CAPES y Agronomía UC lanzan manual sobre las plantas que nos alertan de la condición del suelo

Hierba de San Juan (Hypericum perforatum)

¿Has visto una planta abriéndose paso a través del cemento?, ¿O largos tallos con pequeñas flores creciendo en un sitio eriazo? Estas plantas son capaces de desarrollarse en condiciones en que otros vegetales morirían por la falta de nutrientes o de agua, son las mal llamadas “malezas”, que cuando brotan nos están diciendo que ese suelo tiene problemas.

El libro «Manual de especies indicadoras de condición del suelo», de los autores Alejandro Riquelme y Rafael Larraín, ambos de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica de Chile y el segundo además investigador asociado a la línea 6 de CAPES, es una completa guía de “las especies vegetales que crecen bajo condiciones de suelo menos que ideales, y que la tradición y experiencia de agricultores a lo largo de los siglos fueron convirtiendo en lo que llamamos especies indicadoras de diferentes condiciones de suelo”, según explica la presentación del texto.

La obra cuenta con ilustraciones de Agustina Hidalgo y Paz Castañeda, además de información relevante de 34 especies, dónde las podemos encontrar a lo largo del territorio nacional y en qué tipo de suelo crecen. Cardo, calabacillo, llantén de agua, chépica, hierba de San Juan, nomeolvides del campo, botón de oro, correhuela, son algunos de los nombres comunes que quizás hemos escuchado y que asociamos a plantas que podemos encontrar en zonas urbanas y rurales.

Cuando aparecen estas “malezas”, significa que estamos en presencia de distintos tipos de daño en el suelo: exceso de humedad/mal drenaje, terreno degradado; exceso de perturbación/ sobrepastoreo o pradera no regenerándose. Estos son suelos deteriorados por décadas de uso intensivo a partir de la “Revolución Verde”, en que se desarrollaron sistemas agrícolas para maximizar la producción y que “han generado en el planeta y las personas: pérdida de biodiversidad, degradación y erosión de suelos, contaminación, daños a la salud de las personas, menor resiliencia del sistema alimentario”, señalan los autores.

Alejandro Riquelme y Rafael Larraín buscan rescatar algunas de estas especies, en el contexto de la agricultura y ganadería de Chile central, “queremos ser un apoyo para que el lector(a) redescubra este acervo de sabiduría y, sobre todo, pueda salir al campo a leer con otros ojos los mensajes que la naturaleza a veces le entrega con un susurro, y otras veces a gritos”.

El libro «Manual de especies indicadoras de condición del suelo», cuenta con el apoyo y financiamiento del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES y ANID PIA/BASAL FB0002-2014 y lo pueden descargar en la dirección www.capes.cl/especies_indicadoras.

Fuente: Comunicaciones CAPES

Conoce el proyecto FIA que buscó predecir el comportamiento de las plagas agrícolas

Un ejemplar de chanchito blanco (Pseudococcus sp.), una de las plagas agrícolas más importantes en Chile.

A simple vista, un chanchito blanco (Pseudococcus sp.) no parece un ser demasiado amenazante. Con un tamaño no superior a los 4 milímetros, difícilmente podría considerarse algo más que una molestia para el ocasional dueño de planta que sufre, cada cierto tiempo, el arribo de estos pequeños insectos a su manto de Eva favorita. 

Pero en número suficiente, estos inquilinos pueden llegar a convertirse en un verdadero azote para las plantas de un jardín, y en el caso del agro chileno, en una de las principales plagas que afectan hoy a este importante sector productivo. 

Esa fue la conclusión a la que llegaron los autores de un proyecto financiado por FIA que, a lo largo de 5 años, se propuso identificar las plagas más dañinas para la agricultura nacional y crear modelos que permitieran predecir el comportamiento de estas plagas bajo distintos escenarios de cambio climático.

El proyecto, denominado “Desarrollo de modelos fisiológicos para plagas de importancia de la agricultura chilena bajo escenarios climáticos actuales y futuros”, fue encabezado por los investigadores del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES) Francisco Bozinovic (fallecido en enero de 2023) y Sergio Estay, y contó con la participación de académicos de las universidades Católica, Austral, de Talca y de Concepción, además de miembros del sector público y privado.

“La iniciativa nació como un intento por desarrollar modelos fenológicos y de abundancia para algunas plagas importantes de la agricultura chilena” cuenta Estay. “Estos modelos fenológicos”, explica, “son modelos matemáticos que combinan datos climáticos y fisiológicos para predecir el comportamiento de ciertas poblaciones de organismos (en este caso, insectos) a distintos niveles de temperatura” y, con esa información, mejorar el manejo y control de estas plagas a futuro. 

“Tener a disposición un modelo fenológico para una plaga específica permite al agricultor una mejor gestión de las acciones de control como las oportunidades de aplicación de insecticidas, maximizando su efecto y, a la vez, minimizando su uso” añade Grisel Cavieres, investigadora CAPES, académica de la Universidad de Concepción y una de las ejecutoras del proyecto. “Sin embargo, no todas las especies de insectos-plagas cuentan con un modelo fenológico disponible”.

Este era el caso de dos especies de chanchito blanco (Pseudococcus viburni y Pseudococcus longispinus, también conocida como cochinilla) identificadas por los investigadores como especies susceptibles de ser criadas, y estudiadas, en el laboratorio, de modo de obtener de ellas las variables fisiológicas (específicamente, de rendimiento y tolerancia térmica) que permitieran determinar sus respuestas frente a escenarios futuros de cambio climático.

La dictadura de la temperatura 

La temperatura controla la tasa de desarrollo de muchos organismos. Las plantas y los animales invertebrados, incluidos los insectos y gusanos, requieren una cierta cantidad de calor para desarrollarse de un punto a otro en sus ciclos de vida. A esta medida de calor se le conoce como tiempo fisiológico, y se expresa en unidades conocidas como “grados días acumulados” (GDA). El tiempo fisiológico proporciona una referencia común para el desarrollo de estos organismos, pues en el caso de los animales ectotermos, la cantidad de calor necesaria para completar su ciclo de vida (de huevo a ninfa, de ninfa a pupoide, y de pupoide a macho adulto, por ejemplo) no varía.

Lo que sí varía, es la temperatura ambiental. Es por esto que el cambio climático, con sus fluctuaciones térmicas y eventos de calor cada vez más extremos, ha ido alterando considerablemente el desarrollo y ecología de estos organismos a lo largo del tiempo, afectando de este modo su control por parte de los agricultores. 

El ciclo de vida del chanchito blanco (P. viburni) estimado en grados días acumulados (GDA).

Conocer el tiempo fisiológico de los insectos-plaga —esto es, la temperatura necesaria para su desarrollo y el tiempo que le toma al insecto alcanzarlo— permite a estos agricultores, por una parte, ser mucho más eficiente al momento de aplicar, por ejemplo, un tratamiento insecticida, ya que ciertos estadíos son más susceptibles o vulnerables que otros, y por otra, anticipar de mejor manera sus estrategias de control de plagas ante potenciales cambios en la temperatura producto del cambio climático.

Pero, ¿cómo se comienza a acumular grados días? “Generalmente se utiliza un evento biológico llamado biofix, que es un suceso específico que corresponde a la primera captura de un insecto adulto en una trampa, o también se puede utilizar el cronofix, que es un evento fenológico, como por ejemplo la floración de un arbusto como el arándano, que es de interés comercial en nuestro país y al cual P. viburni está asociado” explica Estay.

Una guía para el futuro

Usando un modelo lineal para cada estadio de madurez y para el ciclo completo tanto de P. viburni como de P. longispinus, los investigadores pudieron predecir los tiempos de desarrollo (expresados en GDA) de ambas especies. 

Con esta información, los investigadores construyeron mapas de riesgo que relacionan la temperatura en todo Chile central con el número de generaciones de cada plaga que se esperan en cada zona. Estos mapas fueron desarrollados para las condiciones actuales y bajo algunos escenarios de cambio climático.

Los mapas de riesgo generados por el proyecto permitirán conocer el estado de desarrollo y la abundancia potencial de las poblaciones de P. viburni y de P. longispinus de acuerdo a la temperatura estimada para cada zona del país.

Tanto los modelos desarrollados durante la ejecución del proyecto como los mapas de riesgo elaborados, alimentarán la Red de Pronóstico Fitosanitario, RPF, del SAG, que es un conjunto de herramientas que permiten modelar y pronosticar la acumulación térmica diaria para diferentes áreas agrícolas, con el objetivo de alertar y sugerir momentos oportunos de monitoreo y control fitosanitario. “De esta manera, los resultados quedarán de manera gratuita a disposición de los servicios públicos del área agrícola, empresas exportadoras, productores de frutas, y pequeños y medianos agricultores” explican en el proyecto.

La RPF a su vez, se alimenta del Sistema Agrometeorológico, el cual recibe información diaria de estaciones meteorológicas autónomas, de diferentes redes público-privadas, que luego se enfoca en modelar y pronosticar la acumulación térmica diaria acorde a los parámetros biológicos de cada plaga. 

“Esperamos que estos modelos puedan tener impacto en la eficiencia en el manejo de estas plagas, ya sea disminuyendo su impacto (daño, pérdidas y perjuicio) en los cultivos como reduciendo el uso de agroquímicos. Sin embargo, la adopción de estas estrategías y su transferencia al público final es un trabajo en progreso y que necesita tiempo para su concreción” alude Grisel Cavieres.

Junto con estos productos, el proyecto también generó una serie de cápsulas audiovisuales orientadas a pequeños y medianos agricultores, donde se aborda la importancia y utilidad de implementar los modelos de grados días para optimizar el control de plagas en el campo. Las cápsulas están disponibles en el canal de YouTube de CAPES

Fuente: Comunicaciones CAPES

Estudio de académico propone técnicas para reforestar bosque esclerófilo de Chile central

La plantación de especies nativas como el huingán y el litre podrían mejorar los resultados en la restauración del bosque esclerófilo del centro del país. Lo anterior, como parte de técnicas que logran mitigar los efectos que la crisis hídrica produce en estas zonas.

En un esfuerzo por abordar las dificultades en la restauración de ecosistemas forestales nativos en el contexto de la megasequía, académicos y académicas de la Universidad de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile y Universidad Politécnica de Madrid, España, propusieron técnicas más efectivas y económicas para restaurar bosques esclerófilos de la zona central de Chile. Lo anterior, mediante la investigación «Técnicas silviculturales costo-efectivas para reducción de estrés hídrico de plantas en procesos de restauración de bosque esclerófilo», realizada entre 2018 y 2022.

De acuerdo con el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (Cr2), la persistencia temporal y la extensión espacial de la actual sequía en Chile, es extraordinaria en el registro histórico, siendo este evento denominado como “megasequía”. Desde 2010 el territorio comprendido entre las regiones de Coquimbo y de La Araucanía ha experimentado un déficit de precipitaciones cercano al 30%.

Este déficit ha provocado la degradación de los suelos, riegos ineficientes y otras dificultades para el cuidado y mantención de los bosques esclerófilos. Buscando ser aporte ante este escenario, durante tres años se llevó a cabo el proyecto «Técnicas silviculturales costo-efectivas para reducción de estrés hídrico de plantas en procesos de restauración de bosque esclerófilo». La iniciativa fue posible gracias al financiamiento del Fondo de Investigación del Bosque Nativo de CONAF, y el apoyo del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES).

Tras esta investigación, se generó un manual técnico para explicar los métodos utilizados para probar diferentes técnicas de plantación y el monitoreo de las respuestas en el terreno. Así, se identificaron diversas estrategias claves para mejorar la efectividad de los planes de restauración del bosque esclerófilo.

La iniciativa contó con la participación de los investigadores CAPES Juan Ovalle, de la Facultad de Ciencias Forestales y de la Conservación de la Naturaleza UCH, Eduardo Arellano y Pablo Becerra, además de Marcelo Talamilla, Cesar Figueroa y Nadia Rojas-Arévalo de la Universidad Católica. Juan Oliet, de la Universidad Politécnica de Madrid, fue el representante internacional del equipo.

En el marco de la iniciativa, prontamente se realizará el lanzamiento del libro “Restauración de Ecosistemas Forestales”. Ejemplar que en 28 capítulos presentará gran parte de los resultados que se obtuvieron en el proyecto, junto con una amplia diversidad de temas en torno a la restauración de ecosistemas redactados por un selecto grupo de especialistas en el tema, esperando que sea un texto de cabecera para las futuras generaciones de restauradores en Chile.

Puntos clave de la investigación

Juan Ovalle, investigador CAPES y U. de Chile

En el estudio se destacaron diversos aspectos fundamentales para mejorar la efectividad de la restauración del bosque esclerófilo. Entre ellos, se encuentra la selección de fuentes semilleras de procedencia local o cercana al sitio de restauración; la utilización de acondicionadores de suelo, como los hidrogeles y el compost; y el uso de riego de establecimiento durante la primera temporada seca. Cada uno de estos puntos se destacan como pilares fundamentales para una reforestación costo-efectiva, “aunque no garantiza el éxito”, señaló el profesor Ovalle.

Asimismo, el académico destacó que «la necesidad de disminuir la incertidumbre en los proyectos de reforestación con especies nativas se ha transformado en un aspecto cada vez más urgente de abordar desde la investigación, debido a que producto de las recurrentes anomalías climáticas (olas de calor, sequías) ya no es posible garantizar el éxito de una plantación a corto y mediano plazo en la zona Central de Chile».

Junto a lo anterior y en busca de mejores resultados, la investigación sugiere la inclusión de especies poco tradicionales en las prácticas de reforestación. El huingán (Schinus polygamus) y el litre (Lithraea caustica) emergen como opciones útiles y necesarias. «Diversificar el uso de especies nativas puede mejorar significativamente los resultados de los esfuerzos de restauración, dado que diversificas también los rasgos funcionales en la comunidad vegetal, y con esto, las estrategias de uso de recursos en ambientes limitantes», señaló el académico de la U. de Chile.

En la batalla contra el estrés hídrico, el riego también se revela como una herramienta fundamental. Según el profesor Ovalle, «el riego en las etapas iniciales es esencial, y nuestros datos respaldan un uso mínimo de 4 litros por planta al mes durante la temporada seca estival del primer año post-trasplante». No obstante, el académico UCH indicó que es necesario seguir investigando sobre la dosis óptima de riego en programas de reforestación ya que, estas deben ajustarse a la demanda de la especie y a la dinámica del agua en el perfil de suelo del sitio de plantación.

De este modo, la investigación no solo proporciona claves valiosas para la restauración del bosque esclerófilo, sino que también refuerza la importancia de la adaptación y la innovación en la conservación de los ecosistemas naturales en medio de un entorno en constante cambio.

¿En qué consisten las técnicas de hidrogel, compost y “pozo seco»?

Como se menciona anteriormente, dentro de las estrategias propuestas por la investigación se contemplan tres técnicas para la reforestación. Entre ellas, la de pozo seco, hidrogel y compost, las que permiten abordar distintos desafíos que presenta el proceso de recuperación de bosques nativos, como la complejidad de riego y la degradación de los suelos.

En cuanto a la técnica de pozo seco, esta se basa en que dentro de la casilla de plantación se dispone de una columna cilíndrica de 11 cm de diámetro con piedras de distintos tamaños, a lo largo del perfil de la casilla, para generar un efecto dren, que permite una rápida infiltración del agua.

Por su parte, la estrategia en base a hidrogel consiste en polímeros hidrofílicos e insolubles en agua, capaces de absorber y retener agua y solutos. Su aplicación en la casilla de plantación tiene un efecto variable sobre las plantas, según el tipo de polímeros, la dosis y la forma de aplicación. En condiciones de sequía prolongada y suelos arcillosos, los hidrogeles pueden competir con la planta por el agua.

Finalmente, las enmiendas orgánicas o compost, son fuentes de materia orgánica estabilizada que pueden contribuir a mejorar los contenidos de carbono y nutrientes del suelo y por ende la productividad de las plantas. Algunos ejemplos son compost, humus, lodos estabilizados, etc.

Para su aplicación es importante considerar su fuente, nivel de estabilización, las dosis y las formas de aplicación. Las enmiendas de origen agroindustrial pueden aumentar la salinidad en la casilla, situación que se agrava en condiciones de sequía.

Texto:
Michael Seguel, Facultad de Ciencias Forestales y de la Conservación de la Naturaleza, U. de Chile

Juan Ovalle es incorporado como Editor Asociado de la revista «New Forests»

La revista publica artículos para una audiencia internacional de científicos y profesionales en temas como silvicultura, ecofisiología vegetal, genética, biotecnología, ecología forestal, restauración de bosques, sanidad y gestión forestal, con enfoque en conservación y sistemas productivos.

Juan Ovalle Ortega, académico de la Facultad de Ciencias Forestales y Conservación de la Naturaleza de la Universidad de Chile e investigador asociado del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES, fue integrado, a partir de septiembre, como Editor Asociado al comité editorial de «New Forests», revista de la editorial Springer e indexada en la Web Of Science (Q1, IF 2.5).  

“Esta es una revista científica ampliamente utilizada por científicos de las Ciencias Forestales”, señala Ovalle, quien además es director del Laboratorio de Restauración de Bosques del Departamento de Silvicultura y Conservación de la Naturaleza de la citada Facultad de la UChile.

La revista publica artículos para una audiencia internacional de científicos y profesionales en temas como silvicultura, ecofisiología vegetal, genética, biotecnología, ecología forestal, restauración de bosques, sanidad y gestión forestal, con enfoque en conservación y sistemas productivos. “El editor jefe es el Dr. Douglass F. Jacobs, de la Universidad de Purdue, Estados Unidos, quien me invitó a ser parte de este grupo. La tarea de un editor asociado es evaluar la idoneidad del trabajo presentado, y posteriormente, asignar los revisores expertos para el proceso de revisión por pares”, explica el Ingeniero Agrónomo y Doctor en Ciencias de la Agricultura.

Entre los artículos que ha publicado Juan Ovalle y colaboradores en New Forests está: Solid shelter tubes alleviate summer stresses during outplanting in drought-tolerant species of Mediterranean forests” (2022), donde se reporta el efecto de la transmisividad a la luz solar de los tubos protectores de plantas sobre el control del estrés hídrico y lumínico, y su implicancias en la sobrevivencia post-trasplante en condiciones de verano extremadamente seco y cálido. El estudio contrastó la respuestas de dos especies leñosas coexistentes del bosque esclerófilo de Chile central: el quillay (Quillaja saponaria), especie más tolerante a la sequía, y el maitén (Maytenus boaria), especie menos tolerante a la sequía.

Para Ovalle, quien también es impulsor de la iniciativa intercentros “Bosque Esclerófilo y Cambio Global”, que reúne a científicos y científicas de CAPES, CR2 e IEB, la oportunidad de participar en el equipo editorial de esta prestigiosa revista significa “un hito importante en la carrera científica de un investigador, sobre todo cuando se trabaja desde países del Hemisferio Sur donde cuesta más generar impacto con nuestras investigaciones y donde hay menor visibilidad de los y las cientificos/as, en comparación con la realidad de países de Europa o Norte América”.

Como CAPES, felicitamos a nuestro investigador por este importante reconocimiento a su trabajo.

Pueden conocer parte de su investigación en el episodio “Restaurando bosques desde la raíz” de nuestro podcast “Maestra Naturaleza”, realizado en conjunto con Ladera Sur.

Texto: Comunicaciones CAPES

Los beneficios económicos y ambientales de la ganadería regenerativa

A través de la recuperación de los sistemas biológicos que soportan y rodean las tierras agrícolas, la ganadería regenerativa intenta trabajar con la naturaleza para recuperar los ecosistemas, fortalecer las comunidades y mejorar la rentabilidad.

Novillos pastando en un campo regenerativo orgánico de la empresa Trailenco. (Créditos: Alfredo Escobar)

Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), para el año 2050 será necesario producir un 70 % más alimento del que se produce hoy si se quiere cubrir la demanda de una población mundial que, por entonces, superará los 10 mil millones de personas.

Los requerimientos alimentarios de un planeta en constante crecimiento, sumado al interés económico por generar mayores ingresos, han empujado a sectores como la agricultura a intensificar sus procesos de producción, aumentando de este modo los impactos ambientales de estas industrias en los ecosistemas donde se insertan, como la degradación de los suelos a causa de la labranza y el pastoreo, o la emisión permanente de gases de efecto invernadero a la atmósfera.

Es en este contexto, que diversos científicos a lo largo del mundo han dirigido su mirada a la ganadería regenerativa como una alternativa viable para alcanzar, de manera sustentable, la demanda futura por más y mejor alimento, utilizando la menor cantidad de recursos posibles, y reduciendo ostensiblemente los efectos negativos asociados a esta importante actividad humana. 

Uno de esos científicos es Rafael Larraín, académico de la Universidad Católica e investigador del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES, quien, junto a un grupo de colaboradores, acaba de concluir un importante estudio que buscó conocer no sólo los beneficios ambientales que trae consigo el paso de una ganadería convencional a una regenerativa, sino también los cambios económicos y productivos que conlleva esta transición.

Producir sin degradar

El investigador CAPES, Rafael Larraín.

“En términos simples, la agricultura y ganadería regenerativas son un conjunto de principios y prácticas que buscan generar bienes y servicios para el ser humano mientras, al mismo tiempo, se aumenta la biodiversidad, se enriquecen los suelos, y se fomenta la provisión de servicios ecosistémicos” explica Larraín. “A la larga, es una forma de hacer agricultura y ganadería trabajando con la naturaleza, en vez de en contra de ella”.

Entre las prácticas que promueve la agricultura y ganadería regenerativas, está la incorporación de animales mediante una correcta planificación del pastoreo, el uso de enmiendas y biofertilizantes, la cobertura permanente de los suelos con miras a minimizar lo más posible su labranza, y la rotación de cultivos tradicionales junto a cultivos de cobertura (granos y leguminosas, principalmente), que ayudan a prevenir la erosión, fijar nitrógeno, controlar la humedad de los suelos, además de atraer polinizadores. 

Para el investigador CAPES, sin embargo, cada técnica a implementar dependerá siempre de las condiciones ambientales y ecológicas de cada predio: “esto es muy importante de entender, porque lo que para uno puede ser regenerativo, para otro podría no serlo. Por ejemplo, si estás en un clima donde hay crecimiento de plantas todo el año (selva tropical o bosques siempreverdes templados), una forma de regenerar podría ser eliminando el ganado del lugar. Con la humedad disponible, los ciclos de nutrientes se mantienen activos, las plantas crecen, la fotosíntesis aumenta, la biodiversidad también. En cambio, en un ambiente donde solo hay crecimiento de plantas unos pocos meses en el año, el paso de animales herbívoros es la mejor forma de estimular el reciclaje de nutrientes, que las plantas no queden en pie y mueran, generando sombra para el crecimiento de la próxima temporada. En ese caso, un pastoreo planificado sería una herramienta de regeneración”.


Así, a través de la recuperación de los sistemas biológicos que soportan y rodean las tierras agrícolas, la ganadería regenerativa intenta trabajar con la naturaleza para recuperar los ecosistemas, fortalecer las comunidades y mejorar la rentabilidad. “Para la agricultura regenerativa un suelo vivo y sano es la base para una producción vegetal abundante, sana y rentable” comenta Larraín.

Una buena inversión

Pero la adopción de este tipo de acciones en los campos y siembras no sólo trae consigo beneficios para el medio ambiente. La recuperación y enriquecimiento de los suelos conlleva una mejora sustantiva en la calidad de los alimentos que se producen en éstos y reduce los costos asociados, por ejemplo, al uso de fertilizantes químicos, mejorando y haciendo más eficiente la producción. 

Para entender el alcance y magnitud de estos beneficios, durante dos años Larraín y su equipo conocieron el trabajo de 17 productores y productoras ganaderas de Chile que han ido adoptando, progresivamente, un modo de producción regenerativo, de modo de identificar y evaluar indicadores de desempeño económico y productivo en campos que han experimentado esta transición. 

Mediante entrevistas, visitas en terreno y reuniones periódicas, los investigadores identificaron los cambios de manejo realizados por cada productor y productora, y la información necesaria para cuantificar estos cambios desde un punto de vista económico y productivo. Los campos analizados se ubicaron en las regiones de La Araucanía (8), Los Ríos (2), Los Lagos (6)y Aysén (1).

Al contrastar los cambios en ingresos y costos, el equipo observó que todos los predios aumentaron sus ingresos netos, es decir, los 17 campos aumentaron su rentabilidad. Esto, debido principalmente a una reducción en los costos de producción equivalente a los $372.000 por hectárea (ha) en promedio. 

“El ítem de costo con mayor disminución”, explican los investigadores en su informe, “fue el costo en praderas, que se explica principalmente por una caída en la siembra de praderas y en el uso de fertilizantes químicos, equivalente a $254.419 /ha. Por otro lado, en 16 de los 17 campos hubo también una disminución en la conservación de forraje”, lo que sugiere que la reducción en gastos se debió a la menor necesidad que tuvieron los agricultores de alimentar a sus animales. 

Pero eso no es todo, añade Larraín: “además de eso, nuestra experiencia conversando con productores y la evidencia en estudios fuera de Chile, indica que no solo hay una mejora en rentabilidad, sino que también los productores reportan una mejora en su calidad de vida. En algunos casos, esa mejora está ligada a una reducción en la carga de trabajo, a un mejor alineamiento entre sus valores y lo que están haciendo en el campo, a una menor necesidad de capital de trabajo y el estrés que impone sobre uso de capital, etc”.

Cambio de paradigma

Pese a estos beneficios, aún son pocos los productores y ganaderos que, en Chile, han adoptado este tipo de prácticas agroecológicas, pues, en opinión de los investigadores, aún persisten barreras de entrada que previenen a éstos de transitar de un modelo convencional a uno regenerativo. 

“La principal barrera de entrada tiene que ver con la estructura de pensamiento de los productores”, reflexiona Larraín. “La mayoría de ellos fue educado en un modelo de agricultura/ganadería donde la clave del éxito eran los sistemas simples, las intervenciones con maquinaria y químicos, la alta productividad por unidad de superficie o animal, etc. Al mismo tiempo, existe una red de negocios que funcionan en torno a la venta y uso de insumos y maquinarias, donde existe un permanente bombardeo de información indicando que mientras más se use el producto X, más segura y rentable será la producción. Entonces ir en contra de eso es muy difícil”. 

Para Larraín, con el paso de los años, los productores se construyen una imagen mental de sí mismos donde aplicar estas prácticas y usar estos insumos son una reafirmación interna de que están haciendo las cosas bien. “Entonces, aparece un sistema donde les dices que muchas de las cosas que ellos consideraban como buenas, en realidad tienen un montón de efectos negativos y que en vez de haber estado cuidando sus campos, los han estado dañando. Eso es muy duro. Te cuestiona lo que has hecho probablemente durante décadas”, explica.

“Entonces” continua, “la principal barrera de entrada es hacer lo que se conoce como cambio de paradigma. Aceptar una forma de ver, analizar y trabajar el campo diferente a la que has estado usando hasta ese punto. Este cambio de paradigma no es fácil, y normalmente va asociado a una crisis por la que pasa el productor y productora, que suele ser gatillada por problemas económicos o conflictos internos sobre el uso de pesticidas, cuidado del medio ambiente, etc”.

Para promover y hacer factible este cambio de paradigma, dice el ingeniero agrónomo de la Universidad Católica, es necesario avanzar tanto en conocimientos como en educación ambiental y transferencia de conocimientos. “Eso permite que las personas vean casos de éxito, vean como otros productores han ido haciendo el cambio, han adaptado las prácticas a diferentes condiciones, etc. Primero conocer, luego entender y finalmente adoptar. También pueden haber incentivos vía el mercado o por apoyo del estado, fundaciones, etc. Pero estos incentivos tendrán poco efecto a largo plazo si antes el productor no hace un cambio en su forma de pensar”, finaliza.
Los resultados de este estudio, financiado por la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) y CAPES, están disponibles en línea desde el sitio oficial de FIA. También puedes descargar el informe final del proyecto en este enlace.

Texto: Comunicaciones CAPES

Tukukan Wall Mapu Mew: Investigadores lanzan libro ilustrado para niños y niñas sobre los ciclos de la huerta  

Trilingüe e ilustrado en parte por niños y niñas, Tukukan Wall Mapu Mew, o El Habla de la Huerta en español, es un libro que se puede leer, ver y escuchar en un intento por aportar a la revitalización del mapudungun desde los ciclos anuales de la huerta.

Entre los autores de la obra, se encuentra el investigador CAPES, José Tomás Ibarra.

“Es una invitación a honrar la huerta”, así describe Josefina Cortés, socióloga e investigadora en el Centro UC de Desarrollo Local, el libro Tukukan Wall Mapu Mew – El habla de la huerta, un texto ilustrado para niños y niñas que resume el trabajo realizado por la investigadora junto a un equipo de profesionales en torno a la huerta, el valor que tiene para distintas comunidades y su íntimo vínculo con una sociedad intercultural.  

Fue en 2019 cuando Cortés junto a las investigadoras Romina Urra, María de la Luz Marqués, Rukmini Becerra, María Lara Millapan y el investigador CAPES Tomás Ibarra, desarrollaron el proyecto ANID – Explora “Huerteando cultivo mi cultura: La huerta como espacio de revitalización lingüística y cultural mapuche en la educación científica inicial”, un trabajo que involucró a los jardines infantiles We Rayen de Dehuepille, We Kimun y Emanuel de Padre Las Casas, en la región de La Araucanía. 

Durante el lanzamiento del libro, educadoras de los jardines infantiles involucrados en el proyecto fueron reconocidas con el libro. En la imagen Verónica Meliqueo y Norma Quidel del Jardín Emanuel, Lida Oñate del Jardín We Kimun Dehuepille, y Carolaine Caucao y Yoselin Sepúlveda del Jardín We Rayen, junto a los investigadores Rukmini Becerra y Tomás Ibarra.

La huerta como un espacio holístico 

Escrito y vocalizado en mapudungun, español e inglés con audios que se disponen a través de códigos QR a lo largo del libro, el material es una instancia para revalorizar la lengua mapuche a través de la comprensión de los distintos procesos que se viven en la huerta, y que configura un espacio importante para la formación biocultural de niños y niñas que a diario se vinculan con este tipo de espacios.  

A través de palabras destacadas que se presentan junto a ilustraciones hechas por la ilustradora Belén Chávez, en diálogo con dibujos e imágenes realizadas por los mismos niños y niñas de los jardines infantiles participantes del proyecto, el libro habla desde la presencia que tienen un rastrillo y una mariposa en la huerta, hasta el valor de la sabiduría de abuelos y abuelas. 

“Yo soy huertera, pero antes la huerta la veía desde la huerta nada más”, confiesa Marqués, académica de la carrera Pedagogía en Educación de Párvulos en el Campus Villarrica de la UC, quien se desempeñó como codirectora del proyecto desarrollado en 2019, “y este proyecto me permitió ver de manera holística y en el contexto de este territorio y desde la cosmovisión mapuche lo que significa una huerta”.  

El lanzamiento contó con la participación de estudiantes de los colegios El Encuentro y Santa Cruz de Villarrica.

Revitalizar el mapudungun desde el Campus Villarrica 

“Es el puntapié inicial para seguir difundiendo la revitalización lingüística, cultural y ambiental”, asegura Ibarra sobre este libro, refiriéndose al trabajo realizado durante los últimos años por académicos e investigadores del Campus Villarrica, lo que es apoyado por el director de la Unidad, Gonzalo Valdivieso. “Este libro se suma a una gran cantidad de obras que van en la misma línea y que dan la posibilidad de leer y escuchar el mapuzungun”. 

Por su parte, la académica del Campus Villarrica y poetisa mapuche, María Lara Millapan, destaca el uso de un mapudungun que incluye palabras propias del territorio y que abre las puertas a la lectura y escritura de la lengua. “Contiene la palabra propia de los niños y niñas mapuche de Wallmapu. Siento que es un paso para revertir la asimilación lingüística”. 

Como actividad de cierre del lanzamiento, niños, niñas y grandes disfrutaron de una obra de teatro de títeres realizada por la académica del Campus Villarrica UC, María de la Luz Marqués y la encargada de la Biblioteca Gabriela Mistral del Campus, Cherie Araya.

Procesos cíclicos 

El libro “habla sobre los ciclos de la huerta y la naturaleza en Wallmapu. Es una invitación a prestar atención y honrar la huerta, su memoria, sus colores, olores, descansos y cosechas”, explica Cortés. 

Así como estos ciclos son presentados en el libro a través de las cuatro estaciones, comenzando por el otoño y terminando en el verano, Ibarra asegura que el proceso de creación del libro fue un ciclo que integró a diferentes equipos y que hoy se traduce en este producto.  

“Todo el proceso de implementación de una estrategia educativa, investigación, luego el proceso de grabar los audios, vincular todas las lenguas involucradas, el proceso de ilustración, todo eso hoy día se cristaliza en este libro”, señala.  

“En este largo camino se ha sumado mucha gente, a quienes les agradecemos profundamente su trabajo y aportes para crear este libro-obra”, asegura por su parte Cortés. 

El libro cuenta con ilustraciones realizadas por la ilustradora Belén Chávez quien a su vez hizo dialogar sus creaciones con dibujos realizados por niños y niñas que participaron en actividades del proyecto desarrollado en 2019. 

El equipo estuvo compuesto por los investigadores y por un equipo que se encargó de darle forma el libro. Junto a la editorial Orjikh y su equipo, a Eugenia Huisca, Daniela Salazar y Ada Sánchez, que estuvieron a cargo de la vocalización del texto en mapudungun, español e inglés, respectivamente, al estudio de sonido Liucura Records y la ilustradora Belén Chávez, el libro busca convertirse en un “instrumento para acercar el territorio y la realidad sociocultural y bio cultural de los niños y niñas desde muy temprana edad”, según señala Marqués. 

Para Belén Chávez, la ilustradora del texto, la invitación a sumarse al equipo tras el libro fue un “lujo”.  “Lo veo con mucho respeto y como un honor en el fondo, ver esos trazos tan libres tan espontáneos”, señala refiriéndose a los dibujos de niños y niñas con los cuales integró sus ilustraciones, “y como broche de oro el espíritu del libro, que es rescatar el mapuzungun”. 

“Hay algunas ilustraciones que son solamente cosas de ellos, ellas, combinamos entre ambas partes y luego otras mías, entonces es bien dialogante en ese sentido”. 

Lanzamiento

El libro contó con un lanzamiento que incluyó la participación de niños, niñas y adultos, en una jornada con variadas actividades. Particularmente, participaron estudiantes de primero básico de los colegios El Encuentro y Santa Cruz de Villarrica, además de educadoras de jardines interculturales JUNJI.  

Así, niños y niñas tuvieron la oportunidad de disfrutar de actividades organizadas por el Museo Interactivo Regional de Agroecología y Sustentabilidad, MIRAS Araucanía, además de una presentación de títeres organizada entre los autores y la Biblioteca Gabriela Mistral del Campus.  

Mientras tanto, adultos y adultas participaron de un conversatorio junto a los autores del libro, además de asistir a las palabras de la académica María Lara Millapan. 

La encargada del jardín infantil We Kimun, Waleska Sandoval, fue reconocida por los investigadores debido a su participación en el proyecto desarrollado en 2019. 

Un aporte a la formación biocultural 

“Hay que apuntar ahí”, dice una de las asistentes al lanzamiento, Yuvixa Barrera, que también estuvo involucrada en los talleres que se realizaron durante la investigación desarrollada en 2019 y que fue reconocida por su aporte durante el lanzamiento del libro celebrado en abril de 2023. “Es interesante porque los niños aprenden el respeto desde chiquititos por la tierra, a valorar lo que ellos están comiendo y a cuidar el ambiente, a no contaminar, no botar basura y empezar a reciclar, no ser tan consumista y empezar a valorar lo que se produce”. 

Por otra parte, la encargada del jardín infantil We Kimun, Waleska Sandoval, asegura que el valor de este libro está principalmente en la visualización de la huerta y sus ciclos. “Me encantaría que este libro saliera en la tele, hablan los niños, más allá de que se pueda escuchar a través de un QR, el solo verlo es mucho más cercano para los niños que ver otro tipo de textos, los niños con ver reflejan y te cuentan la historia sin tener que contarlo. De verdad me encantó”.  

“Esperamos que sea un aporte a la formación biocultural de niños y niñas, y a la revitalización de saberes mapuche, así como al aprendizaje de nuevas ideas, de manera emocionante y divertida”, finaliza Cortés.  

“Esperamos que lo disfruten tanto como nosotros lo hemos hecho”. 

Texto: Comunicaciones CEDEL

Los hitos y lecciones de SUFICA, el proyecto que llevó la fruticultura sustentable al centro de Brasil

Un grupo de investigadores chilenos, brasileños y británicos trabajó durante 5 años en un proyecto que buscó promover prácticas de intensificación ecológica en una zona de Brasil altamente afectada por la actividad humana, en un intento por replicar un nuevo enfoque de producción agrícola en un contexto latinoamericano.

La Caatinga, al noreste de Brasil (Crédito: Nadia Rojas).

Al noreste de Brasil, en un territorio que comprende cerca del 10% del área total del país, se encuentra la Caatinga. Esta ecorregión, llamada así por el tipo de vegetación que la cubre (caatinga viene del tupí “kaatinga” o “bosque blanco”), es un bioma único en el mundo, caracterizado por una flora desértica especialmente adaptada a ambientes secos, y compuesta por una rica diversidad de árboles, arbustos y matorrales, muchos de los cuales sólo se encuentran en esta parte del globo.

Es allí, también, donde cientos de agricultores frutícolas del valle de São Francisco hacen su vida bajo las inclemencias de este entorno semiárido, transformando, a su paso, la estructura, funcionalidad y biodiversidad de este magnífico ecosistema, amenazado por la actividad agrícola y el aumento de la sequía a causa del cambio climático.

Se estima, por ejemplo, que entre 1990 y 2010, una décima parte de este territorio —alrededor de 90 mil kilómetros cuadrados— se perdió a causa de la agricultura, la actividad forestal y la continua expansión urbana a la que se ha visto sometida, afectando a las 500 especies de aves y 1.000 especies de plantas —31% de ellas endémicas— que habitan la región.

Para hacer frente a este problema, un grupo de investigadores internacionales liderado por académicos de la Universidad de East Anglia, en el Reino Unido, creó SUFICA, un consorcio que buscó mejorar la sostenibilidad de la fruticultura que se realiza en el valle, un esfuerzo de 5 años que hoy llega a su fin con excelentes y prometedores resultados.

Conversamos con Eduardo Arellano, investigador CAPES y director del capítulo chileno de este proyecto pionero, para rememorar los principales hitos que marcaron el trabajo en la región y las lecciones que dejó SUFICA para el futuro de la investigación en agroecología y el desafío de contar con alimentos producidos —y consumidos— de manera sustentable con el medio ambiente.

Intensificación ecológica en ambientes semiáridos

Una de las aristas del proyecto fue la instalación de dispositivos para el monitoreo de fauna (en este caso reptiles) bajo los cultivo. Las mallas (al fondo de la foto) buscan guiar el paso de los animales por la lámina de concho monitoreada por la cámara trampa.

“Fruticultura Sostenible en la Caatinga” (o SUFICA, por sus siglas en inglés), nació en 2018 a partir de un llamado conjunto de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo de Chile (ANID) y el programa Newton Fund del Reino Unido para el levantamiento que proyectos de investigación asociativos entre investigadores del Reino Unido y de Chile que contribuyesen al desarrollo económico y al bienestar de otros países de la región bajo el tema de “Nexos Energía-Alimentos-Agua-Medio Ambiente”. Esto, nos cuenta Eduardo, permitió crear un proyecto multidisciplinario y global que abarcó toda la cadena de producción involucrada en la elaboración de agro-alimentos, desde la producción en el huerto hasta la venta en supermercados de Inglaterra.

¿En qué consistió el proyecto SUFICA y cómo nació esta colaboración?

“El proyecto es un consorcio de investigación internacional, conformado por investigadores de Brasil, Inglaterra y Chile, que buscó mejorar la sustentabilidad de la producción frutícola en áreas de prioridad para la biodiversidad, como son la zona semiárida de la Caatinga en Brasil y la zona central de Chile. En el proyecto se plantearon diversos desafíos sobre cómo potenciar el aporte de los predios a los servicios ecosistémicos, de modo de contar con alimentos que no impactarán negativamente en la biodiversidad de los lugares donde eran producidos”. 

La colaboración, añade Eduardo, fue una respuesta a las recientes señales del mercado en el sector agroalimentario, especialmente en Europa, para que los agricultores tomarán medidas para promover la biodiversidad.

“El proyecto incorporó la cadena completa de suministro de fruta, desde agricultores en Chile y Brasil hasta cadenas de supermercados (Waitrose) en Inglaterra, además de una plataforma nacida desde la industria que busca desarrollar métricas para la agricultura sustentable con uso a nivel predial de zonas semiáridas y mediterráneas”.

¿Cuáles fueron las principales áreas de estudio/trabajo?

“La investigación se centró en el estudio y promoción de los servicios ecosistémicos que mejoraban la producción de los frutales —polinización, almacenamiento de carbono y regulación del flujo de agua— y la evaluación de los beneficios que estos servicios traen a los mismos agricultores”, muchos de ellos, comenta Eduardo, reticentes a abandonar las técnicas tradicionales a favor de prácticas más amables con los entornos naturales.

El proyecto co-diseñó junto a productores y empresas exportadoras internacionales una serie de innovaciones basadas en la naturaleza en huertos frutales intensivos. “Estas innovaciones”, explica el también académico de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Universidad Católica, “generan múltiples beneficios ambientales, al tiempo que mejoran la rentabilidad de los predios a través de un mejor rendimiento o calidad y una reducción de insumos (agua y agroquímicos)”.

El enfoque, denominado “intensificación ecológica”, se ha mostrado prometedor en Europa y América del Norte, pero no había sido probado experimentalmente en ambientes tropicales semiáridos.

Una red sustentable para el futuro

Luego de 5 años de trabajo, ¿cuáles son los principales resultados y conclusiones a las que llegaron?

“Antes que todo, SUFICA nos permitió formar una red de investigadoras e investigadores, productores, asesores y exportadores de los tres países involucrados, con la realización de 8 talleres en Chile y Brasil, además de la instalación de pilotajes con agricultores que buscaban potenciar las acciones de intensificación ecológica en sus predios”.

“El principal resultado fue el aprendizaje del proceso de co-creación, donde se unió a investigadores y agricultores en busca de la priorización y adaptación de las mejores técnicas de intensificación ecológica en sus predios frutícolas. Además, se validó la herramienta online para gestionar la biodiversidad predial, para fruticultura de zonas mediterráneas”.

Una de las conclusiones principales, es que aún existen grandes brechas entre las actividades de los fruticultores y los objetivos globales de sustentabilidad. Si bien se entiende lo que se debe hacer en cuanto a acciones de intensificación ecológica que promuevan la biodiversidad, existen barreras culturales y sociales que dificultan o impiden la aplicación de estas prácticas. Para superar estas brechas se requerirá de incentivos, como los existentes en las políticas europeas”.

¿Qué productos de transferencia o divulgación dejó este proyecto? 

“A nivel de transferencia, se realizaron seminarios en Brasil y dos seminarios en Chile sobre avances del proyecto, acciones de intensificación ecológica y de adaptación y mitigación para el cambio climático. Tuvimos, además, dos seminarios de cierre en Chile, uno en Santiago y otro en Rancagua, los cuales contaron con una alta asistencia y participación”.

“En cuanto a divulgación, se generaron una serie de boletines (o booklets) y manuales en portugués o español, que describen en detalle la biodiversidad de la región a través de sus aves, mamíferos, fauna del suelo, flora e insectos, además de un manual de prácticas agrícolas de bajo impacto. Participamos, asimismo, en webinars y cursos online”.

“Finalmente, en lo que se respecta a producción científica, ya hemos publicado 4 artículos científicos y estamos en el proceso de cerrar las publicaciones de varios más asociados a distintos aspectos de biodiversidad en agricultura”, remata el investigador.

Junto a Arellano, el proyecto también fue liderado por Lynn Dicks, de la Universidad de Cambridge (UK), y contó con la participación de Fabiana Oliveira da Silva, Kátia Siqueira, Patricia Rebouças, Lúcia Kill y Vinina Silva Ferreira como co-investigadoras; Andrés Muñoz-Sáez (CAPES) y Liam Crowther como investigadores posdoctorales; Natalia Zielonka como estudiante de doctorado; Nadia Rojas como asistente de campo, además de Gonzalo Neira y Xavier Baudequin como miembros representantes de la industria.

Alcances y desafíos

¿Cuáles son los alcances de este proyecto en términos de sus aplicaciones futuras en agroecosistemas?

“Este proyecto refuerza uno de los objetivos más importantes de la Línea de Intensificación Ecológica de nuestro Centro, que es la identificación y transferencia de acciones que potencien servicios ecosistémicos y la biodiversidad. Generamos información relevante para sistemas frutícolas de Chile y Brasil sobre el potencial de adaptar recomendaciones de manejo que se implementan principalmente en el hemisferio norte”. 

“Además, la adaptación de la herramienta Cool Farm Tool para sistemas frutícolas permitirá a los productores identificar acciones y generar reportes de biodiversidad predial. Este es uno de los puntos más relevantes, porque la biodiversidad tiene aspectos muy locales que deben ser validados”.

¿Qué aprendizajes y lecciones obtuvieron de este proyecto, más allá de esos resultados?

“Una parte importante de la ejecución de SUFICA fue en plena pandemia Covid-19, por lo que la ejecución del proyecto fue un permanente desafío debido a que incorporaba viajes, trabajos de implementación y monitoreos en campo tanto en Brasil como en Chile. Finalmente, la colaboración e interés de los agricultores y los investigadores permitió sacar adelante los objetivos”.

“Para nosotros, el aprendizaje fue la inducción a redes internacionales de investigación en biodiversidad y agricultura mediante un proyecto de gran envergadura, que funcionaba en tres idiomas y que consideraba una gran diversidad de actores. Aprendimos sobre la realidad de los agricultores en Brasil en las zonas semiáridas de la Caatinga y como los mercados globales de fruta influencian las decisiones que toman los agricultores”.

Finalmente ¿qué pendientes dejó este trabajo para investigaciones futuras?

“Dentro de las acciones que se probaron se implementaron ensayos de cultivos de cobertura y perchas para rapaces. Se trabajó y avanzó en los diseños e implementación y se logró un monitoreo inicial, dejando pendiente las evaluaciones del efecto de estas intervenciones sobre la producción frutícola a largo plazo”.

“Gracias al proyecto, se conformó una red de colaboración de investigadores y estudiantes de la Universidad de Cambridge, Universidad de East Anglia, PUC, Universidad de Sergipe, Universidade Federal de Bahía y la Universidad del Valle de San Francisco, la que esperamos poder mantener en forma activa a través de otras iniciativas de carácter internacional”.

Texto: Comunicaciones CAPES

Turismo comunitario indígena: la construcción y conservación de un patrimonio en peligro

Investigadores nacionales trabajaron junto a miembros de dos cooperativas indígenas campesinas para diseñar una ruta turística que rescatara la memoria biocultural de estas comunidades, y de paso, aprender cómo se construye, desde dentro, el patrimonio de un sistema tradicional agrícola.

(Créditos: Leonardo Benavente, Flickr).

En la comuna de Curarrehue, ubicada al sureste de la región de la Araucanía, miles de hombres y mujeres de campo viven y producen su alimento diario de la misma forma en que lo hicieron sus ancestros hace más de 500 años. Sin requerir de grandes maquinarias ni incurrir en las presiones propias de la sociedad moderna, son los herederos de un modo de vida que se rehúsa a desaparecer, y que puede ser la llave para un futuro más sustentable.

Estas comunidades, y más de 1.400 millones de campesinos alrededor del mundo, mantienen lo que se conoce como “sistemas tradicionales de agricultura”, un modo de producción y relación con la naturaleza caracterizado por su complejidad, diversidad y resiliencia, y cuya conservación hoy es clave no sólo para el sostenimiento de la enorme biodiversidad que de ellos depende, sino también para la conservación de los saberes, prácticas y creencias colectivas que emergen de la particular relación entre estas comunidades y sus ecosistemas locales.

Estos saberes y costumbres, agrupados bajo el concepto de “memoria biocultural” fue lo que motivó a un grupo de investigadores encabezados por el geógrafo Santiago Kaulen, e integrado por el ingeniero agrónomo del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES, y el Centro UC de Desarrollo Local CEDEL UC, Tomás Ibarra, a estudiar los procesos de construcción de esta memoria, y las formas en que el turismo puede ayudar a reconstruir, conservar y comunicar la importancia de un patrimonio amenazado por la industrialización y los cambios socioambientales.

Para ello, colaboraron codo a codo con dos cooperativas indígenas al sur de los Andes en la elaboración de una ruta turística comunitaria que potenciara las prácticas y experiencias de estas comunidades, examinando, de paso, la forma como entienden e interpretan ellas su patrimonio biocultural, así como las oportunidades y desafíos a la hora de presentar este patrimonio a través del turismo.

Reserva biocultural

Curarrehue, con sus 7,500 habitantes (la mitad de ellos de ascendencia mapuche-pehuenche) es la tercera comuna con más pobreza multidimensional a nivel nacional. Es allí donde campesinos mapuche y no-mapuche mantienen las tradiciones agrícolas propias de esta cultura a través de la trashumancia de animales, la recolección de frutos silvestres, plantas medicinales y hongos del bosque nativo, el cultivo de jardines domésticos y la cría de pequeños animales y aves de corral.

Volcan Lanin en Curarrehue (Créditos: Alejandro Soffia, Flickr).

Su enorme belleza estética, agrobiodiversidad y patrimonio cultural hicieron que esta zona y sus alrededores fuera declarada, en 2018, un Sistema Importante de Patrimonio Agrícola Nacional (o SIPAN). Los SIPAN son una designación biocultural otorgada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, junto distintos gobiernos nacionales que busca salvaguardar la agrodiversidad de un territorio, proteger el patrimonio agrícola y reconocer el conocimiento, prácticas y creencias de sus habitantes.

Desde su creación en 2005, los SIPAN han gatillado el desarrollo de diferentes actividades turísticas relacionadas con el patrimonio biocultural de los pueblos, promoviendo de este modo procesos de construcción de patrimonio y la “turistificación” de algunos de sus elementos.

“Curarrehue está dentro del SIPAN ‘Cordillera Pehuenche’», nos cuenta el investigador CAPES y de la P. Universidad Católica de Chile, Tomás Ibarra. “Dentro del SIPAN, ésta se caracteriza por la presencia de una gran variedad de paisajes productivos; una importante agrobiodiversidad en forma de variedades locales; la existencia de áreas protegidas o zonas de conservación adyacentes a los paisajes de producción (lo que probablemente favorece los intercambios genéticos entre cultivos domésticos y parientes silvestres), y vastas áreas de territorio indígena, potencialmente favoreciendo el mantenimiento de prácticas tradicionales”.

Estas características fueron justamente las que inspiraron a dos comunidades campesinas del lugar, las cooperativas “Zomo Ngen” y “Quiñemawün”, a contactar al equipo de investigación del Prof. Keulen para colaborar en el diseño de una ruta turística comunitaria que ofreciera distintos tipos de alojamiento, actividades de ocio, gastronomía, agroturismo y venta de productos locales para los visitantes nacionales y extranjeros que llegaban a la zona.

Mal que mal, el turismo, y especialmente el turismo comunitario, ha sido considerado por años como un mecanismo de construcción y gestión efectiva del patrimonio de una comunidad, en tanto promueve el realce de aquellas costumbres y experiencias locales que los mismos actores del territorio consideran parte de su identidad. Como dicen los autores del estudio: “para aquellas personas viviendo en sistemas urbanizados modernos, es atractivo experimentar la vida del campo y formas ancestrales —aunque perdurables— de civilizaciones agrícolas”.

(Créditos: Torrenegra, Flickr).

“El Turismo de Base Comunitaria corresponde a una forma de organización y autogestión de los recursos patrimoniales comunitarios presentes en un territorio para la prestación de servicios turísticos” explica Santiago Kaulen, académico de la Universidad Austral de Chile. “En este sentido, cuando hablamos de turismo de base comunitaria, es fundamental la participación activa de las comunidades locales durante todas las fases del proyecto”.

Fue así como, a través de distintos métodos de participación propuestos por los investigadores (grupos focales, mapeos conjuntos, entrevistas semi estructuradas e informales, y observación participativa), los integrantes de ambas cooperativas pudieron identificar el patrimonio presente en el territorio y examinar cómo podría este ser incorporado a las actividades de turismo comunitario que las cooperativas querían ofrecer a lo largo de la ruta.

Luego, la información recolectada fue organizada, clasificada y procesada para su uso en la creación de mapas con las atracciones e iniciativas turísticas contempladas para la ruta.

Construyendo patrimonio desde el interior

Fue durante estos procesos que las y los investigadores descubrieron que, para estas comunidades, el patrimonio era entendido como el modo de vida asociado a su propia cultura rural (la mapuche), y, particularmente, a las prácticas agrícolas que sostienen los sistemas alimentarios locales.

Algunas de estas prácticas por las cuales esta herencia es transmitida, por ejemplo, son el tejido con witral (un tipo de telar mapuche) y el tallado en madera, las cuales, comentaron algunos participantes, encarnan la creatividad e identidad de la gente que ha desarrollado estas prácticas.

También se relevaron prácticas asociadas al suministro de alimentos, como el cultivo de jardines domésticos, la crianza de animales pequeños y aves de corral, la apicultura y la recolección de frutos y plantas del bosque, las cuales también, en palabras de los campesinos les brindan una sensación de autonomía y pertenencia al territorio que trabajan, cuidan y habitan diariamente.

De este modo, los participantes propusieron actividades para potenciar estos elementos, como caminatas y paseos en caballo, productos y preparaciones locales, la venta de productos de jardines domésticos y recolectados del bosque, tours guiados por estos jardines, talleres de witral, y visitas a lugares históricos, muchos de los cuales no han sido aún considerados por los planes turísticos a nivel nacional.

No obstante, durante su investigación, los científicos también analizaron críticamente la pertinencia del turismo comunitario como un mecanismo de gestión comunitaria del patrimonio, alternativa que no está exenta de riesgos y críticas.

Uno de los principales desafíos del turismo comunitario tiene que ver con el control efectivo que tienen las comunidades sobre la presentación de su patrimonio frente a los discursos de otros actores de nivel central, como instituciones públicas, grupos de expertos, emprendedores o medios de comunicación. “De esta manera, procesos de activación del patrimonio pueden, inesperadamente, favorecer el arribo de agentes turísticos externos a los territorios, apropiándose de tradiciones que ajustan e insertan en el mercado” comentan los autores.

(Créditos: p a n, Flickr).

De hecho, las mismas comunidades miran con recelo la influencia que puede tener la industria turística, y su explotación continua de los recursos naturales, culturales y paisajísticos, en tu territorio. “Les preocupa el arribo de personas que buscan obtener conocimiento sobre la cultura rural mapuche y no-mapuche, y usarla para su propio beneficio y ganancia personal” explican en el estudio.

Para evitar aquello, Tomás Ibarra señala la importancia de desarrollar “políticas locales, regionales y nacionales que faciliten la participación y toma de decisiones de los actores territoriales en sus sistemas de gobernanza. Según la experiencia internacional, esto favorecerá la resiliencia, bienestar socioeconómico y sustentabilidad de las comunidades locales que desarrollen iniciativas de turismo comunitario”.

De la misma opinión es Santiago Kaulen: “Es necesario comprender que las comunidades locales tienen capacidad de agencia para identificar, interpretar y activar su patrimonio cultural y natural, y utilizarlo en la generación de estrategias turísticas. De esta manera, los esfuerzos deben concentrarse en fomentar las instancias de diálogo y construcción comunitaria de este tipo de proyectos, como también en buscar estrategias a mediano y largo plazo para su financiamiento y continuidad en el tiempo”.

Texto: Comunicaciones CAPES y CEDEL UC

Columna de Rafael Larraín, investigador CAPES: «Dependemos de los suelos»

A continuación, reproducimos íntegra la columna del investigador CAPES y académico de la P. Universidad Católica de Chile, Dr. Rafael Larraín, aparecido en Emol el pasado mes de diciembre, donde nos alerta sobre la importancia de los suelos para el mantenimiento de la vida en el planeta y la provisión de alimentos para la humanidad.

La vida de los seres humanos depende directamente de los suelos y su salud. Se estima que aproximadamente el 95% de nuestros alimentos se originan en esa delgada capa que cubre una parte importante del planeta. Durante toda la historia de la humanidad, los suelos han sido fundamentales para nuestro desarrollo, no solo para producir alimentos y obtener nutrientes, sino además entregándonos innumerables otros servicios, tales como filtrar y almacenar agua, regular el clima, capturar carbono atmosférico, descontaminar, etc.

Con demasiada frecuencia las personas ven el suelo como algo permanente, que estuvo y estará siempre ahí. En agricultura, solemos tratar el suelo como una capa mineral donde las raíces de las plantas se afirman y a la que debemos agregar las cosas que ellas necesitan para crecer: agua y algunos fertilizantes. Sin embargo, el suelo es en realidad un ecosistema extremadamente complejo con miles de interacciones que a lo largo de millones de años de evolución permitieron que las plantas y los animales se desarrollen en su superficie.

Sinfonía subterránea

Pero lo que pasa bajo la superficie es como una sinfonía silenciosa y maravillosa, donde cada uno de los integrantes de la orquesta se coordina y nutre de otros, para poder interpretar la obra maestra de la vida. Las plantas liberan nutrientes al suelo directamente desde sus raíces para que se desarrollen millones de bacterias y hongos. Algunas de estas bacterias y hongos protegen y nutren de vuelta a la planta, mientras que otras colaboran en descomponer los restos de raíces, insectos y otros animales muertos para reciclar esos nutrientes y permitir el nuevo crecimiento de las plantas.

Los millones de años de coevolución han permitido además el desarrollo de colaboraciones tan íntimas entre plantas y microorganismos, que muchas de ellas se han vuelto interdependientes y no pueden sobrevivir unas sin otras. Los ejemplos más conocidos incluyen a las bacterias conocidas como rizobios y a los hongos micorrícicos.

En el primer caso, la bacteria entra en las raíces y la planta le genera una pequeña casita (conocida como nódulos), donde las bacterias se reproducen y alimentan de las azúcares que la planta les da. A cambio, la bacteria captura nitrógeno desde el aire y lo transforma en moléculas que la planta es capaz de absorber y utilizar para construir sus propias proteínas. En el caso de los hongos micorrícicos, estos también pueden entrar a las raíces, pero tienen además la capacidad de extenderse por fuera de ellas. De esta manera, forman una nueva red complementaria a la red de raíces donde pueden entregar a la planta agua y nutrientes que pueden solubilizar directamente desde las partículas del suelo. A cambio, la planta le entrega también azúcares y otros nutrientes.

Cada día aprendemos más de estas interacciones, e incluso hace muy pocos años se describió por primera vez un ciclo conocido como rizofagia, donde la planta “ordeña” algunas bacterias del suelo. En pocas palabras, la planta deja que en la punta de sus raíces entren algunas bacterias del suelo llenas de nutrientes. En su interior libera una serie de compuestos que debilitan la membrana de la bacteria y permiten que algunos de los nutrientes que están dentro de la bacteria se filtren y liberen al interior de la raíz. Finalmente, la bacteria es expulsada desde la raíz nuevamente al suelo, donde puede comenzar a alimentarse y reproducirse nuevamente.

Nuevas prácticas

Estos procesos e interacciones se debilitan o terminan cuando utilizamos muchas de las prácticas agrícolas más frecuentes desarrolladas desde la revolución verde y que tienen implícitas una visión de que los procesos que ocurren entre el suelo y las plantas son principalmente físicos y químicos, y no biológicos. Datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), señalan que una tercera parte de la tierra ya está degradada, y estiman que la erosión del suelo podría implicar una reducción del 10 % en la producción de cultivos hacia 2050.

Por eso cuando logramos ver y entender que fomentar la actividad biológica del suelo es fundamental para su salud y desarrollo, a la vez que para la salud y el desarrollo de las plantas y los animales que dependen de ellas, entonces la paleta de herramientas que tenemos para trabajarlo cambia por completo.

Así, cada vez es más común que los agricultores entiendan los efectos dañinos del arado y la rastra, el uso de fertilizantes químicos, herbicidas, fungicidas, insecticidas, y otros elementos químicos que solían no cuestionarse. Y aunque varias de estas prácticas pueden seguir utilizándose, entender sus efectos secundarios sobre la vida del suelo ha permitido que con cada vez mayor frecuencia se estén utilizando manejos que ayudan a compensar los efectos negativos.

Entre las prácticas que es cada vez más frecuente observar se incluye mantener los suelos siempre con cobertura (plantas o restos vegetales), la utilización de fertilizantes orgánicos (guanos y compost entre otros) que no solo aportan elementos químicos naturales sino también inóculos de microrganismos benéficos, el uso de cultivos polifíticos (varias especies de plantas juntas), la planificación regenerativa del pastoreo, y la utilización de sistemas agrícolas mixtos con variadas combinaciones de sistemas de cultivos, árboles frutales o madereros, y ganado o animales menores (gallinas, patos, conejos, etc.).

El uso más frecuente de estas “nuevas” prácticas (que en realidad no son nuevas, sino que se han ido revalorizando o combinando de maneras innovadoras) apuntan hacia el desarrollo de una agricultura más sustentable, donde la salud del suelo juega un rol central y donde el foco va mucho más allá de no perderlo o dañarlo, sino en regenerarlo.


Rafael Larraín

Académico de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal de la Pontificia Universidad Católica. Agrónomo y Doctor en Ciencias Animales de la Universidad de Wisconsin, EE.UU., integra también el Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad CAPES. En los últimos años su trabajo se ha centrado en Ganadería Regenerativa y Manejo Holístico, usando el ganado como una herramienta para fortalecer a productores, comunidades y el medio ambiente. Ha coordinado además la creación de un Centro de Agricultura y Ganadería Regenerativa en la Estación Experimental de la UC. La columna de ciencia es coordinada por el proyecto Ciencia 2030 UC.

Texto: Emol