Francisco Bozinovic es el nuevo Premio Nacional de Ciencias Naturales 2020

El galardonado, anunciado hoy por el jurado a cargo de esta designación, se convierte en el premiado número 15 en recibir este reconocimiento, creado en 1992 a partir del antiguo Premio Nacional de Ciencias.

Bozinovic es académico de la Pontifica Universidad Católica de Chile e investigador con más de 30 años de trayectoria. Entre sus áreas de estudio, destacan importantes avances en el desarrollo de la biología integrativa y la fisiología evolutiva de los organismos, tanto en Chile como en Latinoamérica.

Este viernes, por decisión unánime, un jurado presidido por el ministro de Educación y conformado por destacadas autoridades universitarias y miembros de la academia designó al académico y biólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Dr. Francisco Bozinovic Kuscevic, como nuevo Premio Nacional de Ciencias Naturales para el año 2020.

En su nominación, el jurado reconoció en Bozinovic un investigador que «ha dado pruebas contundentes de contar con una comunidad científica que lo reconoce y valora no solo por sus hallazgos y brillantes estudios, sino porque ha puesto la mirada en el largo plazo al orientar su trabajo académico hacia la sociedad y la educación de los más necesitados».

«Es un tremendo honor y reconocimiento de mi país, no solo a mi, sino a las personas que trabajan y han trabajado conmigo: alumnos, colegas, ayudantes» comentó el investigador al enterarse de la noticia.

De esta forma, el doctor en Ciencias se convierte en el premiado número 15 en recibir este reconocimiento, otorgado desde 1992 a “chilenos y chilenas que, por su excelencia, creatividad, aporte trascendente a la cultura nacional y al desarrollo del saber y de las artes, sea merecedores de este galardón”. Asimismo, es el segundo investigador de nuestro centro que obtiene este premio, luego de que nuestro director, Fabián Jaksic, lo recibiera en 2018.

Con más de 30 años de trayectoria en el campo de la biología evolutiva, el Dr. Bozinovic es mayormente conocido por haber iniciado y desarrollado un nuevo paradigma científico al interior de este campo, conocido como hoy como Biología Integrativa. Éste innovador enfoque reúne saberes de la fisiología, el medio ambiente y la biogeografía para un mejor entendimiento de las estructuras y comportamientos inherentes de los organismos vivos y la interacción con sus entornos.

El rector de la Universidad Católica, Ignacio Sánchez, valoró la designación del académico, calificándolo como “un investigador pionero y creativo”. “La capacidad del Profesor Bozinovic le ha permitido no solo desarrollar sus propios intereses, sino que además integrar grupos de trabajo en otras áreas de la biología básica y aplicada con aproximaciones teóricas y experimentales multifactoriales” expresó en su carta de apoyo a la postulación.

Nacido en Punta Arenas en 1959, Bozinovic es nieto de inmigrantes serbio-croatas (ex yugoslavos), e hijo de padre chileno y madre argentina. En 1980, ingresó a la Licenciatura de Ciencias con mención en Biología de la Universidad de Chile, interesándose por entonces en estudiar los múltiples aspectos teóricos y experimentales de la biología animal comparativa y las complejidades de la diversidad biológica en todos sus niveles de organización. Concluyó sus estudios formales mediante un doctorado iniciado y acabado en apenas tres años, como parte del equipo de investigación del Prof. Mario Rosenmann.

El Dr. Bozinovic es autor y co-autor de más de 300 artículos científicos en revistas de corriente principal, como Nature, Proceedings of the National Academy of Sciences y Ecology Letters, y cerca de 20 libros y capítulos de libros, entre los que se encuentra la primera publicación de su especialidad escrita en español, “Fisiología Ecológica & Evolutiva: Teoría y Casos de Estudio en Animales”.

A estos títulos, también se suma su trabajo en el campo de la divulgación científica, especialmente dedicado a la alfabetización de la ciencia en públicos infantiles y adolescentes con libros como “Ecopreguntas para niños curiosos” y “Biodiversidad para jóvenes diversos”.

Además de su vasta producción científica, el Prof. Bozinovic ha formado a incontables generaciones de biólogos y fisiólogos evolutivos, haciendo verdadera escuela en el área de la biología integrativa. De hecho, los 30 magísteres y doctorados formados directamente bajo el alero del investigador han generado a su vez a otros 40 investigadores, y éstos últimos a otros 10 “bisnietos académicos”, como Bozinovic gusta en llamarles, a la fecha.

Actualmente, el Prof. Bozinovic desempeña como académico, director de Investigación y director del Departamento de Ecología de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica de Chile, además de subdirector e investigador asociado del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES UC.

Asimismo, el biólogo integrativo ha sido un promotor activo de una ciencia y sociedades más inclusivas y conscientes de la diversidad de funciones presentes tanto en la naturaleza, como en nuestras comunidades humanas. Es en esta línea que impulsó y gestionó la creación del Centro Multidisciplinario UC – Síndrome de Down, del que hoy es subdirector. La misión del centro es entregar investigación acerca de este síndrome y apoyo a las personas que viven con él, así como a sus familias.

El Dr. Bozinovic en expresado que su meta última es “lograr una sociedad que responda positivamente a la diversidad entre las personas y a las diferencias individuales, siento esta diversidad una oportunidad para vivir en un mundo mejor y sin barreras”.

El Premio Nacional de Ciencias Naturales es el pináculo de una serie de distinciones recibidas por Bozinovic a lo largo de su carrera, tales como su membresía a la Academia Chilena de Ciencias (2006), a la Latin American Academy of Science (2019), la Fellow de John Simon Guggenheim (2010), y la distinción Profesor Honoris causa de la Universidad Austral de Chile (2019).

Francisco Bozinovic es el nuevo Premio Nacional de Ciencias Naturales 2020

El galardonado, anunciado hoy por el jurado a cargo de esta designación, se convierte en el premiado número 15 en recibir este reconocimiento, creado en 1992 a partir del antiguo Premio Nacional de Ciencias.

Bozinovic es académico de la Pontifica Universidad Católica de Chile e investigador con más de 30 años de trayectoria. Entre sus áreas de estudio, destacan importantes avances en el desarrollo de la biología integrativa y la fisiología evolutiva de los organismos, tanto en Chile como en Latinoamérica.

Este viernes, por decisión unánime, un jurado presidido por el ministro de Educación y conformado por destacadas autoridades universitarias y miembros de la academia designó al académico y biólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Dr. Francisco Bozinovic Kuscevic, como nuevo Premio Nacional de Ciencias Naturales para el año 2020.

En su nominación, el jurado reconoció en Bozinovic un investigador que «ha dado pruebas contundentes de contar con una comunidad científica que lo reconoce y valora no solo por sus hallazgos y brillantes estudios, sino porque ha puesto la mirada en el largo plazo al orientar su trabajo académico hacia la sociedad y la educación de los más necesitados».

«Es un tremendo honor y reconocimiento de mi país, no solo a mi, sino a las personas que trabajan y han trabajado conmigo: alumnos, colegas, ayudantes» comentó el investigador al enterarse de la noticia.

De esta forma, el doctor en Ciencias se convierte en el premiado número 15 en recibir este reconocimiento, otorgado desde 1992 a “chilenos y chilenas que, por su excelencia, creatividad, aporte trascendente a la cultura nacional y al desarrollo del saber y de las artes, sea merecedores de este galardón”. Asimismo, es el segundo investigador de nuestro centro que obtiene este premio, luego de que nuestro director, Fabián Jaksic, lo recibiera en 2018.

Con más de 30 años de trayectoria en el campo de la biología evolutiva, el Dr. Bozinovic es mayormente conocido por haber iniciado y desarrollado un nuevo paradigma científico al interior de este campo, conocido como hoy como Biología Integrativa. Éste innovador enfoque reúne saberes de la fisiología, el medio ambiente y la biogeografía para un mejor entendimiento de las estructuras y comportamientos inherentes de los organismos vivos y la interacción con sus entornos.

El rector de la Universidad Católica, Ignacio Sánchez, valoró la designación del académico, calificándolo como “un investigador pionero y creativo”. “La capacidad del Profesor Bozinovic le ha permitido no solo desarrollar sus propios intereses, sino que además integrar grupos de trabajo en otras áreas de la biología básica y aplicada con aproximaciones teóricas y experimentales multifactoriales” expresó en su carta de apoyo a la postulación.

Nacido en Punta Arenas en 1959, Bozinovic es nieto de inmigrantes serbio-croatas (ex yugoslavos), e hijo de padre chileno y madre argentina. En 1980, ingresó a la Licenciatura de Ciencias con mención en Biología de la Universidad de Chile, interesándose por entonces en estudiar los múltiples aspectos teóricos y experimentales de la biología animal comparativa y las complejidades de la diversidad biológica en todos sus niveles de organización. Concluyó sus estudios formales mediante un doctorado iniciado y acabado en apenas tres años, como parte del equipo de investigación del Prof. Mario Rosenmann.

El Dr. Bozinovic es autor y co-autor de más de 300 artículos científicos en revistas de corriente principal, como Nature, Proceedings of the National Academy of Sciences y Ecology Letters, y cerca de 20 libros y capítulos de libros, entre los que se encuentra la primera publicación de su especialidad escrita en español, “Fisiología Ecológica & Evolutiva: Teoría y Casos de Estudio en Animales”.

A estos títulos, también se suma su trabajo en el campo de la divulgación científica, especialmente dedicado a la alfabetización de la ciencia en públicos infantiles y adolescentes con libros como “Ecopreguntas para niños curiosos” y “Biodiversidad para jóvenes diversos”.

Además de su vasta producción científica, el Prof. Bozinovic ha formado a incontables generaciones de biólogos y fisiólogos evolutivos, haciendo verdadera escuela en el área de la biología integrativa. De hecho, los 30 magísteres y doctorados formados directamente bajo el alero del investigador han generado a su vez a otros 40 investigadores, y éstos últimos a otros 10 “bisnietos académicos”, como Bozinovic gusta en llamarles, a la fecha.

Actualmente, el Prof. Bozinovic desempeña como académico, director de Investigación y director del Departamento de Ecología de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica de Chile, además de subdirector e investigador asociado del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES UC.

Asimismo, el biólogo integrativo ha sido un promotor activo de una ciencia y sociedades más inclusivas y conscientes de la diversidad de funciones presentes tanto en la naturaleza, como en nuestras comunidades humanas. Es en esta línea que impulsó y gestionó la creación del Centro Multidisciplinario UC – Síndrome de Down, del que hoy es subdirector. La misión del centro es entregar investigación acerca de este síndrome y apoyo a las personas que viven con él, así como a sus familias.

El Dr. Bozinovic en expresado que su meta última es “lograr una sociedad que responda positivamente a la diversidad entre las personas y a las diferencias individuales, siento esta diversidad una oportunidad para vivir en un mundo mejor y sin barreras”.

El Premio Nacional de Ciencias Naturales es el pináculo de una serie de distinciones recibidas por Bozinovic a lo largo de su carrera, tales como su membresía a la Academia Chilena de Ciencias (2006), a la Latin American Academy of Science (2019), la Fellow de John Simon Guggenheim (2010), y la distinción Profesor Honoris causa de la Universidad Austral de Chile (2019).

Seminario web «Acciones para la fruticultura sustentable» | 20 de agosto | 17:00 hrs.

La Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en colaboración con SubSole, Primafruit, Centro UC Cambio Global, y CAPES, invitan al seminario web «Acciones para la fruticultura sustetable, en el marco de un proyecto FIC de la región de O’Higgins, este 20 de julio a las 17:00 hrs.

Este webinar tratará temas asociados a cambio climático y biodiversidad, su importancia para los mercados locales e internacionales y las iniciativas posibles de implementar a nivel predial. Este evento contará con la participación de actores del mundo público, privado y la academia, para poder discutir alternativas para la fruticultura en un contexto de crisis climática.

Inscripciones en este enlace.

Seminario web «Acciones para la fruticultura sustentable» | 20 de agosto | 17:00 hrs.

La Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en colaboración con SubSole, Primafruit, Centro UC Cambio Global, y CAPES, invitan al seminario web «Acciones para la fruticultura sustetable, en el marco de un proyecto FIC de la región de O’Higgins, este 20 de julio a las 17:00 hrs.

Este webinar tratará temas asociados a cambio climático y biodiversidad, su importancia para los mercados locales e internacionales y las iniciativas posibles de implementar a nivel predial. Este evento contará con la participación de actores del mundo público, privado y la academia, para poder discutir alternativas para la fruticultura en un contexto de crisis climática.

Inscripciones en este enlace.

Las plantas que cambiaron la vida en el desierto

Mediante la construcción de una base de datos que incluyó más de 1.216 registros arqueobotánicos, el estudio buscó reconstruir la historia de la interacción humano-vegetal en la región de Atacama.

Un estudio de investigadores de la Universidad Católica de Chile, Católica del Norte, Tarapacá y Arizona (Tucson, EEUU), reunió toda la evidencia arqueobotánica disponible sobre los últimos 13.000 años en el desierto de Atacama para comprender cómo las poblaciones pre-Colombinas manejaron los recursos vegetales de la región, alterando los ecosistemas del desierto más árido del planeta.

Los autores, entre quienes se encuentra la ecóloga CAPES, Eugenia Gayo, descubrieron que desde el poblamiento inicial del Atacama al final del último período glacial, hasta la consolidación del dominio Inca, en el siglo XV, estos pueblos gestionaron y utilizaron una amplia variedad de plantas para subsistir.

Sin embargo, no fue hasta finales del Holoceno, hace aproximadamente 3.000 años, que la introducción de diversas especies vegetales domesticadas –e incluidos de algunos cultivos agrícolas– y nuevas técnicas de control de agua llevaron al establecimiento de un conjunto de alimentos básicos que perviven hasta hoy.

Un relato en fragmentos

Para “reconstruir la historia de la interacción humano-vegetal en la región de Atacama”, como describen en su trabajo, Gayo y compañía elaboraron una base de datos que recopiló más de 150 publicaciones con información de plantas presentes en sitios arqueológicos, pudiendo rastrear cronológica y geográficamente los usos de las plantas a través de la región, ya fuese como alimento, medicina, forraje, combustible, construcción o artesanías.

“Los usos que estos pueblos dieron a las plantas fueron diversos, y tempranamente, se reconocieron las propiedades de las especies que crecen en las diferentes zonas ecogeográficas del Atacama” comenta Gayo. “Lo más impresionante, es que los habitantes del Atacama recorrían extensas áreas o bien implementaron redes de intercambio para acceder a estos recursos. Esto nos sugiere, que las plantas representaron un recurso valioso y apetecido”.

Los 1.216 registros de plantas recabados, entregaron un panorama histórico de las plantas tanto silvestres como domésticas que las sociedades Pre-Colombinas usaron a lo largo de las 8 fases culturales características de ese período: desde los primeros pobladores paleoindios de hace 17.000 años hasta la expansión Inca ocurrida 600 años atrás. A lo largo de ese tiempo, caracterizado por variaciones en las condiciones ambientales y la disponibilidad de los recursos hídricos- las plantas constituyeron recursos valiosos que permitieron la persistencia continua de poblaciones en una de las regiones más extremas del planeta: “Los habitantes del Atacama manejaron los vegetales con un acabado y sofisticado conocimiento de los ecosistemas locales” señalan los investigadores, “y crearon extensas redes de interacción y movilidad para adquirir plantas de fuera de las ecozonas en las que vivían de manera más permanente”.

Si bien durante los primeros milenios de ocupación humana, las plantas probablemente constituyeron un recurso marginal para la subsistencia, con el paso del tiempo los cazadores-recolectores comenzaron a manejar e incorporar en sus vidas cotidianas una gran cantidad de plantas silvestres, particularmente aquellas provenientes de humedales existentes en la cordillera de la Costa y en riberas de los escasos ríos que atraviesan el desierto, comentan los investigadores.

Entre las plantas silvestres más utilizadas por los primeros habitantes, se encontraron distintas especies de especies nativas como el tamarugo; el chañar; la totora; la soroma o brea, y una inmensa variedad de cactus.

La revolución verde prehispánica

Un hito importante en la historia de la relación entre humanos y vegetales ocurrió durante el llamado “Período Formativo” (4.000-1.700 años atrás), escenario de un incremento significativo en la diversidad y riqueza de las plantas usadas por las sociedades pre-Colombinas del Atacama. Tras miles de años de intensa sequía, la disponibilidad de agua en este período permitió el cultivo “in situ” de especies vegetales. Las plantas que comenzaron a domesticarse por esos años fueron el maíz; el algodón de Pima y de Tangüis; los porotos; el mate; la quínoa, y la planta de coca, entre otros.

Este cambio, que los investigadores denominaron la “Revolución verde prehispánica”, también involucró la introducción de “técnicas hidráulicas” que permitieron manejar el agua para mantener cultivos a través del desierto, y que probablemente permitió un explosivo crecimiento en los tamaños poblacionales. Por ejemplo, en lo que hoy conocemos como la Pampa del Tamarugal se establecieron aldeas a las cuales se asocian extensos campos de cultivos complejamente irrigados.

“La explosión de productividad que las actividades humanas generaron en algunas áreas del Atacama tras la expansión de la agricultura implico que el paisaje hiperarido del desierto (que a simple vista parece no tener vida) se trasformó en un ambiente lleno de campos de cultivos, los cuales fueron irrigados artificialmente y fertilizados utilizando técnicas agroforestales o simplemente añadiendo guano (estiércol)», explica la investigadora. “Es un cambio, impresionante, que no sólo permitió asentamientos humanos en el desierto más árido del planeta, pero que además dejo testimonios claros. Aún se aprecian los campos de cultivos con canales abandonados en torno a aldeas prehispánicas”.

Esta revolución verde, en opinión de Gayo, también “pudo haber gatillado la introducción de especies consideradas “típicas del desierto” (como el Algarrobo, que se introdujo hace unos 2.000 años), modificado el ciclo natural del nitrógeno, y probablemente el mantenimiento de ganado (llamas y alpacas) donde actualmente es “inconcebible””.

Sin embargo, los investigadores también evidencian que la diversidad de plantas domesticadas y silvestres utilizadas comenzó decrecer hace unos 1.700 años, a medida que el maíz y los frijoles comenzaron a adquirir relevancia a causa del advenimiento de estructuras políticas más centralizadas, como las instauradas por los Incas.

Atacama, laboratorio botánico

El estudio, publicado en la revista Vegetation History and Archaeobotany, constituye un esfuerzo que permitirá evaluar hipótesis sobre adaptaciones a ambientes extremos, además de la evolución de la interacción entre sociedad y ambiente: “existe una necesidad urgente de comprender la ecología y los impulsores de los cambios en la distribución de las plantas en el desierto de Atacama. A medida que este tipo de datos esté disponible para la interpretación sobre los patrones de distribución de las plantas modernas en el registro arqueológico, obtendremos conocimientos nuevos y más completos sobre cómo las sociedades del Atacama pudieron modificar los ecosistemas regionales de acuerdo sus variantes culturales” señalan los autores.

En este sentido, los habitantes Pre-Colombinos del Atacama pudieron haber representado verdaderos “ingenieros ecosistemicos” que a través de innovaciones tecnológicas y dinámicas culturales manejaron los recursos vegetales para su subsistencia.

“El trabajo mismo es bastante exótico, porque generalmente las plantas dejan escasas evidencias en los registros antiguos. Sin embargo, una de las particularidades del Atacama, es que debido a su intensa hiper aridez, se conservan de manera extraordinaria los restos vegetales en los contextos arqueológicos y paleoecológicos. De hecho, por esta razón hemos logrado entender, incluso, la vegetación que existía antes del poblamiento inicial de la región” detalló Gayo.

Las plantas que cambiaron la vida en el desierto

Mediante la construcción de una base de datos que incluyó más de 1.216 registros arqueobotánicos, el estudio buscó reconstruir la historia de la interacción humano-vegetal en la región de Atacama.

Un estudio de investigadores de la Universidad Católica de Chile, Católica del Norte, Tarapacá y Arizona (Tucson, EEUU), reunió toda la evidencia arqueobotánica disponible sobre los últimos 13.000 años en el desierto de Atacama para comprender cómo las poblaciones pre-Colombinas manejaron los recursos vegetales de la región, alterando los ecosistemas del desierto más árido del planeta.

Los autores, entre quienes se encuentra la ecóloga CAPES, Eugenia Gayo, descubrieron que desde el poblamiento inicial del Atacama al final del último período glacial, hasta la consolidación del dominio Inca, en el siglo XV, estos pueblos gestionaron y utilizaron una amplia variedad de plantas para subsistir.

Sin embargo, no fue hasta finales del Holoceno, hace aproximadamente 3.000 años, que la introducción de diversas especies vegetales domesticadas –e incluidos de algunos cultivos agrícolas– y nuevas técnicas de control de agua llevaron al establecimiento de un conjunto de alimentos básicos que perviven hasta hoy.

Un relato en fragmentos

Para “reconstruir la historia de la interacción humano-vegetal en la región de Atacama”, como describen en su trabajo, Gayo y compañía elaboraron una base de datos que recopiló más de 150 publicaciones con información de plantas presentes en sitios arqueológicos, pudiendo rastrear cronológica y geográficamente los usos de las plantas a través de la región, ya fuese como alimento, medicina, forraje, combustible, construcción o artesanías.

“Los usos que estos pueblos dieron a las plantas fueron diversos, y tempranamente, se reconocieron las propiedades de las especies que crecen en las diferentes zonas ecogeográficas del Atacama” comenta Gayo. “Lo más impresionante, es que los habitantes del Atacama recorrían extensas áreas o bien implementaron redes de intercambio para acceder a estos recursos. Esto nos sugiere, que las plantas representaron un recurso valioso y apetecido”.

Los 1.216 registros de plantas recabados, entregaron un panorama histórico de las plantas tanto silvestres como domésticas que las sociedades Pre-Colombinas usaron a lo largo de las 8 fases culturales características de ese período: desde los primeros pobladores paleoindios de hace 17.000 años hasta la expansión Inca ocurrida 600 años atrás. A lo largo de ese tiempo, caracterizado por variaciones en las condiciones ambientales y la disponibilidad de los recursos hídricos- las plantas constituyeron recursos valiosos que permitieron la persistencia continua de poblaciones en una de las regiones más extremas del planeta: “Los habitantes del Atacama manejaron los vegetales con un acabado y sofisticado conocimiento de los ecosistemas locales” señalan los investigadores, “y crearon extensas redes de interacción y movilidad para adquirir plantas de fuera de las ecozonas en las que vivían de manera más permanente”.

Si bien durante los primeros milenios de ocupación humana, las plantas probablemente constituyeron un recurso marginal para la subsistencia, con el paso del tiempo los cazadores-recolectores comenzaron a manejar e incorporar en sus vidas cotidianas una gran cantidad de plantas silvestres, particularmente aquellas provenientes de humedales existentes en la cordillera de la Costa y en riberas de los escasos ríos que atraviesan el desierto, comentan los investigadores.

Entre las plantas silvestres más utilizadas por los primeros habitantes, se encontraron distintas especies de especies nativas como el tamarugo; el chañar; la totora; la soroma o brea, y una inmensa variedad de cactus.

La revolución verde prehispánica

Un hito importante en la historia de la relación entre humanos y vegetales ocurrió durante el llamado “Período Formativo” (4.000-1.700 años atrás), escenario de un incremento significativo en la diversidad y riqueza de las plantas usadas por las sociedades pre-Colombinas del Atacama. Tras miles de años de intensa sequía, la disponibilidad de agua en este período permitió el cultivo “in situ” de especies vegetales. Las plantas que comenzaron a domesticarse por esos años fueron el maíz; el algodón de Pima y de Tangüis; los porotos; el mate; la quínoa, y la planta de coca, entre otros.

Este cambio, que los investigadores denominaron la “Revolución verde prehispánica”, también involucró la introducción de “técnicas hidráulicas” que permitieron manejar el agua para mantener cultivos a través del desierto, y que probablemente permitió un explosivo crecimiento en los tamaños poblacionales. Por ejemplo, en lo que hoy conocemos como la Pampa del Tamarugal se establecieron aldeas a las cuales se asocian extensos campos de cultivos complejamente irrigados.

“La explosión de productividad que las actividades humanas generaron en algunas áreas del Atacama tras la expansión de la agricultura implico que el paisaje hiperarido del desierto (que a simple vista parece no tener vida) se trasformó en un ambiente lleno de campos de cultivos, los cuales fueron irrigados artificialmente y fertilizados utilizando técnicas agroforestales o simplemente añadiendo guano (estiércol)», explica la investigadora. “Es un cambio, impresionante, que no sólo permitió asentamientos humanos en el desierto más árido del planeta, pero que además dejo testimonios claros. Aún se aprecian los campos de cultivos con canales abandonados en torno a aldeas prehispánicas”.

Esta revolución verde, en opinión de Gayo, también “pudo haber gatillado la introducción de especies consideradas “típicas del desierto” (como el Algarrobo, que se introdujo hace unos 2.000 años), modificado el ciclo natural del nitrógeno, y probablemente el mantenimiento de ganado (llamas y alpacas) donde actualmente es “inconcebible””.

Sin embargo, los investigadores también evidencian que la diversidad de plantas domesticadas y silvestres utilizadas comenzó decrecer hace unos 1.700 años, a medida que el maíz y los frijoles comenzaron a adquirir relevancia a causa del advenimiento de estructuras políticas más centralizadas, como las instauradas por los Incas.

Atacama, laboratorio botánico

El estudio, publicado en la revista Vegetation History and Archaeobotany, constituye un esfuerzo que permitirá evaluar hipótesis sobre adaptaciones a ambientes extremos, además de la evolución de la interacción entre sociedad y ambiente: “existe una necesidad urgente de comprender la ecología y los impulsores de los cambios en la distribución de las plantas en el desierto de Atacama. A medida que este tipo de datos esté disponible para la interpretación sobre los patrones de distribución de las plantas modernas en el registro arqueológico, obtendremos conocimientos nuevos y más completos sobre cómo las sociedades del Atacama pudieron modificar los ecosistemas regionales de acuerdo sus variantes culturales” señalan los autores.

En este sentido, los habitantes Pre-Colombinos del Atacama pudieron haber representado verdaderos “ingenieros ecosistemicos” que a través de innovaciones tecnológicas y dinámicas culturales manejaron los recursos vegetales para su subsistencia.

“El trabajo mismo es bastante exótico, porque generalmente las plantas dejan escasas evidencias en los registros antiguos. Sin embargo, una de las particularidades del Atacama, es que debido a su intensa hiper aridez, se conservan de manera extraordinaria los restos vegetales en los contextos arqueológicos y paleoecológicos. De hecho, por esta razón hemos logrado entender, incluso, la vegetación que existía antes del poblamiento inicial de la región” detalló Gayo.

Estudio revela las motivaciones de las personas para cuidar de un jardín urbano

El trabajo analizó las razones para jardinear en localidades de Suiza y Chile, sobre la base de una escala de 14 ítems. Los resultados sugieren que, más allá de los contextos culturales, las motivaciones para tener un jardín son similares entre las personas.

En plena pandemia de COVID-19, y en medio de una cuarentena de escala casi planetaria, espacios de recreación como los jardines urbanos y residenciales han cobrado especial importancia como zonas de descanso y distracción al interior de los hogares. Formas de paliar, en parte, las consecuencias negativas que trae el encierro para el bienestar físico y mental de las personas.

A estos beneficios, se suman una serie de servicios ecosistémicos provistos por este tipo de áreas verdes, las que poco a poco se han convertido en un objeto de interés para científicos y conservacionistas, quienes ven en su promoción y cuidado una herramienta clave en el desarrollo sustentable de nuestras urbes.

Es el caso de un estudio realizado por la académica de la Universidad de la Frontera e investigadora CAPES, Lorena Vieli, junto al investigador del Instituto de Investigación en Agricultura Orgánica de Suiza, Robert Home, el cual buscó conocer las principales motivaciones de los habitantes de zonas urbanas para mantener y administrar jardines domésticos en Chile y Suiza, y si estas motivaciones variaban dependiendo de los distintos contextos culturales de cada lugar.

Para ello, realizaron encuestas en tres localidades de Suiza (Lausanne, Bern y Zúrich) y en la ciudad de Temuco, Chile, notando que los dueños de jardines de ambos países comparten motivaciones similares a la hora de cuidar de estos ambientes, independiente del contexto en que habitan.

Las encuestas pidieron a las personas evaluar sus motivaciones para tener un jardín a partir de una lista de 14 ítems, basada en una escala diseñada por Home en 2017 junto a investigadores de la Universidad del Egeo. Estos ítems se agrupan en tres grandes categorías: restauración (con opciones como “estar al aire libre o “aprender la naturaleza”), aspectos sociales (“compartir con amigos” o “tener un lugar para que jueguen los niños”), y producción de alimentos (“producir comida” o “obtener grandes cosechas”).

Aun cuando los investigadores hallaron diferencias de puntuación en 12 de los 14 ítems consultados entre las muestras de Chile y Suiza, (un aspecto que atribuyen a las distintas formas de muestreo realizadas en cada país), los resultados indicaron una fuerte consistencia en la estructura de las respuestas. Ambos grupos, de hecho, puntuaron más alto los aspectos referidos a la interacción pasiva con los jardines, como “estar al aire libre” o “experimentar la belleza de la naturaleza”, mientras que los ítems asociados a la producción de alimentos tuvieron los menores puntajes.

“En general, las personas perciben tres grandes tipos de beneficios entregados por sus jardines residenciales” cuenta Lorena Vieli, autora del estudio, “el primero, al que llamamos de “restauración mental”, consiste en que al pasar tiempo en estos espacios las personas perciben que ‘descansan sus mentes’, es decir, se relajan y restauran la fatiga mental o estrés. Un segundo componente social se refiere a que el jardín es percibido como una instancia que facilita la socialización (pasar tiempo con familiares, amigos) y, finalmente, el componente de producción de alimento se refiere a que las personas perciben beneficios por la producción de alimentos en sus jardines. Lo interesante es que estudiamos jardines en Temuco, Chile, y también en ciudades de Suiza, y en ambos países las tres dimensiones fueron claramente identificadas”.

Los resultados obtenidos podrían indicar que las motivaciones para hacer jardinería representan una condición inherente del ser humano, la cual determinar la forma como las personas cuidan y administran sus jardines. “Es interesante, porque sugiere que la forma de percibir estos beneficios es bastante similar entre ciudades, y entre poblaciones de variables demográficas distintas, como edad, género, poder adquisitivo, y educación” explica la ingeniera agrónoma.

En cuanto al valor que este tipo de estudios puede tener para el desarrollo de políticas públicas que cuiden y fomenten la creación de jardines domésticos y comunitarios, Vieli señaló que “es relevante entender los beneficios que estas áreas pueden tener para la ciudad y sus habitantes. Los beneficios de los jardines residenciales son diversos, desde la conservación de especies, provisión de servicios ecosistémicos como la infiltración de agua, captura de carbono, regulación del microclima, entre otros; por eso, consideramos importante entender qué motiva a las personas a cuidar estos jardines residenciales para generar políticas coherentes con la conservación de estos espacios urbanos”.

El trabajo, titulado Psychosocial outcomes as motivations for urban gardening: A cross-cultural comparison of Swiss and Chilean gardeners, fue publicado en la revista Urban Forestry & Urban Greening.

Estudio revela las motivaciones de las personas para cuidar de un jardín urbano

El trabajo analizó las razones para jardinear en localidades de Suiza y Chile, sobre la base de una escala de 14 ítems. Los resultados sugieren que, más allá de los contextos culturales, las motivaciones para tener un jardín son similares entre las personas.

En plena pandemia de COVID-19, y en medio de una cuarentena de escala casi planetaria, espacios de recreación como los jardines urbanos y residenciales han cobrado especial importancia como zonas de descanso y distracción al interior de los hogares. Formas de paliar, en parte, las consecuencias negativas que trae el encierro para el bienestar físico y mental de las personas.

A estos beneficios, se suman una serie de servicios ecosistémicos provistos por este tipo de áreas verdes, las que poco a poco se han convertido en un objeto de interés para científicos y conservacionistas, quienes ven en su promoción y cuidado una herramienta clave en el desarrollo sustentable de nuestras urbes.

Es el caso de un estudio realizado por la académica de la Universidad de la Frontera e investigadora CAPES, Lorena Vieli, junto al investigador del Instituto de Investigación en Agricultura Orgánica de Suiza, Robert Home, el cual buscó conocer las principales motivaciones de los habitantes de zonas urbanas para mantener y administrar jardines domésticos en Chile y Suiza, y si estas motivaciones variaban dependiendo de los distintos contextos culturales de cada lugar.

Para ello, realizaron encuestas en tres localidades de Suiza (Lausanne, Bern y Zúrich) y en la ciudad de Temuco, Chile, notando que los dueños de jardines de ambos países comparten motivaciones similares a la hora de cuidar de estos ambientes, independiente del contexto en que habitan.

Las encuestas pidieron a las personas evaluar sus motivaciones para tener un jardín a partir de una lista de 14 ítems, basada en una escala diseñada por Home en 2017 junto a investigadores de la Universidad del Egeo. Estos ítems se agrupan en tres grandes categorías: restauración (con opciones como “estar al aire libre o “aprender la naturaleza”), aspectos sociales (“compartir con amigos” o “tener un lugar para que jueguen los niños”), y producción de alimentos (“producir comida” o “obtener grandes cosechas”).

Aun cuando los investigadores hallaron diferencias de puntuación en 12 de los 14 ítems consultados entre las muestras de Chile y Suiza, (un aspecto que atribuyen a las distintas formas de muestreo realizadas en cada país), los resultados indicaron una fuerte consistencia en la estructura de las respuestas. Ambos grupos, de hecho, puntuaron más alto los aspectos referidos a la interacción pasiva con los jardines, como “estar al aire libre” o “experimentar la belleza de la naturaleza”, mientras que los ítems asociados a la producción de alimentos tuvieron los menores puntajes.

“En general, las personas perciben tres grandes tipos de beneficios entregados por sus jardines residenciales” cuenta Lorena Vieli, autora del estudio, “el primero, al que llamamos de “restauración mental”, consiste en que al pasar tiempo en estos espacios las personas perciben que ‘descansan sus mentes’, es decir, se relajan y restauran la fatiga mental o estrés. Un segundo componente social se refiere a que el jardín es percibido como una instancia que facilita la socialización (pasar tiempo con familiares, amigos) y, finalmente, el componente de producción de alimento se refiere a que las personas perciben beneficios por la producción de alimentos en sus jardines. Lo interesante es que estudiamos jardines en Temuco, Chile, y también en ciudades de Suiza, y en ambos países las tres dimensiones fueron claramente identificadas”.

Los resultados obtenidos podrían indicar que las motivaciones para hacer jardinería representan una condición inherente del ser humano, la cual determinar la forma como las personas cuidan y administran sus jardines. “Es interesante, porque sugiere que la forma de percibir estos beneficios es bastante similar entre ciudades, y entre poblaciones de variables demográficas distintas, como edad, género, poder adquisitivo, y educación” explica la ingeniera agrónoma.

En cuanto al valor que este tipo de estudios puede tener para el desarrollo de políticas públicas que cuiden y fomenten la creación de jardines domésticos y comunitarios, Vieli señaló que “es relevante entender los beneficios que estas áreas pueden tener para la ciudad y sus habitantes. Los beneficios de los jardines residenciales son diversos, desde la conservación de especies, provisión de servicios ecosistémicos como la infiltración de agua, captura de carbono, regulación del microclima, entre otros; por eso, consideramos importante entender qué motiva a las personas a cuidar estos jardines residenciales para generar políticas coherentes con la conservación de estos espacios urbanos”.

El trabajo, titulado Psychosocial outcomes as motivations for urban gardening: A cross-cultural comparison of Swiss and Chilean gardeners, fue publicado en la revista Urban Forestry & Urban Greening.

Sergio Silva, y el rol de los técnicos en los estudios de ecología

Con más de 30 años de trabajo en esta disciplina, el biólogo nos cuenta de las aptitudes para gestionar y ejecutar estudios de campo prolongados y la especial relación entre científicos y técnicos en el éxito de todo proyecto de investigación.

El biólogo de la Universidad de Talca, Sergio Silva, llegó a la Pontificia Universidad Católica de Chile en 1989, para participar de un proyecto Fondecyt junto al ecólogo Pablo Marquet. Al año siguiente, en 1990, comenzó la que sería la relación profesional más significativa de su carrera, junto al también ecólogo y Premio Nacional de Ciencias Naturales, Fabián Jaksic. “Comencé trabajando con él en un estudio a largo plazo en el Parque Nacional Bosque Fray Jorge. Por entonces, solo contaba con mi licenciatura, pero luego de cinco años Fabián me dio la posibilidad de entrar a hacer el doctorado y dos post doctorados” cuenta.

Tiempo después, Silva se integraría como técnico de otro proyecto importante del investigador; un extenso monitoreo de la fauna presente en la Reserva Nacional Las Chinchillas (IV Región) que 33 años después, sigue en ejecución.

Desde esos primeros años hasta hoy, su trabajo se ha concentrado en la ejecución de proyectos en el área de la ecología, así como en el diseño experimental de los mismos. En el caso de Las Chinchillas, está a cargo de los cuatro muestreos anuales que se realizan en la zona, uno para cada estación del año. Para conducirlos, él y el resto de los técnicos encargados del proyecto –el biólogo Enrique Silva y el guardaparques Boris Saavedra– pasan hasta cuatro días en la reserva, recorriendo sus alrededores y recabando datos.

Las tareas del técnico

¿Pero cuáles son las diferencias de labores entre el técnico y el investigador? Silva explica que el técnico es quien “ejecuta y aplica el método de investigación generado por el investigador”. Esto incluye, pero no se limita a, las salidas a terreno, los muestreos, la generación de las bases de datos y la transmisión de los avances y reportes periódicos al investigador.

Para Silva, la relación entre técnicos e investigadores no solo necesita de profesionalismo para fluir correctamente. El profesional destaca que, sobre todo, requiere de confianza y cercanía, la suficiente como para poder confiarse datos investigación valiosos, que constituyen la base de cada proyecto. “Para los investigadores del CAPES, y para el de cualquier centro de estudio, el técnico es el depositario de una gran confianza, por lo que, visto desde la parte técnica, éstos tienen una gran responsabilidad de guardar los datos e información de sus investigadores” dice.

Silva reconoce que es un trabajo en el cual se va “ascendiendo”, y son los años de confianza los que permiten, al final del día, hacerse cargo de un proyecto. “Los primeros pasos de un técnico son en el laboratorio, encargándose de mantener el orden y la productividad del mismo. Desde ahí tú vas subiendo hasta que llegas a una relación de par con tu investigador” dice.

“Todo técnico o técnica recibe una base desde la academia, pero es el día a día lo que los va formando y permitiéndoles avanzar poco a poco en su carrera” relata. La expertise que estos profesionales desarrollan en lo práctico muchas veces los lleva a tener mejor manejo sobre los temas instrumentales que el mismo científico encargado: “el grado de compenetración entre el técnico y el investigador agiliza todo el trabajo que se realiza durante la investigación. Es como el mecanismo de un reloj bastante sofisticado”. Esa misma experiencia es la que también lo ayuda a tomar decisiones importantes en terreno, y para las cuales él y otros técnicos no están necesariamente capacitados.

El último peldaño en la trayectoria de un técnico se adquiere de la mano de una especialización académica sólida, alcanzando, por ejemplo, el grado de doctor. “Esto le permite al técnico hacer propuestas de investigación propias dentro de las mismas investigaciones”, comenta Silva. Un ejemplo de aquello es una investigación reciente ideada por el propio biólogo, que busca establecer un corredor biológico adyacente a la Reserva Las Chinchillas. En este proyecto, aun cuando lidera el equipo técnico que ejecuta el trabajo, su labor es más la de un investigador que de un técnico.

Vínculos y experiencias

Lo que más destaca el biólogo de su vasta experiencia como técnico ecólogo es, como él mismo comenta, “está ahí directamente en la cocina”, una posición que trae consigo muchas anécdotas y experiencias que dejan huella. Silva reconoce que los accidentes y sorpresas son parte del trabajo, como cuando, en una ocasión, él y su equipo quedaron atrapados en Las Chinchillas producto de una crecida del río tras las lluvias invernales, o inconvenientes algo más pedestres. “No son raras las caídas, por ejemplo. En cualquier momento uno se haya en el suelo, esperando que sus compañeros le saquen las espinas por haberse tropezado con un cactus. Son cosas que ocurren habitualmente, se comparte mucho”.

Pero por sobre todo, Silva destaca el ambiente familiar, la calidad humana y los lazos que ha podido formar durante su trayectoria. “Terminar de trabajar y quedarse en la casa de mis compañeros, compartir con su familia, o ellos con la mía, es algo irremplazable. Somos como una mini familia”, cuenta.

Silva se considera un técnico “avanzado”, condición que, en sus palabras, se ha ganado por los estudios que posee y por la experiencia adquirida en más de 20 años de relación con Jaksic. Actualmente, y siguiendo sus motivaciones personales, realiza ciencia aplicada de conservación de ecosistemas en La Serena. Eligió ese lugar porque se le presentó como una oportunidad para disminuir la actual brecha de conocimiento sobre la ecología y biodiversidad local entre las personas, y la poca transferencia desde la academia.

“Además, a partir de la información que surge de la Reserva Nacional Las Chinchillas, hemos construido un programa de difusión a la comunidad, pues no nos sirve solo comunicar a la academia, sino también a las personas de la zona” concluye.