Conversamos con dos especialistas CAPES sobre el nuevo avistamiento de un puma en la capital, ésta vez, en comunas tan céntricas como Ñuñoa y Providencia. ¿Pudo el toque de queda y la emergencia sanitaria haber propiciado la aparición de este felino?
Esta madrugada, el carnívoro más grande de nuestro país hizo una sorpresiva aparición en las calles del Gran Santiago. A eso de las 5 horas, un ejemplar de puma fue visto merodeando las comunas de Ñuñoa y Providencia, en un nuevo avistamiento de esta especie en zonas densamente pobladas de la capital.
El puma, un macho juvenil de unos 35 kg. de peso, fue capturado cerca de las 9 horas en un operativo conjunto entre funcionarios del Servicio Agrícola Ganadero (SAG) y el Parque Metropolitano, en la intersección de las calles Diego de Almagro y Celerino Pereira. Actualmente, el animal se encuentra descansando en el Centro de Rehabilitación de Fauna Silvestre del Zoológico Metropolitano, a la espera de ser relocalizado.
Si bien no es la primera vez que estos felinos se aventuran hacia sectores residenciales de Santiago, nunca antes un ejemplar se había adentrado tanto en la ciudad, levantando la duda de si este caso particular pueda tener relación con la ausencia de personas en las calles a causa de la emergencia sanitaria provocada por el COVID-19 y el toque de queda impuesto desde ayer.
“Probablemente, por la disminución de la actividad humana asociada a la contingencia que estamos viviendo, este puma pudo aventurarse un poco más lejos de lo habitual”, explica Paula Zucolillo, investigadora del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES, y especialista en carnívoros. “Lo primero que tenemos que entender del puma, es que es un mamífero que recorre grandes áreas marcando su territorio y buscando alimento, por lo tanto, es muy probable que esta vez, al no haber actividad humana, este juvenil haya podido avanzar más en su expansión territorial normal”.
De la misma opinión es César González, veterinario de la Universidad Bernardo O’Higgins y también investigador CAPES: “los pumas tienen un rango de movimiento bastante amplio; suelen deambular en radios del orden de kilómetros, así que es perfectamente factible que lleguen a estos sectores bajando por la Precordillera. Tratándose de un juvenil, además, sí podemos asumir que, habiendo menos actividad durante la noche, éste se atreviera a explorar más. Esto, porque los individuos jóvenes de casi todos los vertebrados son más osados que sus pares adultos”.
“Tampoco debemos olvidar”, advierte Zucolillo, “que el puma es un habitante natural de la Cordillera y Precordillera de la región Metropolitana, y nosotros convivimos con él aun cuando en nuestra vida cotidiana no los veamos. De hecho, en las zonas periurbanas es normal ver pumas no sólo en búsqueda de alimento, sino también porque es parte de su hábitat”.
Ambos investigadores coinciden en que la razón más probable para la aparición de este ejemplar en las calles del sector oriente es la natural tendencia del puma a expandir su territorio, ya sea buscando alimento, pareja, o refugio.
“Lo que no podemos suponer”, comenta la bióloga, “es que el alimento en el hábitat del puma esté escaseando por el mero hecho de encontrárnoslo tan adentro en la ciudad. Primero porque, de nuevo, es normal que los carnívoros grandes necesiten desplazarse por amplias áreas para hallar su comida, y segundo, porque la dieta del puma (liebres, conejos o ganado doméstico) no abunda precisamente en la ciudad. Ni el ser humano ni sus desechos son parte de su dieta”.
Este puma se suma a la lista de especies de animales silvestres que han sido avistadas a lo largo del mundo en el contexto de la emergencia sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19, que ha empujado a la mayoría de los habitantes de las principales ciudades a la seguridad de sus hogares.
El factor humano
Otra razón para el aumento de estas visitas, agregan, es la presión que ejerce la expansión de la ciudad sobre el hábitat de este gran felino. “Existen presiones humanas puntuales que empujan muchas a veces a estos animales a moverse a zonas más urbanas, ya sea por la presencia de personas en su territorio o de animales domésticos como los perros”, señala la investigadora. “Cuando se borran un poco esas presiones, los animales reaccionan”.
“A medida que los sectores altos de la ciudad se van expandiendo hacia zonas precordilleranas, y cada vez más gente puebla estos espacios, más invadimos el hábitat del puma, relegando a éste hacia la cordillera. Aparte de esa presión física, o geográfica, también hay una presión indirecta, en el sentido de que, al haber más gente, demandamos y sobreexplotamos recursos como el agua, impidiendo que la vida en los entornos naturales se desarrolle plenamente”.
Para el investigador, estos factores socio climáticos también podrían estar forzando la frecuencia de estos fenómenos: “uno podría especular que quizás por producto de la sequía que experimenta la zona centro-norte, hay menos conejos, zorros, u otros animales que el puma podría cazar, lanzándolo también a explorar otros lugares”.
Sobre las medidas para evitar que este tipo de encuentros entre pumas y humanos no ponga en riesgo ni a los unos ni a los otros, Zucolillo es clara en señalar que todo debe partir por la educación: “Lo primero que debemos hacer es entender que estamos compartiendo territorio con el puma, estamos cohabitando un lugar común. Es importante educar a las comunidades que viven en estas áreas sobre la importancia de conservar estos entornos, y explicarles que el riesgo sólo va a existir si desconocemos lo que estamos enfrentando”.
“Un puma” continua, “generalmente no va a atacar a un humano, sino que tenderá a huir o a asustarse. El ser humano, en cambio, se sentirá movido a atacar al puma creyendo que éste es un peligro para él. En este caso, afortunadamente, las autoridades del SAG y el Parque Metropolitano pudieron actuar prestamente y así aplicar los protocolos correctos para este tipo de casos”.
“Debemos educar a la población en los procedimientos a implementar dependiendo de la especie con la que nos encontremos, y debemos cambiar la forma en que planificamos nuestras ciudades de modo de no seguir perturbando a la vida silvestre que nos rodea” acota González.
“Si seguimos expandiendo la ciudad hacia los cerros, es muy probable que estos episodios sigan ocurriendo. La lección que debemos aprender, es que nosotros convivimos y coexistimos con estos carnívoros, y eso implica compartir un lugar común”, concluye Zucolillo.
[Crédito de foto: María Fernanda Drago]