La línea 2 del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES Chile, “Aproximaciones de la Bioingeniería a la Protección Ambiental y las Tecnologías Sustentables” ofrece una posición posdoctoral a desarrollarse entre septiembre de 2021 y agosto de 2022.
Los y las interesadas pueden postular a alguna de las siguientes líneas:
– Plasticidad genómica para colonización de plantas en rizobacterias promotoras del crecimiento de plantas.
– Genómica de bacterias degradadoras de modelos de lignina
– Estudio de asociación genética con resistencia/susceptibilidad mediante GWAS, en el sistema de Arabidopsis thaliana-Brevicoryne brassicae
– Genómica de bacterias para el tratamiento biológico de fármacos y productos de cuidado personal
– Diseño de consorcios bacterianos benéficos en Arabidopsis thaliana y caracterización de sus dinámicas ecológicas
Postulaciones:
Enviar CV y breve carta de fundamentación, señalando la línea escogida, al Profesor Bernardo González.
Un estudio publicado en la revista Sustainability de MDPI, revisó más de 180 artículos científicos en busca de los indicadores y metodologías de evaluación de impacto social más comunes en proyectos asociados a ERNC.
En los últimos años, el agudizamiento de fenómenos asociados al cambio climático ha forzado a gobiernos de todo el mundo a acelerar sus procesos de reemplazo de soluciones energéticas basadas en combustibles fósiles, al uso más sustentable de las así llamadas Energías Renovables No Convencionales (ERNC). Sin embargo, a medida que estas iniciativas avanzan, la pregunta sobre su real impacto dentro de las comunidades locales aún no es del todo respondida.
Para ayudar a esa respuesta, un grupo de investigadores del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES UC), el Centro de Investigación e Innovación en Energía Marina y el nuevo Instituto Milenio en Socio-Ecología Costera (SECOS), analizó el modo en que se han ido incorporando criterios sociales y mecanismos de participación en los procesos de toma de decisiones asociadas a proyectos de energías renovables, en aras a anticipar mejor la factibilidad de estos proyectos en los territorios en que se insertan.
Su estudio, publicado en la revista Sustainability de MDPI, consistió en una revisión bibliográfica de más de 180 artículos científicos donde se identificaron 490 indicadores de evaluación de impactos sociales, los cuales fueron clasificados en 9 categorías dependiendo del tipo de impacto que se buscaba estimar: empleo, aceptación social, desarrollo social, impacto en salud, gobernanza, impacto visual, conocimiento y conciencia, valor cultural y justicia social.
Entre sus resultados, los investigadores observaron que la mayoría de los artículos revisados (92,3 por ciento) incluían un componente participativo, siendo la consulta a expertos el formato de participación preferente (75,4 por ciento).
Si bien estos datos revelan avances en el uso de lo que se conoce como enfoques de análisis de decisiones multicriterio (o MCDA, por sus siglas en inglés), también revelan una serie de desafíos en la implementación de este tipo de metodologías, que buscan incorporar a la ciudadanía en la evaluación de iniciativas con alto impacto social, en este caso, al momento de desarrollar iniciativas y políticas de energía renovable.
Un campo por conocer
El incremento sustancial de las energías renovables a escala global, argumentan los autores, exige la incorporación sistemática del factor “impacto social” como un aspecto central durante el desarrollo de cualquier proyecto energético. Sin embargo, medir los atributos sociales que inciden en este impacto es una tarea compleja.
“Los impactos sociales no son objetivamente negativos ni positivos”, explican, “más bien, dependen de las percepciones subjetivas y de la escala de análisis”. Esa incertidumbre obliga al estudio profundo de las expectativas sociales de participación en la discusión pública sobre nuevos modelos energéticos —ya sea en la adopción de prácticas de consumo más consientes ambientalmente, o la instalación de fuentes de energía renovables— y sus posibles consecuencias para el medio ambiente.
“Como articulador de políticas o proyectos energéticos, necesitas conocer las expectativas, demandas, y preferencias de todos los involucrados en un proyecto, incluyendo a la sociedad civil” comenta Roberto Ponce Oliva, co-autor del estudio, investigador CAPES y académico de la Universidad del Desarrollo. “El objetivo es conocer, de preferencia a priori, cuál es la posición de la ciudadanía con respecto a tu proyecto, qué aspectos le parecen positivos, y cuales negativos. Además, por medio de una adecuada participación ciudadana es posible conocer externalidades negativas (que genera el proyecto) y que el Titular puede no identificar” añade.
En el ámbito de las ERNC, continua el experto, existen varias externalidades negativas asociadas a su implementación. “Por ejemplo, la energía eólica podría generar ruidos molestos a las comunidades cercanas, afectación en el paisaje, e impactos negativos en las rutas migratorias de aves. Una adecuada participación ciudadana permitiría dos cosas: por un lado, que la comunidad conozca de primera fuente cuales son las características e impactos del proyecto, y por otro permite al Titular del proyecto identificar grupos de interés, potenciales afectados, y tener una idea de la magnitud de los efectos negativos”.
Tareas pendientes
Ponce y el resto del equipo investigador observaron un aumento significativo en la introducción de prácticas que aseguran esta participación, especialmente en proyectos sobre energías bioenergética, solar y eólica. Áreas como el estudio de energías geotérmicas y marinas presentan una menor presencia de estas metodologías.
Entre los objetivos más presentes a la hora de incluir la voz ciudadana en estas iniciativas, están la elección de la alternativa energética más adecuada a nivel de sostenibilidad, costo-beneficio, eficiencia, y su compatibilidad con políticas nacionales, además de la mejor ubicación para la instalación de plantas de energía en los territorios.
Por otra parte, un alto porcentaje de los trabajos analizados buscaron evaluar el impacto social de los proyectos en ámbitos como el efecto que éstos podrían tener en el empleo, su aceptación entre sus usuarios, consumidores o el público en general, o el desarrollo social que traerían a nivel local, de acceso a la energía o de calidad de vida en caso de implementarse. Otro aspecto mencionado fue el impacto en salud de estas iniciativas, particularmente en cuanto al ruido, la seguridad y el riesgo, y la contaminación.
Los resultados de esta revisión revelan no sólo avances importantes, sino también desafíos y brechas importantes en la inclusión efectiva de los impactos sociales y una participación más amplia en el desarrollo de las energías renovables, proporcionando conocimientos críticos para las políticas públicas en el sector energético. Para empezar, el grueso de los artículos revisados se concentró en países asiáticos y europeos, con una clara ausencia de artículos en América Latina y África.
En el futuro, comentan los investigadores, se espera que los países en desarrollo con alto potencial de generación de energía a partir de fuentes renovables, como Chile, enfrenten desafíos para incluir mecanismos de participación y evaluación de impactos sociales potenciales, como la inclusión efectiva de expertos como fuentes válidas de evaluación de estos impactos, la creación de plataformas regionales de aprendizaje en las que se puedan compartir experiencias y casos locales de aplicación de estas energía, y la adopción de mejores prácticas que permitan la inclusión de múltiples partes interesadas y sus valores de una manera estructurada y transparente.
En el caso de nuestro país, plantea Roberto Ponce Oliva, la legislación considera la participación ciudadana tanto para las Evaluaciones (EIA) como para las Declaraciones de Impacto Ambiental DIA, aunque, en estos casos, “la discusión que existe es si el mecanismo de participación actual es suficiente para evitar la judicialización de los proyectos” dice. “El problema es que la simple participación no garantiza que, una vez ejecutado el proyecto, y dadas sus externalidades negativas, la comunidad no recurra a la justicia para reclamar por sus derechos. Lo único que garantizaría que se evite la judicialización, es que se considere la opinión de las comunidades potencialmente afectadas desde la etapa de diseño del proyecto. Y esto último no es tarea fácil”.
En una evaluación necesaria para el desarrollo de planes de conservación adaptables al clima, un equipo internacional de investigadores de Chile, Corea del Sur y Estados Unidos, realizó un mapa de riesgos climáticos para todos los tipos de vegetación presentes en Chile, que proyecta los efectos que podrían sufrir los ecosistemas ante la crisis actual.
Chile es uno de los 35 hotspots o puntos críticos de biodiversidad mundial. Alberga tres ecorregiones y seis biomas terrestres de máxima prioridad para la conservación. Nuestro largo y angosto territorio, por sus características de aislamiento climático y geográfico causado por las barreras naturales de la Cordillera de Los Andes, el desierto de Atacama y el océano Pacífico, cuenta con muchas especies de flora y fauna endémica, únicas en el mundo.
Sin embargo, este tesoro natural está en peligro debido al cambio climático. Y a causa del alto endemismo presente en nuestros ecosistemas, el riesgo asociado a la desaparición definitiva de muchas de estas especies vuelve urgente la necesidad de evaluar el grado de vulnerabilidad que éstas sufren, para luego, con estos insumos, desarrollar planes de conservación adaptables al cambiante clima.
Un equipo internacional compuesto por investigadores de la Universidad de Chile, la Universidad Nacional de Seúl, la Universidad de California Davis, la Sociedad de Conservación de Vida Silvestre (WCS) y el Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES UC, realizó un valioso aporte a la evaluación de los efectos del cambio climático en Chile a través de la elaboración de pormenorizados mapas de riesgo climático.
La investigación fue publicada en la revista Science of the Total Environment bajo el título “Climate exposure shows high risk and few climate refugia for Chilean native vegetation”. Su autor principal, Andrés Muñoz-Sáez, académico de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile e investigador de CAPES, conversó sobre los alcances de estos hallazgos.
¿Cuál fue su motivación? “La idea surgió en una conversación con el Dr. Profesor Jim Thorne (UC Davis), dado que esta aproximación de riesgo climático es relativamente nueva, (desarrollada por Jim y sus colaboradores) y no había sido aplicada en Chile. Nos propusimos generar un mapa comprensivo del riesgo de la actual vegetación existente a nivel de país. Todos trabajamos ad honorem y logramos concluir esta investigación sin financiamiento”, destaca Muñoz-Sáez.
Mapa de exposición climática futura proyectada para Chile.
Zonas de riesgo y de refugio climático
Los autores del trabajo definen el “riesgo climático”, como el impacto potencial en la vegetación relacionado a un cambio en las condiciones históricas del clima. Para su investigación, los especialistas modelaron el riesgo climático futuro utilizando mapas de vegetación actuales de alta resolución y mapas climáticos, para clasificar la frecuencia en la distribución de estas condiciones para cada uno de los 24 tipos de vegetación analizados, incluyendo 11 tipos de bosques, 5 tipos de matorrales y suculentas, 4 tipos de pastizales y 4 tipos de humedales.
Estos tipos de vegetación se distribuyen en diferentes zonas geográficas de Chile y cada uno de ellos se relaciona con las condiciones climáticas existentes en esas zonas. Teniendo esto en cuenta, se realizaron las proyecciones utilizando dos modelos de circulación para dos escenarios de cambio climático posibles. De esta manera pudieron definirse los niveles de riesgo para cada vegetación en el lugar donde geográficamente se encuentran actualmente, pero con la condición climática futura.
Muñoz-Sáez explica que “si las condiciones climáticas para cada tipo de vegetación se encontraban en el 80% de su distribución central, se consideró que el riesgo climático es bajo. Condiciones por sobre 80% fueron consideradas progresivamente de mediano, alto, y muy alto riesgo climático. Una condición de bajo riesgo climático implicaría un menor riesgo fisiológico de ese tipo de vegetación a las condiciones climáticas, por lo que condiciones de estrés climático pondrían en riesgo la tolerancia de los tipos de vegetación a las nuevas condiciones climáticas”.
También se localizaron refugios climáticos de vegetación, que en palabras del investigador “son áreas donde se espera que la vegetación existente permanezca dentro de las condiciones climáticas futuras. Es decir, son zonas donde se identificó un bajo riesgo climático y que están asociados a una zona geográfica definida. Estos refugios nos permiten determinar los lugares para poder priorizar su conservación y gestión”. Estas áreas no son muy abundantes y se ubican principalmente en los Andes centrales, la Patagonia y en algunas áreas costeras.
Vegetación chilena en alto riesgo
Bosque de Araucarias, provincia de Malleco
Pero, ¿qué significa que la vegetación en Chile esté en alto riesgo climático? Quiere decir que las condiciones climáticas podrían estar por sobre lo que las especies están adaptadas a soportar fisiológicamente. Esto implicaría desde una posible disminución de su sobrevivencia, hasta un potencial riesgo de extinción. “Sin embargo, esto también debe ser tomado con cautela”, matiza Muñoz-Sáez, “ya que por ejemplo la resiliencia de las plantas también podría desempeñar un papel clave bajo el cambio climático, con algunas especies capaces de persistir incluso bajo las condiciones climáticas futuras. En este sentido, el monitoreo a nivel comunitario y experimentos enfocados en fenología y la dinámica demográfica pueden ayudar a mejorar las predicciones del riesgo climático”.
Los resultados obtenidos muestran que en el escenario de mayores emisiones (RCP8.5, que representa las tasas actuales de emisiones de Gases de Efecto Invernadero o GEI), entre el 27,8% y el 43,6% de las áreas silvestre protegidas del Estado y entre el 32,2% y 43,6% de la vegetación que se encuentra fuera de éstas, se enfrentan a un alto riesgo climático. En particular algunas especies de Nothofagus nativos como la asociación hualo-roble, o las coníferas milenarias como la araucaria y el alerce, se encuentran muy amenazadas.
Así como este estudio permite reconocer los tipos de vegetación y zonas geográficas que se encuentren con mayor riesgo climático, también identifica, para cada uno de los tipos de vegetación analizados, lugares donde el riesgo pudiera ser menor, y que sirvan como refugios para la conservación. “Esta información es relevante para el establecimiento de nuevas áreas protegidas, la gestión y planificación predial en las actuales áreas silvestres protegidas, y fuera de ellas. Nuestros resultados permiten informar los esfuerzos nacionales para la planificación de la conservación, se pueden utilizar para identificar y gestionar prioridades para tipos de vegetación individuales (por ejemplo, zonas de refugio de alto valor de conservación) permitiendo la gestión in situ del patrimonio natural”, concluye Muñoz-Sáez.
Un grupo de investigadores de CAPES UC y el Laboratorio de Bioingeniería de la UAI estudiaron el papel que tienen las comunidades nativas de microorganismos para ayudar a las zonas cubiertas por relaves de cobre a mejorar el establecimiento de plantas, factor clave en el uso de técnicas de fitorremediación para devolver el verde a estas zonas.
Todos los días, la industria minera deposita en la tierra toneladas de materiales de desecho de roca conocidos como relaves, resultantes del proceso de separación de minerales propio de la actividad extractiva. Con el tiempo, estas fuentes de contaminación —portadoras de altas concentraciones de metales pesados— son abandonadas junto con las minas que les dieron origen, generando impactos ambientales secundarios tales como la pérdida de diversidad de aquellos microrganismos benéficos para la colonización de plantas en suelos degradados.
Ante la inviabilidad de aplicar tecnologías convencionales de remediación en relaves de gran magnitud, un grupo de investigadores del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES UC, y del Laboratorio de Bioingeniería de la Universidad Adolfo Ibáñez, se abocó a estudiar el papel que tienen las comunidades nativas de microorganismos para ayudar a las zonas cubiertas por relaves de cobre abandonados a mejorar el establecimiento de plantas, y así anticipar la eficacia en el uso de técnicas de fitorremediación para devolver el verde a estas tierras.
Para ello, los científicos compararon el crecimiento de la planta nativa de Chile y Argentina conocida como romerillo (Baccharis linearis), así como la composición y dinámica de la comunidad microbiana en sustratos provenientes de dos depósitos de relaves de cobre abandonados de la región de Coquimbo: Huana y Tambillos, datos que luego fueron comparados con ejemplares de B. linearis cultivados en macetas de relaves frescos y suelo agrícola circundante.
Los resultados del estudio, publicado en la revista Scientific Reports, indicaron que tanto las bacterias nativas de los filos Actinobacteria, Gammaproteobacteria y Firmicutes, así como los hongos del género Glomus, pueden favorecer la aclimatación de esta planta en sitios de relave, facilitando, con el tiempo, cambios de vegetación y transformación de sustratos minerales en el suelo.
“El papel que tienen los microorganismos en el crecimiento, la nutrición y la salud de las plantas es cada vez más conocido” explican los investigadores. “Entre otras capacidades, los microorganismos juegan un papel clave en el establecimiento de las plantas, ya que degradan la materia orgánica, reciclan los nutrientes y protegen a las plantas del estrés”.
Sin embargo, hasta ahora no se había abordado el alcance que tiene la estructura de la comunidad microbiana, especialmente a nivel de su diversidad, en la germinación y desarrollo de plantas colonizadoras en relaves de la gran minería del cobre.
Para la investigadora de CAPES y académica de la Universidad Católica de Chile, Rosanna Ginocchio, estos resultados aportan a entender la importancia de colonizar estos relaves “pos-operativos” de forma simultánea, con microorganismos y plantas nativas que colonizan espontáneamente en estos sustratos. “Dado que los relaves no son suelos, la línea base de nutrientes como el nitrógeno y de los microrganismos encargados de descomponer la hojarasca que se acumula, es cero. Es así como esta doble colonización proveerá el nitrógeno de la hojarasca para las plantas vivas. El estudio fue clave en estudiar estos aspectos”, menciona la co-autora del estudio.
En concreto, se observó que el crecimiento de las plantas disminuía tanto en los sustratos sin comunidades microbianas abundantes como en los relaves frescos que contenían comunidades diferentes. “Descubrimos que se requería de una microbiota nativa para mejorar el establecimiento y el crecimiento B. linearis en los relaves, y que las comunidades microbianas estaban más influenciadas por la presencia de la planta pionera que por las propiedades fisicoquímicas del sustrato donde ésta crecía”, comentan en el trabajo.
“Las comunidades nativas (autóctonas) están mejor preparadas para interactuar positivamente con la planta en ese tipo de sustrato, que comunidades no nativas (alóctonas), esencialmente porque están mejor adaptadas”, explica Bernardo González, investigador CAPES y académico de UAI, co-autor del estudio.
Para el bioquímico, son varios los factores que explican la ayuda que los microrganismos brindan a las plantas durante su crecimiento y aclimatación: “Lo más probable es que los microorganismos ayuden a la planta a sobrellevar la toxicidad no solo de los metales, sino que de otros contaminantes presentes en el suelo. Asimismo, es muy probable que estas comunidades nativas ayuden a la planta a crecer mejor, independiente de que el sustrato no sea el más propicio” concluye.
Este es el primer trabajo que aborda los análisis de diversidad de las comunidades microbianas de los relaves de la minería del cobre abandonados. Además de los resultados ya descritos, este análisis también pudo arrojar luz sobre lo que está impulsando la diversidad de ambos relaves estudiados y las comunidades microbianas de B. linearis en los suelos circundantes.
Texto: Comunicaciones CAPES Foto: Relave de cobre (Osmar Valdebenito)
La economista ambiental Marcela Jaime, ha recorrido su camino académico en Colombia, Chile y Suecia, buscando entender las dinámicas que surgen entre las políticas públicas y los comportamientos de las personas en ámbitos como la energía, el agua o el capital social. Actualmente es académica en la Escuela de Administración y Negocios de la Universidad de Concepción, sede Chillán, y en el Magister en Economía de Recursos Naturales y Medio Ambiente de la misma Universidad. Además, participa como investigadora en CAPES y es la directora de la iniciativa Environment for Development, EfD, Chile.
Marcela Jaime, economista ambiental
Marcela Jaime Torres nació en Medellín, la segunda ciudad más importante de Colombia. Realizó sus estudios de pregrado en Economía en la Universidad Nacional de ese país, y es allí donde surgió su interés por la economía ambiental. “Es un ámbito que está más asociado al futuro que al presente”, afirma la académica, “aunque en el presente se toman decisiones, las consecuencias de esos actos y las políticas que tenemos ahora impactan en el futuro, nos obliga a pensar en las generaciones futuras y no solo en los hijos, en los nietos, los bisnietos, en el mundo”.
Terminando su carrera en 2001, quiso seguir estudiando. Su objetivo, nos cuenta, fue continuar estudios de magister en Latinoamérica (“para conocer otras realidades”) y después realizar un doctorado fuera del continente (“para tener otra visión del mundo”). Fue así como llegó al programa de magister en Economía de Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Universidad de Concepción, que ya era muy conocido por esa fecha. Postuló, la aceptaron y además consiguió una beca de la Fundación John and Catherine MacArthur.
“El magister duró tres años. Es un magister con cara de doctorado, muy pesado pero que yo diría que ha capacitado a muchos economistas ambientales de Latinoamérica, que están ejerciendo afuera y aportando científicamente, resalta Marcela.
Concluido este programa, en 2006, comenzó a trabajar como académica para la recién creada carrera de Ingeniería Comercial, en la sede de Chillán de la Universidad de Concepción. “En el momento de mi entrevista yo dije que académicamente aún no estaba formada, por lo que quería hacer un doctorado”, recuerda Jaime, quien luego de cuatro años congeló ese trabajo para realizar un doctorado en Suecia, “la universidad me dio una beca que en el fondo te guarda tu posición y todas tus condiciones laborales, uno tiene que retornar y retribuir todo lo que aprendió”.
La experiencia en la Universidad de Gotemburgo fue muy enriquecedora, Jaime cuenta que “era un ambiente muy internacional, donde se fomentaba el conocer de la realidad de los distintos países, de las personas. Académicamente hablando era un programa muy sólido. El modelo sueco, a pesar de que el programa está diseñado tipo Estados Unidos, fomenta la cooperación, la solidaridad, a tener una relación con los compañeros que después iban a ser tus futuros colegas- El curso era mejor si todos estábamos bien y si uno coopera más que compite. Para mi fue algo que marcó mi manera de ver el mundo, de que es posible buscar la excelencia desde la colaboración”.
La Universidad de Gotemburgo también es la casa matriz de la iniciativa Environment for Development, EfD, una red de economistas ambientales y de recursos naturales presente en 17 países, que busca el crecimiento inclusivo, en términos sociales y ambientales, a través de la investigación y la interacción con los hacedores de políticas. “En la actualidad yo soy la directora del centro EfD de Chile, en donde participan investigadores de las Universidades de Concepción, del Biobío, Católica, UFRO, del Desarrollo y de la Universidad de Talca”, detalla Jaime.
Capital social y bienestar subjetivo
Uno de los conceptos en los que trabaja la investigadora es el de capital social, el que puede ser entendido como el valor que se crea a través de las relaciones de confianza y de vinculación que existe entre las personas. La economista señala que “muchas veces a través de organizaciones sociales basadas en la confianza, es posible obtener cosas que tienen efectos positivos en la actividad económica en algunos sectores. Por ejemplo, los agricultores, que se unen en sociedades de productores permitiéndoles obtener precios más justos, sobre todo productores que tienen que entregar sus insumos a otras empresas más grandes”.
El bienestar subjetivo, por otra parte, tiene que ver con cómo nos sentimos en el contexto en que nos desenvolvemos. Es una medida relativa e individual, que puede cambiar de un momento a otro, dependiendo de circunstancias específicas como una enfermedad o la pérdida de un trabajo. “Este concepto viene a romper con la idea de que el dinero es lo más importante, porque también hay otras cosas que hacen que la vida tenga sentido, desde la salud, posibilidades de esparcimiento, relación con los vecinos, tener personas en las que se puede confiar, todo esto va formando el bienestar subjetivo”, afirma la doctora. ¿El capital social incide en el bienestar subjetivo y viceversa, lo individual en lo colectivo? “Si, es algo que técnicamente hablando tiene una doble causalidad”, explica, “uno esperaría que sea el capital social ya existente el que lleve a que yo tenga un mayor bienestar subjetivo. Pero también, si yo tengo un mayor bienestar subjetivo voy a tener una mayor disposición a que los demás tengan un mayor bienestar a través de los lazos de capital social. Hay una bidireccionalidad, aunque ciertamente las personas, para poder entregar a la sociedad, tienen que sentirse satisfechas con lo que tienen en su vida, y mientras sigan existiendo personas o sectores insatisfechos, nunca van a poder mirar más allá en pos del resto”.
Economía del comportamiento
Dentro de la economía hay un área que estudia el comportamiento de las personas, utilizando instrumentos que no impliquen entregarles dinero, cobrarles impuestos o decretar prohibiciones, sino más bien tratar de que con sus experiencias, adquieran conocimientos que cambien su actitud. Esta es una de las áreas de especialidad de Marcela Jaime, donde ha realizado proyectos en sectores como agua, electricidad o uso de plástico.
La investigadora y su equipo iniciaron un proyecto en 30 colegios (27 después del estallido social) de distintas comunas de la región del Biobío, con apoyo del Seremi de Medio Ambiente. Entraron a las salas de clases para contarles a niños y niñas en qué consistía el problema del plástico, y cuáles son sus consecuencias para ellos y para las generaciones futuras. Jaime señala que “los niños son factores de cambio, por lo que queríamos sembrar la idea de que se puede vivir sin utilizar tanto plástico, incluso se puede ahorrar dinero, y si el dinero no es un problema en el bolsillo de esa familia, yo puedo hacerme cargo de mi uso del plástico, reciclando o teniendo ciertas prácticas”.
El resultado del proyecto fue que “los niños que recibieron toda esta información tuvieron un efecto positivo en sus conocimientos, acciones y percepciones. El efecto fue mucho mayor en el caso de los niños que venían de colegios públicos, que para nosotros es súper importante”, resume Marcela Jaime.
Otro proyecto relacionado con economía del comportamiento fue su tesis de doctorado en una pequeña ciudad de Colombia, “fue un experimento acerca del poder que pueden tener estos modelos de comportamiento, que no involucran platas del gobierno, que son baratos de implementar, pero que pueden ayudar a cambiar el comportamiento de las personas”, contextualiza la economista.
Dicho trabajo intentó entregar información a las personas sobre su consumo de agua en relación a sus vecinos. Usando información real, entregada por la empresa, se envió un reporte mensual durante un año junto con la cuenta del servicio, en el que aparecía el consumo de la casa, el consumo de los vecinos eficientes y el promedio general. Esto se complementaba con una calificación del consumo y un semáforo, en donde la carita feliz y el semáforo en verde significaban un consumo eficiente, un emoticón serio y un semáforo amarillo el consumo promedio, y una carita triste y semáforo en rojo un consumo mayor al promedio.
Al finalizar la experiencia, señala la doctora Jaime, “pudimos lograr que la cantidad de agua consumida se redujera alrededor de un 7%, que era lo que se necesitaba en ese pueblo para que los precios no subieran. Cuando los precios suben, por lo general las familias de mayores ingresos siguen consumiendo más, mientras que las personas que tienen menores ingresos, si no tienen algún subsidio del gobierno, son las más perjudicadas. Las personas se comparan con sus vecinos y tratan que al mes siguiente, dado que están siendo observados, tener un mejor comportamiento”.
“Fueron trabajos interesantes en el sentido que se pueden hacer cambios sin que todo pase por prohibir o por subir precios o aumentar impuestos, van a haber cosas que, si lo ameritan, pero hay pequeños cambios que uno puede conseguir sin tener que llegar a esas medidas. Eso es lo que yo destaco, el valor de estos modelos de comportamiento en generar pequeños cambios en las personas y en las sociedades”, finaliza Marcela Jaime.
Los investigadores Pablo Camus, del Instituto de Historia de la Universidad Católica y Fabián Jaksic, del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES UC, analizaron los vínculos entre este catastrófico evento climático y los cambios políticos sucedidos en Chile con posterioridad.
Entre el 25 y el 28 de junio de 1982, 123,6 milímetros de agua precipitaron entre las regiones de Coquimbo y el Maule en solo 96 horas, en una enérgica expresión del fenómeno climático conocido como El Niño. Tal cantidad de agua provocó la salida de ríos, esteros y canales, afectando la infraestructura y equipamiento de varias ciudades y de miles de viviendas. En Santiago, se desbordaron el río Mapocho, el canal San Carlos, el zanjón de la Aguada, y los canales San Ramón, Las Perdices, El Carmen y El Canelo, interrumpiendo el tránsito vehicular y provocando cortes de energía, agua y teléfono. Diversas poblaciones y campamentos, así como los asentamientos situados junto a los canales de regadío y los ríos, fueron arrasados por las aguas.
Los investigadores Pablo Camus Gayán, del Instituto de Historia de la Universidad Católica y Fabián Jaksic, del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES UC, analizaron las consecuencias que este evento climático tuvo sobre el Chile de comienzos de los 80 desde un punto de vista socio-biológico y cultural. Sus conclusiones, fueron plasmadas en el paper titulado “Los temporales de 1982 y la crisis económica, política y social de la dictadura en Chile”, publicado en la revista Historia y Geografía de la Universidad Católica Silva Henríquez.
A juicio de los autores, las inundaciones, la recesión económica y la falta de ayuda por parte del Estado en un contexto de dictadura, estimularon la organización de ollas comunes entre los pobladores afectados por el desastre, constituyéndose así en la principal herramienta para hacer frente a la crisis desencadenada por los temporales y revitalizando los lazos de solidaridad que fueron la base para hacer frente a la dictadura.
“Estas organizaciones fueron el germen del reencuentro social y político de los pobladores, tras el largo “temporal” iniciado con el golpe militar de 1973”, plantean los investigadores “Así, ante un Estado ausente, las inundaciones de 1982 se transformaron en el inicio del fin de la dictadura militar”, relevando así cómo los fenómenos ambientales pueden servir de catalizadores o potenciadores de transformaciones sociales de gran magnitud.
“Lo que nos propusimos con el Profesor Camus fue explicar cómo los fenómenos climáticos dentro de un mismo lugar conllevan o están asociadas a cambios sociales”, explica el también académico de la Universidad Católica y Premio Nacional de Ciencias Naturales, Fabián Jaksic. “Me refiero, en este caso, a fenómenos como la oscilación climática del sur —el Niño o la Niña— que trae tanto exceso de precipitaciones durante el Niño, como escasez de precipitaciones y sequías durante la Niña, dentro de un mismo territorio. Dadas esas fluctuaciones climáticas, que afectan a una determinada sociedad, lo que ocurre allí como respuesta a estas oscilaciones son medidas de tipo políticas, pero que dependen por supuesto del tipo de regimen político imperante”.
Otra de estas medidas, empujada por la catástrofe de 1982, fue una de las más grandes operaciones urbanas de erradicación de familias hacia la periferia de la capital, alejando a las personas de sus fuentes de trabajo y llevándolas a zonas sin la infraestructura urbana necesaria ni acceso a bienes y servicios básicos, concentrando la pobreza y generando problemas psicosociales anexos como narcotráfico, violencia e inseguridad, lo que hasta el día de hoy tiene un alto costo social. “Lo que ocurrió durante las inundaciones del 82 fue una tremenda segregación de la población”, acota Jaksic.
El trabajo es una reseña histórica que relata, con lujo de detalles, el firme e ineludible vínculo que existe entre los procesos sociales y naturales, que, en muchos casos, la investigación científica descarta a favor de una mirada más atomizada frente a la realidad. Ante esto, Jaksic y Camus se preguntan: ¿podemos considerar a la Naturaleza como un actor de los acontecimientos históricos? Los autores consideran que, al menos para el caso de los temporales de 1982-83, sí, pues funcionaron como un “factor coadyuvante” que daría comienzo a la larga agonía del regimen de Pinochet.
Para el director de CAPES, el recrudecimiento de los efectos del cambio climático sólo acelerará el surgimiento de miradas más interdisciplinarias para explicar los fenómenos climáticos y ambientales: “Antiguamente una pandemia como la gripe española de 1928, ocurrían una vez en la vida de una persona. Lo mismo las grandes sequías e inundaciones. En cambio, moviéndonos a tiempos más recientes, lo que el cambio climático hace es aumentar la frecuencia de estas perturbaciones climáticas en el lapso de una generación. Y si las grandes fluctuaciones del pasado están asociadas con cambios importantes en el comportamiento institucional es individual de un país, hay que ponerle atención a cómo estas fluctuaciones pueden acelerar también las respuestas sociales de Chile y el mundo hoy. Una de las cosas que pueden pasar, por ejemplo, es que cuando la gente se dé cuenta de que el agua no es tan abundante como creíamos, vamos a tener respuestas sociales y culturales importantes” vaticina.
Neguén es una aplicación móvil que busca acercar la naturaleza a lo cotidiano a través del arte, el conocimiento y la tecnología. Invita a descubrir distintas especies que viven en nuestro territorio y a reconocer las redes de vida y de colaboración que existen entre ellas.
La primera versión de Neguén fue liberada para todo público el pasado 24 de junio, una fecha significativa, cercana al solsticio de invierno en que la cosmovisión mapuche celebra la renovación de un nuevo ciclo para la madre tierra, el We Tripantu.
Neguén es una aplicación, disponible para teléfonos móviles Android y iPhone, que invita a mirar afuera y descubrir las redes silvestres que forman las distintas especies en la naturaleza. Lo primero que tienes que hacer, después de instalar y abrir la app, es buscar un zorzal, una de las aves más comunes de nuestro territorio, y al encontrarlo, registrarlo y subirlo a tu mapa, podrás conocer las especies que se relacionan con este animal. A medida que vas registrando estas nuevas especies, irás conociendo otras aves, insectos, animales, plantas y árboles que forman la red de la vida natural de la que somos parte.
“En el caso de Neguén, la motivación comienza por el arte, se ejecuta por la ciencia y se implementa con la tecnología. Qué motivador es para mi presenciar esta interacción virtuosa de estas tres formas de obtener y transmitir conocimiento”, manifestó Fabián Jaksic, director de CAPES, en sus palabras de saludo durante la presentación de la app, realizada por las redes sociales de Neguén.
Con motivo del lanzamiento, también se realizó el conversatorio “¿Podemos reconectarnos con la naturaleza desde lo cotidiano?” en el que participaron Claudia Müller, artista visual y académica UC, Trinidad Swinburn, diseñadora gráfica UX-UI, Nicolás Lagos, investigador y fotógrafo documental, Carla Christie, bióloga marina y comunicadora científica, y María de los Ángeles Medina, arquitecta y directora del proyecto.
Una de las pantallas de la App.
“Esta es una aplicación bien paradójica porque está en el teléfono, pero nos está invitando a que tengamos un momento fuera y reconozcamos a las especies con las que convivimos, que no son todas palomas, que tienen nombres, hábitos, rutinas que están mezcladas con las de nosotros todos los días y que son las especies que mantienen viva a la naturaleza que nos mantiene vivos a todos. La ecología urbana funciona y queremos que ustedes puedan observarla a través de esta aplicación”, manifestó la directora de la iniciativa.
Además, durante la actividad, se premiaron las tres mejores historias del concurso #miamigosilvestre realizado en el canal de Instagram de Neguén, y cuyas ganadoras fueron Loreto (@detectivesdelanaturaleza), que presentó una historia que siguió a unos huevos que eclosionaron en orugas y luego se transformaron en mariposas; Isidora (@isidoraoh), que envió un reel sobre dos tórtolas que anidaron en su terraza y Marisol (@mar_y_solpaz), con un video sobre una pequeña avispa que apareció en un plato y observó atentamente con una lupa.
El proyecto fue financiado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación mediante su Concurso de Divulgación y Valoración de la CyT, versión XXIII, contó con el apoyo del Ministerio del Medio Ambiente y de CAPES a través de la asesoría científica de Francisca Boher, veterinaria, ecóloga y encargada de la unidad de transferencia del Centro. Pueden seguir al proyecto en sus redes sociales, en la web neguen.cl y bajar la app desde la plataformas de Apple y Android.
Texto: Comunicaciones CAPES Foto: María de los Ángeles Medina, Neguén
En las cortezas de lengas, coigües y araucarias del bosque patagónico se escondió, durante siglos, el eslabón perdido del que nacen todas las cervezas lager del mundo. Un grupo de investigadores nacionales trabaja hoy con esta nueva levadura nativa para crear la primera cerveza local con denominación de origen.
Pálidas, espesas, frutales, de cebada o de trigo. Sea cual sea el estilo, la cerveza es una de las bebidas alcohólicas más apetecidas por los chilenos. Con una ingesta anual de 52,6 litros per cápita (según datos de 2019), Chile es el cuarto mayor consumidor de este aromático fermento en Latinoamérica, sólo superado por México, Brasil y Colombia.
Sin embargo, pese al éxito local de la famosa “birra” o “chela” (ni siquiera enlentecido por pandemias o cuarentenas) todas las variedades de cervezas presentes en Chile, incluidas las marcas nacionales, tienen un origen “extranjero”, al menos en los que respecta a las levaduras con las que se elaboran.
Tomemos el caso de la lager, el tipo de cerveza más consumida no sólo en Chile, sino también en el mundo. Identificable por un sabor acentuado (que se degusta mejor en frío) y una coloración dorada (al menos en sus versiones más comunes), el 95% de la industria que produce esta cerveza utiliza, para su fermentación, una variedad de levadura conocida como Saccharomyces pastorianus, desarrollada a lo largo de 500 años en la región de Bavaria, al sudeste de la actual Alemania.
Al menos desde 1985, se sabe que S. pastorianus es una levadura híbrida, es decir, el resultado de la combinación de dos especies puras de levadura. Mientras la mitad de sus genes procede de la mucho más común Saccharomyces cerevisiae (usada en la fabricación de cervezas Ale, o “de fermentación alta”), la otra mitad proviene de una especie cuya identidad eludió por muchos años a los científicos.
La levadura que cruzó el charco
Eso, hasta el año 2011, cuando un grupo de investigadores liderados por el argentino Diego Libkind hallaron una nueva variedad del género Saccharomyces al otro lado del mundo, en los bosques patagónicos trasandinos. La nueva especie, descubrieron, no sólo era similar a S. pastorianus en su capacidad para fermentar a bajas temperaturas, sino que compartía buena parte de su composición genética. De hecho, coincidía en un 99,5% con la mitad de los genes de S. pastorianus que aún faltaban por identificar. Estudios taxonómicos posteriores confirmaron, finalmente, que se trataba ni más ni menos que de la madre “perdida” de las levaduras lager europeas.
Otros científicos han especulado que S. eubayanus, el nombre otorgado a esta nueva levadura, pudo haber viajado a través del Atlántico en las patas de moscas frutícolas que pululaban alrededor de barriles de cerveza o de jugo de fruta, pudiendo sobrevivir el viaje de un continente a otro gracias a su habilidad para soportar el frío. Ya en Europa, S. eubayanus se habría reproducido sexualmente con S. cerevisiae para dar vida a S. pastorianus, que, pese a ser una especie estéril, pudo replicarse gracias a las condiciones provistas por los maestros cerveceros bávaros que la trabajaron. De todos modos, aún no se ha logrado encontrar en el continente europeo una cepa pura de S. eubayanus que confirme esta hipótesis.
Al otro lado de los Andes
Donde S. eubayanus sí parece haber prosperado es cruzando la cordillera, en el extenso bosque de Nothofagus de la Patagonia chilena. Allí fue donde el biólogo evolutivo Roberto Néspolo (Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad y Universidad Austral), junto al genetista Francisco Cubillos (Instituto Milenio de Biología Integrativa y Universidad de Santiago) no sólo confirmaron el origen patagónico de esta diáspora hacia el hemisferio norte, sino que revelaron que el linaje genético de esta “levadura madre” también alcanzó otras regiones del globo, en un proceso de co-ocurrencia evolutiva.
Esto, gracias a un muestreo realizado entre 2017 y 2018 a lo largo de 2.000 kilómetros de bosque, cubriendo 10 parques y reservas nacionales entre la región del Maule y la de Magallanes, donde se recolectaron cepas de S. eubayanus provenientes de cortezas de lengas (Nothofagus pumilio), coigües (N. dombeyi), ñirres (N. antartica) y araucarias (Araucaria araucana).
A partir de estas muestras, los investigadores aislaron 160 cepas de S. eubayanus, logrando secuenciar el genoma de 83 de ellas, y develando la gran diversidad genética de esta levadura en la región. “Durante nuestra investigación, se demostró que la distribución actual de esta levadura tiene su origen y su máxima diversidad en la Patagonia chilena”, explica Néspolo. “Desde Talca a Karukinka logramos conocer las diferencias de la capacidad fermentativa de la levadura, que es enorme, y cómo varía, por ejemplo, con la altitud y la temperatura; es un patrimonio muy grande que no se conocía antes de esta investigación”.
Cerveza chilensis
Además del completo análisis filogenético —a cargo del investigador iBio Carlos Villarroel con apoyo de Pablo Sáenz, del Instituto de Ciencias Ambientales y Evolutivas (UACh) — realizado a estas muestras, los investigadoresidentificaron un grupo particular de cepas con gran potencial para la fabricación de cerveza, mediante una evaluación de las distintas capacidades fermentativas de estas levaduras y su producción de compuestos volátiles.
Francisco Cubillos y Roberto Néspolo
Las levaduras son un hongo unicelular que transforma los azúcares del mosto (el líquido extraído del remojado de la malta) en alcohol y CO2, proceso conocido como fermentación, requerido para la fabricación de cerveza, vino, y otros alcoholes fermentados.
Una vez identificadas las cepas de mejor desempeño, Néspolo y Cubilloscontinuaron trabajando en S. eubayanus de modo de testar su tolerancia al frío y realizar un constante mejoramiento genético de sus atributos de fermentación y adaptación. Ello, con miras a promover “la generación de nuevos híbridos lager para la elaboración de cerveza, así como el uso de S. eubayanus por si sola”, en palabras del genetista.
El primer paso para el cumplimiento de estos objetivos fue el levantamiento del proyecto “Levaduras nativas para cerveza artesanal” iniciativa ganadora de Fondo para la Innovación y la Competitividad (FIC) del Gobierno y el Consejo Regional de Los Ríos, encabezada por el ingeniero José Ruiz, y que contó con la colaboración del Instituto Milenio iBio, FONDECYT y CAPES.
El proyecto, iniciado en 2019, incluyó la firma de un convenio con representantes de la empresa cervecera local Bundor en 2019, lo que les permitió a los investigadores iniciar el trabajo experimental de extracción, aislamiento y análisis de estas cepas, para luego, en una segunda etapa, “trabajar con algunos productores en un análisis más masivo de esta levadura nativa como un producto comercializable”, cuenta Néspolo.
A estas primeras sinergias se sumó la construcción en Valdivia de un laboratorio especialmente ambientado para la producción de cerveza fermentada con esta cepa nativa, cuya instalación y funcionamiento estuvo en manos de la cervecería Sayka, en Valdivia, y contó con la asesoría permanente del equipo investigador de S. eubayanus.
Fue así como, después de muchas pruebas e intentos, en 2020 nació “Lenga”, la primera cerveza artesanal de Chile con denominación de origen. Los encargados de producir y distribuir la cerveza fue la cervecería Growler, ubicada en Isla Teja, quienes recibieron de los científicos el primer concentrado de levadura con la misión de elaborar y distribuir los primeros 120 litros del producto.
“Nos gustó harto el sabor que se logró de esta cerveza, que es como a frutas maduras”, comentó en su momento Patricio González, maestro cervecero al mando de su producción.
El equipo investigador junto a miembros de la cervecería Sayka durante la inauguración de un laboratorio acondicionado para la producción de la cerveza nativa.
Próximos pasos
Desde entonces, la cerveza creada con esta levadura nativa ha pasado por distintas etapas de validación, como una reciente cata realizada en abril, donde un panel de catadores, expertos y aficionados provenientes de Valdivia, Los Lagos y Santiago calificaron tres tipos de cervezas fermentadas con esta cepa: un mosto Stout de la cervecera Cuello Negro, un mosto hazy ipa, de El Growler y una variación del mosto hoppy lager, de Sayka.
La cata se enmarcó en un nuevo proyecto FIC 20-32 denominado “Apoyando la reactivación económica de Cervecerías Artesanales de Cepas Nativas”, que también significó la creación de un Laboratorio Especializado de Análisis de Cerveza Artesanal de la Región de Los Ríos, el cual seguirá promoviendo la producción y comercialización de este producto, 100% local, en la zona.
Para Roberto Néspolo estos estudios no sólo han enriquecido la ciencia en torno a la enorme diversidad microbiológica presente en nuestros bosques del sur, sino que ha abierto y abrirá “cientos de posibilidades para la industria cervecera, así como para otros rubros”.
Todo gracias a un pequeño hongo unicelular adaptado al frío, encontrado en la corteza de un árbol.
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Contacto: Magdalena Vargas R. Coordinadora Dirección de Extensión, Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal UC Email: [email protected]