Investigadores nacionales trabajaron junto a miembros de dos cooperativas indígenas campesinas para diseñar una ruta turística que rescatara la memoria biocultural de estas comunidades, y de paso, aprender cómo se construye, desde dentro, el patrimonio de un sistema tradicional agrícola.
En la comuna de Curarrehue, ubicada al sureste de la región de la Araucanía, miles de hombres y mujeres de campo viven y producen su alimento diario de la misma forma en que lo hicieron sus ancestros hace más de 500 años. Sin requerir de grandes maquinarias ni incurrir en las presiones propias de la sociedad moderna, son los herederos de un modo de vida que se rehúsa a desaparecer, y que puede ser la llave para un futuro más sustentable.
Estas comunidades, y más de 1.400 millones de campesinos alrededor del mundo, mantienen lo que se conoce como “sistemas tradicionales de agricultura”, un modo de producción y relación con la naturaleza caracterizado por su complejidad, diversidad y resiliencia, y cuya conservación hoy es clave no sólo para el sostenimiento de la enorme biodiversidad que de ellos depende, sino también para la conservación de los saberes, prácticas y creencias colectivas que emergen de la particular relación entre estas comunidades y sus ecosistemas locales.
Estos saberes y costumbres, agrupados bajo el concepto de “memoria biocultural” fue lo que motivó a un grupo de investigadores encabezados por el geógrafo Santiago Kaulen, e integrado por el ingeniero agrónomo del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES, y el Centro UC de Desarrollo Local CEDEL UC, Tomás Ibarra, a estudiar los procesos de construcción de esta memoria, y las formas en que el turismo puede ayudar a reconstruir, conservar y comunicar la importancia de un patrimonio amenazado por la industrialización y los cambios socioambientales.
Para ello, colaboraron codo a codo con dos cooperativas indígenas al sur de los Andes en la elaboración de una ruta turística comunitaria que potenciara las prácticas y experiencias de estas comunidades, examinando, de paso, la forma como entienden e interpretan ellas su patrimonio biocultural, así como las oportunidades y desafíos a la hora de presentar este patrimonio a través del turismo.
Reserva biocultural
Curarrehue, con sus 7,500 habitantes (la mitad de ellos de ascendencia mapuche-pehuenche) es la tercera comuna con más pobreza multidimensional a nivel nacional. Es allí donde campesinos mapuche y no-mapuche mantienen las tradiciones agrícolas propias de esta cultura a través de la trashumancia de animales, la recolección de frutos silvestres, plantas medicinales y hongos del bosque nativo, el cultivo de jardines domésticos y la cría de pequeños animales y aves de corral.
Su enorme belleza estética, agrobiodiversidad y patrimonio cultural hicieron que esta zona y sus alrededores fuera declarada, en 2018, un Sistema Importante de Patrimonio Agrícola Nacional (o SIPAN). Los SIPAN son una designación biocultural otorgada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, junto distintos gobiernos nacionales que busca salvaguardar la agrodiversidad de un territorio, proteger el patrimonio agrícola y reconocer el conocimiento, prácticas y creencias de sus habitantes.
Desde su creación en 2005, los SIPAN han gatillado el desarrollo de diferentes actividades turísticas relacionadas con el patrimonio biocultural de los pueblos, promoviendo de este modo procesos de construcción de patrimonio y la “turistificación” de algunos de sus elementos.
“Curarrehue está dentro del SIPAN ‘Cordillera Pehuenche’», nos cuenta el investigador CAPES y de la P. Universidad Católica de Chile, Tomás Ibarra. “Dentro del SIPAN, ésta se caracteriza por la presencia de una gran variedad de paisajes productivos; una importante agrobiodiversidad en forma de variedades locales; la existencia de áreas protegidas o zonas de conservación adyacentes a los paisajes de producción (lo que probablemente favorece los intercambios genéticos entre cultivos domésticos y parientes silvestres), y vastas áreas de territorio indígena, potencialmente favoreciendo el mantenimiento de prácticas tradicionales”.
Estas características fueron justamente las que inspiraron a dos comunidades campesinas del lugar, las cooperativas “Zomo Ngen” y “Quiñemawün”, a contactar al equipo de investigación del Prof. Keulen para colaborar en el diseño de una ruta turística comunitaria que ofreciera distintos tipos de alojamiento, actividades de ocio, gastronomía, agroturismo y venta de productos locales para los visitantes nacionales y extranjeros que llegaban a la zona.
Mal que mal, el turismo, y especialmente el turismo comunitario, ha sido considerado por años como un mecanismo de construcción y gestión efectiva del patrimonio de una comunidad, en tanto promueve el realce de aquellas costumbres y experiencias locales que los mismos actores del territorio consideran parte de su identidad. Como dicen los autores del estudio: “para aquellas personas viviendo en sistemas urbanizados modernos, es atractivo experimentar la vida del campo y formas ancestrales —aunque perdurables— de civilizaciones agrícolas”.
“El Turismo de Base Comunitaria corresponde a una forma de organización y autogestión de los recursos patrimoniales comunitarios presentes en un territorio para la prestación de servicios turísticos” explica Santiago Kaulen, académico de la Universidad Austral de Chile. “En este sentido, cuando hablamos de turismo de base comunitaria, es fundamental la participación activa de las comunidades locales durante todas las fases del proyecto”.
Fue así como, a través de distintos métodos de participación propuestos por los investigadores (grupos focales, mapeos conjuntos, entrevistas semi estructuradas e informales, y observación participativa), los integrantes de ambas cooperativas pudieron identificar el patrimonio presente en el territorio y examinar cómo podría este ser incorporado a las actividades de turismo comunitario que las cooperativas querían ofrecer a lo largo de la ruta.
Luego, la información recolectada fue organizada, clasificada y procesada para su uso en la creación de mapas con las atracciones e iniciativas turísticas contempladas para la ruta.
Construyendo patrimonio desde el interior
Fue durante estos procesos que las y los investigadores descubrieron que, para estas comunidades, el patrimonio era entendido como el modo de vida asociado a su propia cultura rural (la mapuche), y, particularmente, a las prácticas agrícolas que sostienen los sistemas alimentarios locales.
Algunas de estas prácticas por las cuales esta herencia es transmitida, por ejemplo, son el tejido con witral (un tipo de telar mapuche) y el tallado en madera, las cuales, comentaron algunos participantes, encarnan la creatividad e identidad de la gente que ha desarrollado estas prácticas.
También se relevaron prácticas asociadas al suministro de alimentos, como el cultivo de jardines domésticos, la crianza de animales pequeños y aves de corral, la apicultura y la recolección de frutos y plantas del bosque, las cuales también, en palabras de los campesinos les brindan una sensación de autonomía y pertenencia al territorio que trabajan, cuidan y habitan diariamente.
De este modo, los participantes propusieron actividades para potenciar estos elementos, como caminatas y paseos en caballo, productos y preparaciones locales, la venta de productos de jardines domésticos y recolectados del bosque, tours guiados por estos jardines, talleres de witral, y visitas a lugares históricos, muchos de los cuales no han sido aún considerados por los planes turísticos a nivel nacional.
No obstante, durante su investigación, los científicos también analizaron críticamente la pertinencia del turismo comunitario como un mecanismo de gestión comunitaria del patrimonio, alternativa que no está exenta de riesgos y críticas.
Uno de los principales desafíos del turismo comunitario tiene que ver con el control efectivo que tienen las comunidades sobre la presentación de su patrimonio frente a los discursos de otros actores de nivel central, como instituciones públicas, grupos de expertos, emprendedores o medios de comunicación. “De esta manera, procesos de activación del patrimonio pueden, inesperadamente, favorecer el arribo de agentes turísticos externos a los territorios, apropiándose de tradiciones que ajustan e insertan en el mercado” comentan los autores.
De hecho, las mismas comunidades miran con recelo la influencia que puede tener la industria turística, y su explotación continua de los recursos naturales, culturales y paisajísticos, en tu territorio. “Les preocupa el arribo de personas que buscan obtener conocimiento sobre la cultura rural mapuche y no-mapuche, y usarla para su propio beneficio y ganancia personal” explican en el estudio.
Para evitar aquello, Tomás Ibarra señala la importancia de desarrollar “políticas locales, regionales y nacionales que faciliten la participación y toma de decisiones de los actores territoriales en sus sistemas de gobernanza. Según la experiencia internacional, esto favorecerá la resiliencia, bienestar socioeconómico y sustentabilidad de las comunidades locales que desarrollen iniciativas de turismo comunitario”.
De la misma opinión es Santiago Kaulen: “Es necesario comprender que las comunidades locales tienen capacidad de agencia para identificar, interpretar y activar su patrimonio cultural y natural, y utilizarlo en la generación de estrategias turísticas. De esta manera, los esfuerzos deben concentrarse en fomentar las instancias de diálogo y construcción comunitaria de este tipo de proyectos, como también en buscar estrategias a mediano y largo plazo para su financiamiento y continuidad en el tiempo”.
Texto: Comunicaciones CAPES y CEDEL UC