Un equipo multidisciplinario de científicos y científicas de Chile analizaron los detalles del esqueleto perteneciente a la especie Hippidion saldiasi, cuyo hallazgo es el más al norte y a mayor altitud que se ha registrado. El trabajo fue publicado en el Journal of Vertebrate Paleontology.
Bajo el Salar de Surire, en pleno altiplano chileno, un grupo de investigadores nacionales encontró el esqueleto de un antiguo caballo sudamericano enterrado por más de 13 mil años en dicha zona del desierto de Atacama, a más de 4 mil metros de altitud.
El animal, ya extinto, habría vivido en este territorio al final de la última glaciación, y se trataría de la especie endémica Hippidion saldiasi, del que también se han hallado restos en lugares tan distantes como la Cueva del Milodón, en la Patagonia chilena.
Los detalles de este descubrimiento e investigación fueron realizados por un equipo multidisciplinario conformado por arqueólogos, geólogos y paleoecólogos provenientes de las universidades Austral, de Tarapacá, Católica de Chile y Pennsylvania State University. Sus resultados se publicaron en la revista especializada Journal of Vertebrate Paleontology.
El hallazgo constituye el registro más al norte y de mayor altitud registrado y conocido para esta especie, ampliando su distribución geográfica y ecológica. La especie Hippidion saldiasi es un integrante icónico de la megafauna del Pleistoceno —período que se extiende desde hace unos 2 millones de años, hasta 11.700 atrás—. Asimismo, el estudio aporta evidencia de cómo habría sido la biodiversidad durante aquella época, en un territorio donde registros de esta naturaleza son escasos y cuyas condiciones actuales evocan una imagen más bien inhóspita del paisaje; a simple vista, cuesta imaginar que estos robustos animales viviendo alguna vez allí.
Historia de un hallazgo
La historia de este descubrimiento comenzó en 2013, cuando los restos óseos del animal fueron descubiertos accidentalmente durante las actividades de extracción de borato en el Salar de Surire. “Un operador de maquinaria pesada removía las capas superficiales de sal cuando afloraron a ras del suelo los primeros huesos del caballo, que yacía sepultado a un metro y medio, aproximadamente, de profundidad”, explica el Dr. Claudio Latorre, investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y uno de los autores del trabajo.
Intrigado por el volumen y brillo de los huesos, un geólogo que participaba en las faenas decidió detener la operación. “Parte de nuestro equipo se hizo presente en el lugar pocos días después para establecer que efectivamente se trataba de osamentas de un caballo extinto muy bien conservado. Destacaba, en el cráneo, entre sus rasgos distintivos, sus prolongadas fosas nasales que se proyectaban hacia adelante, rasgo muy diferente al de un caballo actual. Aunque se convino un plan de acción con la empresa, todas las partes esqueletales y el cráneo del animal fueron rescatadas, con lo que comenzó una larga e increíble historia, hasta que los huesos lograron llegar hasta el Mueso San Miguel de Azaa de la Universidad de Tarapacá, en Arica”, complementa Calogero Santoro, investigador de la U. de Tarapacá que participó del estudio.
En el Museo, los restos fueron analizados por la investigadora del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES) y del IEB, Natalia Villavicencio, además de Rafael Labarca de la Universidad Austral y Francisco Caro, estudiante de pregrado en arqueología de la U de Tarapacá.
“El caballo fue identificado como un Hippidion sobre la base de un análisis comparativo con huesos de otros ejemplares de la especie ya identificados, medidos y publicados en Chile y Argentina. Sobre las mediciones de sus huesos, calculamos la masa corporal y notamos que este espécimen era bastante grande en relación a otros hippidiones encontrados”, comenta Villavicencio. La investigadora cuenta que, pese a eso, este género de équidos era más pequeño que los caballos actuales, y más robusto. “Su cabeza también es más grande en relación a su cuerpo y la proporción en caballos modernos. Además, sus patas eran más cortas”, declara.
A partir de estos estudios, se pudo estimar la edad aproximada de muerte del caballo, el cual se cree tenía entre 3.5 a 4 años al momento de morir. Esto fue logrado gracias a la observación del estado de desarrollo de los dientes, su fémur y húmero recuperados. La edad del esqueleto se determinó a través de análisis de carbono 14 sobre restos de colágeno presentes en los huesos.
Muerte entre lluvias
La datación de las osamentas indicó que éstas tenían unos 13 mil años de antigüedad, lo que ubica al animal hacia el final del Pleistoceno, en plena época postglacial, de grandes cambios ecológicos y climáticos. “En esta época se identifican dos eventos pluviales grandes, de mucha precipitación en la cordillera de los Andes, donde estos lagos que hoy son salares habrían tenido más agua. Este caballo habría existido al inicio del segundo evento de mayor humedad en el Altiplano; un momento transicional cuando el lago no tenía tanta agua”, comenta Natalia Villavicencio.
Estas particulares condiciones permitieron a los investigadores conjeturar acerca de las circunstancias de muerte del caballo. En ese sentido, Claudio Latorre comenta que “lo interesante de la ubicación del hallazgo, es que estaba en un nivel de profundidad tal, que, probablemente, allí antes existía un humedal o turbera. Por ello, también es interesante el contexto medioambiental en el que se produce el hallazgo, pues sería un caballo que se quedó atrapado ahí, todo lo cual facilitó su conservación hasta nuestros días”, explica.
Natalia Villavicencio complementa este punto: “El caballo habría muerto cuando el ambiente estaba transicionando desde su antigua condición de lago a una más intermedia, lo que habría facilitado que se enterrara fácilmente y se preservara tan bien”.
Un refugio en altura
Este evento también nos habla del rol que tuvo el Altiplano para la biodiversidad de esa zona durante este período geológico y climatológico.
“Este caballo es súper interesante, porque vivió en un contexto de mayor sequía, posterior a un período de mucha humedad del que tenemos mucha evidencia de fauna extinta, en otras zonas del desierto como la Pampa del Tamarugal. Entonces, uno podría pensar que animales que estaban ocupando zonas más desérticas tuvieron que refugiarse más arriba en el Altiplano. De hecho, hay mucha evidencia que indica que el Altiplano fue el lugar donde muchas especies se cobijaron durante los períodos interglaciales, porque es el único espacio más húmedo que va quedando, a medida que el desierto se va secando más abajo. En ese sentido, el Altiplano constituye un refugio interglacial muy importante”, relata el Dr. Latorre, también académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
En la época del caballo de Surire, pequeños grupos de cazadores recolectores se expandían por los ecosistemas más diversos de Sudamérica, incluyendo los ambientes andinos, como el altiplano chileno. Este espécimen, sin embargo, no murió por mano humana. Dicho de otro modo, no se encontraron restos arqueológicos asociados al esqueleto, por lo que técnicamente se trata de un hallazgo paleontológico.
El Hippidion saldiasi es una de las especies extintas del género Hippidion, miembros de la familia Equidae. En la actualidad, sólo un género de esta familia sobrevive en el planeta. Caballos, asnos y cebras son hoy en día los únicos representantes de este grupo de mamíferos otrora próspero y diverso.
Este trabajo, liderado por el arqueólogo Rafael Labarca, constituye un avance más en el conocimiento de esta familia, su ecología y distribución. “Hay muy pocos hallazgos de megafauna en el Altiplano. Y éste abre la posibilidad de explorar, y ver cómo eran los ecosistemas de altura durante el Pleistoceno”, sostiene Latorre.
Por otro lado, el estudio también permite proyectar posibilidades de restaurar ecosistemas especialmente, en este territorio. El investigador del IEB, señala que actualmente hay un proceso de refaunamiento accidental, con la introducción del burro en el Altiplano, animal que probablemente estaría ocupando el mismo nicho ecológico que el Hippidion saldasi, ayudando así “a recuperar interacciones ecológicas que hace miles de años dejaron de existir”, concluye.
Texto: Comunicaciones CAPES e IEB
Foto: Calogero Santoro