nuestros problemas medioambientales mediante mecanismos de mitigación y adaptación ambiental, pero poco se habla del elefante (o el reptil radioactivo) en la habitación: nuestro modo de vida y la cantidad de personas que somos”.
A su parecer, esto ocurre porque la pregunta misma toca temas demasiado sensibles para la mayoría de las personas, que apuntan incluso a la forma cómo nos pensamos a nosotros mismos. “Se trata de cuestionar paradigmas que tenemos arraigados desde hace mucho tiempo” observa, “la idea, por ejemplo, de que el ser humano es el ser más valioso de la creación. En un mundo donde el Homo sapiens se multiplica como una plaga, arrasando con especies enteras de animales, ¿acaso no son más valiosas las especies que dejamos ir?”
Asimismo, las ideas de libertad individual y de elección también se ponen entredicho al pensar en soluciones que ataquen la problemática del tamaño poblacional: “si como sociedad, empezamos a introducir políticas públicas que limiten nuestro consumo, o incluso nuestra capacidad de tener hijos, finalmente estamos horadando las bases del libre mercado y los principios que lo sustentan; producción ilimitada, crecimiento continuo y mejoramiento individual. La idea de libertad se ve desafiada por la sobrepoblación”.
Para Lima, sin embargo, el desafío sigue siendo el mismo: discutir cuál es el número de personas que el planeta puede permitirse bajo condiciones viables de existencia, de modo de mantenerlo funcionando sustentablemente, “y pensar en medidas a largo plazo que no ayuden a bajar la presión demográfica sobre el medio ambiente, crear condiciones de consumo y reproducción restringidas, e incluso bajar el crecimiento”.
Se trata, a la larga, de cuestionar la forma en cómo interactuamos, vivimos y nos organizamos en general. “Así lo hicieron, de hecho, culturas que lograron adaptarse a sus propias catástrofes y sobrevivieron a ellas viviendo de forma más simple, con estructuras sociales menos complejas, en equilibrio con la naturaleza, como los mayas o Rapa Nui” replica.
El rol de la ecología
En su caso, el investigador CAPES se vale de las herramientas que entrega la ecología de poblaciones, y de la demografía, para responderse esas preguntas, las cuales, nos dice, siempre le han apasionado. “El estudio de las dinámicas poblaciones tienen su origen en Thomas Malthus, un economista británico de fines del XVIII quien fue el primero en relacionar el crecimiento poblacional con la disposición de recursos mediante modelos matemáticos muy sencillos. A partir de ahí, la disciplina se ha valido de múltiples corrientes de pensamiento, incluida la ecología, para avanzar”.
En el caso de la ecología de poblaciones aplicada a poblaciones humanas, si bien se trata de un área de trabajo relativamente nueva (inaugurada en 2005 con la publicación Historical Dynamics de Peter Turchin), Lima cree que se trata campo de estudio prometedor, que mucho tiene que aportar a la discusión sobre el cambio global: “cuando uno ve la historia del crecimiento poblacional en sociedades post industriales, ésta se parece mucho a las dinámicas que uno identifica en otras especies animales”.
¿En cuáles, se preguntarán?
“En plagas de langostas, por ejemplo”, remata.