Estudio da nuevas pistas sobre el colapso de la civilización Rapa Nui

La investigación desarrollada por científicos del CAPES e IEB, y publicada en Proceedings of the Royal Society B, reveló que la crisis demográfica estaría vinculada a una interacción entre los efectos del cambio climático, la sobrepoblación y el déficit en la producción de alimentos.

Múltiples estudios alrededor del mundo han buscado explicar la trayectoria de la cultura polinésica de Isla de Pascua desde el arribo de sus primeros habitantes a comienzos del siglo XIII, hasta la llegada de los colonizadores europeos en el siglo XVIII. Es tal el interés por su historia demográfica y ecológica, que el “Ombligo del mundo” se ha transformado en un verdadero laboratorio para entender los procesos de colapso de las civilizaciones antiguas.

El más reciente intento por esclarecer el misterio condujo a un grupo de científicos chilenos y españoles a reconstruir la historia de auge y declive de la cultura Rapa Nui a través de las fluctuaciones de su población, recopilando para ello datos paleoclimáticos, paleoecológicos y fechados de radiocarbono en la Isla.

El trabajo, publicado en la Revista Proceedings of the Royal Society B y liderado por expertos del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, CAPES, y del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB, utilizó modelos dinámicos para analizar cómo la interacción de factores climáticos, demográficos y ecológicos pudieron haber incidido en la caída de la población de la Isla, pudiendo determinar que, en vez de un gran colapso poblacional, la sociedad Rapa Nui vivió tres episodios de este tipo en los últimos 800 años.

“Para entender qué fue lo que en verdad ocurrió, utilizamos los datos provenientes de hallazgos de restos humanos y arqueológicos en la Isla para inferir de ellos los tamaños poblacionales de la sociedad Rapa Nui a lo largo de su historia, además de datos sobre el tipo de vegetación presente en la zona y la historia climática de la región. Luego, empleando como marco la teoría de dinámica poblacional, pudimos observar cómo se combinaban estos elementos”, explica Mauricio Lima, investigador de CAPES y autor principal del estudio.

La particularidad de este modelo, explica Lima, es que por primera vez se pudo analizar la incidencia del clima en las dinámicas de población de la Isla, incorporándola a factores demográficos ecológicos, como el uso de recursos. “La teoría de dinámica poblacional entrega modelos bien sencillos y claros para trabajar con distintas variables que permiten hacer hipótesis más cuantitativas. Había algunas aproximaciones de modelos en Isla de Pascua sobre este tema, pero que sólo consideraban la interacción entre la población humana y recursos naturales, pensando más bien en una especie de colapso endógeno, es decir, por un solo recurso o sobreexplotación del mismo”, señala el investigador de CAPES.

¿Ecocidio o genocidio?

¿Pero qué nos dicen los registros acerca de estas crisis? Al respecto, el estudio señala la existencia de tres colapsos poblacionales en el período estudiado: dos de ellos, previo a la colonización europea. Asimismo, se abordan las causas que habrían conducido a las alteraciones sociodemográficas en este lugar.

Hasta ahora, eran las dos hipótesis predominantes sobre el colapso ocurrido en la isla durante éste período. La primera, conocida como la hipótesis del “ecocidio” habla de una caída abrupta en el número de habitantes a causa del progresivo aumento de su población y el uso intensivo de sus recursos naturales, agotando la tierra disponible para la agricultura y eventualmente condenando a su población a la falta de alimentos.

“El ecocidio es una suerte de suicidio ecológico, que implica llegar a la Isla y deforestar todo, generando con esto que la población empiece a disminuir su número. En este caso, se observa que la población va colapsando a medida que se van agotando los recursos, como la cantidad de palmeras disponibles. Se observa que hay una alteración en el uso del suelo, que pudo haber sido muy relevante”, comenta Claudio Latorre, investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad.

La segunda teoría, bautizada como del “genocidio”, arguye que la civilización Rapa Nui se mantuvo estable hasta antes de la llegada de los europeos en el 1700, quienes, por medio de la introducción de enfermedades, plagas y la trata de esclavos, terminaron por desplomar definitivamente su población.

Para los investigadores, si bien estas teorías tienen cierto asidero, ninguna de ellas explica por si sola lo ocurrido en Rapa Nui. “Probablemente, los colapsos se produjeron por una combinación entre el crecimiento poblacional, el cambio climático y el sobreuso de recursos. A medida que se colonizaba la Isla y se empezaba a expandir la población, las necesidades o demandas por recursos alimenticios, tierra arable y productividad de la tierra, también lo hicieron. Esto, fue acompañado por un proceso gradual de cambio climático entre los años 1200-1250 y 1700, específicamente, una intensificación del fenómeno de La Niña que trajo una disminución en las precipitaciones. Esto impactó en la capacidad productiva de la tierra y, por tanto, en la habilidad de pueblo Rapa Nui para alimentar a su población.”, detalla Lima.

En opinión del ecólogo de poblaciones, bastó con un pequeño cambio en el promedio de las precipitaciones anuales en el Pacífico para desatar estos colapsos, “Lo que la Isla nos deja como lección es que uno no necesita grandes cambios climáticos para tener un colapso o un problema sociodemográfico grave, sino sólo una interacción entre un tamaño poblacional muy grande, un ecosistema presionado por esa población, y una disminución gradual en las condiciones de las que depende ese ecosistema para proveer alimento”.

Los investigadores también especulan que uno de estos colapsos, sucedido entre 1450 y 1550 aproximadamente, pudo haber coincidido con un cambio cultural y social en la Isla, que transita de un tipo de sociedad más compleja y jerarquizada –caracterizada por la construcción de grandes edificaciones y monumentos, los Moai– a un modelo societal más austero y simplificado, constituido por grupos y clanes familiares. “En el caso de esta crisis, al término de la construcción de la fase de los moais, se agotaron los recursos de la Isla. Este cambio radical habría tenido que ver con la forma de relacionarse con la naturaleza”, explica Latorre.

Para éste último, este cambio cultural supone una suerte de resiliencia socioecológica de parte de la sociedad Rapa Nui. Mal que mal, “¿cómo es que los pascuenses lograran sobrevivir en esa gran roca durante 1200 años? Pensamos que eso fue así, porque se fueron adaptando a las condiciones que ellos mismos fueron generando, en parte gracias a los grandes cambios tecnológicos, pero sobre todo limitando su consumo y transformando su sistema de cultivo”.

Lecciones para el mundo actual

En un planeta en el que la población mundial crece de forma exponencial, al tiempo que se sobreexplotan los ecosistemas naturales, el estudio tiene bastante que enseñarnos al respecto. “La Isla puede ser entendida como un laboratorio de lo que puede ocurrir a escala global. Mal que mal, este planeta, al igual que una isla, es un sistema finito, sobrepoblado, y que está experimentando un proceso acelerado de cambio climático, generado esta vez por la propia actividad humana. Esos tres componentes son un cóctel que puede producir problemas importantes en la demografía, en la calidad del ambiente y en los procesos ecológicos”, comenta Lima.

Por su parte, Latorre afirma que el trabajo recién publicado se vincula totalmente al escenario de cambio global, y el hecho de que la población mundial es la actual fuerza y motor que nos está llevando a la deforestación, extinción de especies y cambios en el uso de suelo. “Eso es un ecocidio también. Y por eso el paradigma de Isla de Pascua es tan llamativo y se parece a lo que está viviendo la población mundial”, puntualiza.

Curso en línea «Actualización Curricular en Ecología» para profesores | 13 al 31 de julio 2020

El Centro de Investigación Científica Escolar (CICE) junto al Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES UC) de la Pontificia Universidad Católica de Chile tienen el agrado de invitar al curso “Actualización Curricular en Ecología”, el cual se encuentra dirigido a docentes de ciencias de cualquier subsector que tengan la labor de liderar cursos de Ciencias, Biología o las nuevas asignaturas de Ciencias para la Ciudadanía y Biología de los Ecosistemas, aunque también está dirigido a toda persona que tenga interés en el tema.

Ligados a las nuevas bases curriculares, el curso tiene dos grandes propósitos. Uno es que los docentes conozcan y dominen el nuevo marco curricular que rige desde el 2020, en las asignaturas de Biología para I° y II° medio, Ciencias para la ciudadanía y Biología de los Ecosistemas para III° y IV° medio, poniendo especial énfasis en aquellos objetivos de aprendizaje que involucran contenidos y destrezas en el ámbito de la ecología; y el otro es que los docentes dominen aquellos contenidos referidos al ámbito ecológico y que luego deberán trabajar en sus respectivos establecimientos educacionales, proponiendo metodologías de trabajo como el ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos). Por ello se profundizará en tópicos como la ecología poblacional, ecología comunitaria, amenazas para la conservación biológica, cambio climático y servicios ecosistémicos.

Coordinador del Curso

Carlos Zurita Redón (Director CICE).

Tutores

Daniela del Solar, Tomás Quiñones, Paulo Suazo, Ignacio Valverde (Coordinadores CICE)

Fecha del Curso

Desde el lunes 13 al viernes 31 de Julio de 2020.

Modalidad del curso

Online, a través de la web cice.cl. El curso está dividido en 4 módulos de trabajo, cada módulo tiene una duración de 4 días, donde se espera que durante esos días los docentes vean las cápsulas con las clases grabadas, presencien una charla, realicen un trabajo práctico y respondan un Quiz, todo eso en sus tiempos libres, lo que les entrega a los participantes la posibilidad de tener más libertad en el manejo de sus tiempos. Cada módulo termina con una reunión por Zoom (en una fecha y hora determinada, detallada en el programa) donde resolvemos todas las dudas que hagan surgido al momento del trabajo individual de los módulos.

Duración del programa

24 horas cronológicas de trabajo en total (8 horas semanales).

Valor del Curso

$90.000 a través de transferencia bancaria, optando por una de las siguientes dos modalidades. A) 50% del valor del curso al momento de la inscripción para asegurar su cupo, y el otro 50% a más tardar el lunes 13 de julio. B) 100% del valor del curso al momento de la inscripción.

Atención: la sola inscripción vía web, completando el formulario de Google, no asegura el cupo en el curso, la única forma de asegurarlo es a través de una de las dos vías antes descritas para su pago.

Programa del curso

Descarga el programa del curso (PDF) en este enlace

Inscripción

Inscríbete en el curso en este enlace.

Más información en cice.cl/cursoecologia

Curso en línea «Actualización Curricular en Ecología» para profesores | 13 al 31 de julio 2020

El Centro de Investigación Científica Escolar (CICE) junto al Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES UC) de la Pontificia Universidad Católica de Chile tienen el agrado de invitar al curso “Actualización Curricular en Ecología”, el cual se encuentra dirigido a docentes de ciencias de cualquier subsector que tengan la labor de liderar cursos de Ciencias, Biología o las nuevas asignaturas de Ciencias para la Ciudadanía y Biología de los Ecosistemas, aunque también está dirigido a toda persona que tenga interés en el tema.

Ligados a las nuevas bases curriculares, el curso tiene dos grandes propósitos. Uno es que los docentes conozcan y dominen el nuevo marco curricular que rige desde el 2020, en las asignaturas de Biología para I° y II° medio, Ciencias para la ciudadanía y Biología de los Ecosistemas para III° y IV° medio, poniendo especial énfasis en aquellos objetivos de aprendizaje que involucran contenidos y destrezas en el ámbito de la ecología; y el otro es que los docentes dominen aquellos contenidos referidos al ámbito ecológico y que luego deberán trabajar en sus respectivos establecimientos educacionales, proponiendo metodologías de trabajo como el ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos). Por ello se profundizará en tópicos como la ecología poblacional, ecología comunitaria, amenazas para la conservación biológica, cambio climático y servicios ecosistémicos.

Coordinador del Curso

Carlos Zurita Redón (Director CICE).

Tutores

Daniela del Solar, Tomás Quiñones, Paulo Suazo, Ignacio Valverde (Coordinadores CICE)

Fecha del Curso

Desde el lunes 13 al viernes 31 de Julio de 2020.

Modalidad del curso

Online, a través de la web cice.cl. El curso está dividido en 4 módulos de trabajo, cada módulo tiene una duración de 4 días, donde se espera que durante esos días los docentes vean las cápsulas con las clases grabadas, presencien una charla, realicen un trabajo práctico y respondan un Quiz, todo eso en sus tiempos libres, lo que les entrega a los participantes la posibilidad de tener más libertad en el manejo de sus tiempos. Cada módulo termina con una reunión por Zoom (en una fecha y hora determinada, detallada en el programa) donde resolvemos todas las dudas que hagan surgido al momento del trabajo individual de los módulos.

Duración del programa

24 horas cronológicas de trabajo en total (8 horas semanales).

Valor del Curso

$90.000 a través de transferencia bancaria, optando por una de las siguientes dos modalidades. A) 50% del valor del curso al momento de la inscripción para asegurar su cupo, y el otro 50% a más tardar el lunes 13 de julio. B) 100% del valor del curso al momento de la inscripción.

Atención: la sola inscripción vía web, completando el formulario de Google, no asegura el cupo en el curso, la única forma de asegurarlo es a través de una de las dos vías antes descritas para su pago.

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Inscripción

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De la playa a la ciudad: aves marinas y ecosistemas costeros

Con la ayuda de chercanes, zorzales, cormoranes y pelícanos, la investigadora CAPES Giorgia Graells busca entender la percepción de los habitantes del Gran Valparaíso acerca de los ecosistemas marinos que habitan y los servicios que éstos proveen, en un intento por determinar los efectos de la urbanización en la relación entre unos y otros.

Las aves marinas son un componente esencial de los ecosistemas costeros. Gracias a su accesibilidad y posición privilegiada en la cadena alimentaria, ayudan a ecólogos y conservacionistas a estimar el estado de diversos parámetros dentro de un ambiente, tales como la disponibilidad de alimento, los niveles de contaminación, y los efectos del clima sobre las diversas interacciones que ocurren en el mar, o cerca de éste.

Pero los servicios que ofrecen estas aves no terminan donde revientan las olas. Su enorme capacidad de desplazamiento también les permite adentrarse en puertos y ciudades en busca de comida, deleitando la vista de navegantes, pescadores, veraneantes y transeúntes por igual, fundiéndose igualmente en los paisajes urbanos.

¿Pero cuánto valoran los mismos habitantes de estos paisajes el papel que juegan estos organismos en su propio bienestar?

Esa es la pregunta que Giorgia Graells, bióloga y magister en Manejo y Conservación de Recursos Naturales busca responderse en una tesis para optar al grado de doctora en Ciencias Biológicas con mención en Ecología, llevada a cabo bajo el alero de la línea 5 de CAPES y conducida por el director de la línea, Prof. Stefan Gelcich.

La respuesta, comenta Graells, puede servirnos para entender de mejor manera la actitud de las personas hacia los ecosistemas urbanos que habitan, desarrollar políticas de conservación y manejo de recursos naturales que incorporen dimensiones tanto biológicas como sociales, y ayudar a resolver potenciales conflictos socioecológicos con una mirada basada en la interdisciplina y los contextos locales.

“Uno de los objetivos del estudio es conocer las percepciones de la gente respecto de la biodiversidad de su entorno y de los servicios ecosistémicos que brinda por medio de encuestas, comparando luego esas percepciones con la diversidad real que presentan estas zonas” explica. Para alcanzar este objetivo, el trabajo contempló una fase de monitoreo de aves en el sitio del estudio, un área que abarca las comunas de Valparaíso, Viña del Mar, y Concón.

Para la investigadora, la elección del “Gran Valparaíso” como lugar del estudio es también un intento por incorporar espacios menos estudiados en el campo de la ecología urbana: “Hasta ahora, dicha disciplina se ha concentrado mucho en las grandes metrópolis del interior, con mayor presencia de biodiversidad terrestre. Poco se sabe de cómo se percibe la biodiversidad en las ciudades costeras, que son de las más urbanizadas y de las que, por su posición estratégica para la economía de los países, crecen con mayor rapidez”.

El énfasis en las aves, por otra parte, se da por razones similares a las que hacen de ellas tan buenos indicadores de la salud de los océanos y costas: su ubicuidad y vistosidad. “Las aves son un elemento de la naturaleza conspicuo, que permiten un acercamiento directo con lo natural” dice Graells, para luego continuar, “las aves también entregan beneficios culturales importantes, como el placer estético, ya que suelen atraernos de ellas cosas tan variadas como su plumaje, su comportamiento o su canto. También hay un vínculo desde lo material, como en el caso de la artesanía, y espiritual. Son materia de mitos y contienen un valor simbólico. Conectar con ellas es en parte conectar con los entornos naturales”.

Si bien el estudio aún se encuentra en su etapa de análisis de datos, Graells ya ha podido extraer aprendizajes valiosos de este trabajo: “La gente se siente conectada con las aves, sobre todo aquellos grupos que tienen un lazo más cercano a los territorios, como son los surfistas, clubes deportivos, y clubes de yates. Las ven como una forma cercana de naturaleza, especialmente en espacios donde ésta no está muy presente o se haya escondida. Le otorgan un valor especial” comenta. Sin embargo, advierte, estas impresiones varían según las especies y los entornos en que son observadas.

“Palomas y gaviotas, por ejemplo, tienen una carga muy negativa entre las personas, sobre todo cuando la paloma está en la playa o la gaviota en la ciudad. Hay una percepción distinta de la especie de acuerdo a la cubierta en que se encuentra” detalla.

En su opinión, palomas y gaviotas tienen un rincón especial en el imaginario colectivo de los porteños por las características particulares de estas especies, en especial, “la plasticidad que presentan a nivel de alimentación y uso de los espacios”. Más plasticidad, significa más presencia en entornos urbanizados e incidencia sobre el bienestar (y en algunos casos, malestar) humano.

De ahí que el estudio considerara variables como los distintos ambientes en que eran halladas estas especies —roquerío natural, roquerío intervenido, playa natural, playa intervenida, ciudad, áreas verdes, entre otras— como un factor importante a considerar.

Educación y divulgación

Uno de los frutos ya visibles del trabajo de Graells fue la realización de distintos materiales de difusión que dan a conocer la variedad de aves que pueblan el Gran Valparaíso.

“La idea de confeccionar estos materiales partió más como una forma de retribuir la disposición de las personas que participaron de las encuestas y entrevistas” explica la bióloga. “La gente demostró real interés por saber los nombres de las aves que les mostrábamos y si habían contestado bien las preguntas. Algunos entrevistados incluso me dejaban grabar sonido ambiente de las aves que rondaban por el lugar, así que sentí la obligación de reconocer ese interés a través de estos regalos”.

Esta experiencia motivó a la investigadora a difundir más el patrimonio natural del ecosistema costero de la zona central mostrando una selección de sus aves más comunes, entre los que se encuentran cormoranes, zarapitos, queltehues y gaviotas, por medio de afiches, trípticos y separadores de página (ver imagen), los cuales también contienen información relevante sobre estas especies.

Divulgar el rol y atributos de estas aves, y de paso educar en la valoración y conservación de la biodiversidad presente en estos espacios, no es una idea ajena a los intereses de Graells, quien desde hace años se dedica también a la educación ambiental a través de su consultora científica Ciencia Austral, la cual realiza actividades de turismo y educación enfocada en temas de medio ambiente y ecología.

En su opinión, la interacción entre la educación ambiental, la investigación científica y la participación ciudadana es particularmente rica en lo que respecta a las aves, que de un tiempo a esta parte han sido objeto de importantes iniciativas de ciencia ciudadana. “Esa misma conexión entre las personas y las aves ha hecho que cada vez haya mayor información sobre ellas, en buena parte gracias a instancias como las campañas de avistamiento y los grupos de observación de aves” comenta.

“Estas son herramienta de conocimiento y conexión con la naturaleza muy valiosas, pues ayudan a entender que lo natural no sólo se haya en lo no intervenido, en el bosque virgen, sino también en plazas y espacios modificados. Ayudan a ver la naturaleza en donde sea, incluso desde el patio de la casa. Te hacen valorizar la naturaleza en sus distintos grados”.

De la playa a la ciudad: aves marinas y ecosistemas costeros

Con la ayuda de chercanes, zorzales, cormoranes y pelícanos, la investigadora CAPES Giorgia Graells busca entender la percepción de los habitantes del Gran Valparaíso acerca de los ecosistemas marinos que habitan y los servicios que éstos proveen, en un intento por determinar los efectos de la urbanización en la relación entre unos y otros.

Las aves marinas son un componente esencial de los ecosistemas costeros. Gracias a su accesibilidad y posición privilegiada en la cadena alimentaria, ayudan a ecólogos y conservacionistas a estimar el estado de diversos parámetros dentro de un ambiente, tales como la disponibilidad de alimento, los niveles de contaminación, y los efectos del clima sobre las diversas interacciones que ocurren en el mar, o cerca de éste.

Pero los servicios que ofrecen estas aves no terminan donde revientan las olas. Su enorme capacidad de desplazamiento también les permite adentrarse en puertos y ciudades en busca de comida, deleitando la vista de navegantes, pescadores, veraneantes y transeúntes por igual, fundiéndose igualmente en los paisajes urbanos.

¿Pero cuánto valoran los mismos habitantes de estos paisajes el papel que juegan estos organismos en su propio bienestar?

Esa es la pregunta que Giorgia Graells, bióloga y magister en Manejo y Conservación de Recursos Naturales busca responderse en una tesis para optar al grado de doctora en Ciencias Biológicas con mención en Ecología, llevada a cabo bajo el alero de la línea 5 de CAPES y conducida por el director de la línea, Prof. Stefan Gelcich.

La respuesta, comenta Graells, puede servirnos para entender de mejor manera la actitud de las personas hacia los ecosistemas urbanos que habitan, desarrollar políticas de conservación y manejo de recursos naturales que incorporen dimensiones tanto biológicas como sociales, y ayudar a resolver potenciales conflictos socioecológicos con una mirada basada en la interdisciplina y los contextos locales.

“Uno de los objetivos del estudio es conocer las percepciones de la gente respecto de la biodiversidad de su entorno y de los servicios ecosistémicos que brinda por medio de encuestas, comparando luego esas percepciones con la diversidad real que presentan estas zonas” explica. Para alcanzar este objetivo, el trabajo contempló una fase de monitoreo de aves en el sitio del estudio, un área que abarca las comunas de Valparaíso, Viña del Mar, y Concón.

Para la investigadora, la elección del “Gran Valparaíso” como lugar del estudio es también un intento por incorporar espacios menos estudiados en el campo de la ecología urbana: “Hasta ahora, dicha disciplina se ha concentrado mucho en las grandes metrópolis del interior, con mayor presencia de biodiversidad terrestre. Poco se sabe de cómo se percibe la biodiversidad en las ciudades costeras, que son de las más urbanizadas y de las que, por su posición estratégica para la economía de los países, crecen con mayor rapidez”.

El énfasis en las aves, por otra parte, se da por razones similares a las que hacen de ellas tan buenos indicadores de la salud de los océanos y costas: su ubicuidad y vistosidad. “Las aves son un elemento de la naturaleza conspicuo, que permiten un acercamiento directo con lo natural” dice Graells, para luego continuar, “las aves también entregan beneficios culturales importantes, como el placer estético, ya que suelen atraernos de ellas cosas tan variadas como su plumaje, su comportamiento o su canto. También hay un vínculo desde lo material, como en el caso de la artesanía, y espiritual. Son materia de mitos y contienen un valor simbólico. Conectar con ellas es en parte conectar con los entornos naturales”.

Si bien el estudio aún se encuentra en su etapa de análisis de datos, Graells ya ha podido extraer aprendizajes valiosos de este trabajo: “La gente se siente conectada con las aves, sobre todo aquellos grupos que tienen un lazo más cercano a los territorios, como son los surfistas, clubes deportivos, y clubes de yates. Las ven como una forma cercana de naturaleza, especialmente en espacios donde ésta no está muy presente o se haya escondida. Le otorgan un valor especial” comenta. Sin embargo, advierte, estas impresiones varían según las especies y los entornos en que son observadas.

“Palomas y gaviotas, por ejemplo, tienen una carga muy negativa entre las personas, sobre todo cuando la paloma está en la playa o la gaviota en la ciudad. Hay una percepción distinta de la especie de acuerdo a la cubierta en que se encuentra” detalla.

En su opinión, palomas y gaviotas tienen un rincón especial en el imaginario colectivo de los porteños por las características particulares de estas especies, en especial, “la plasticidad que presentan a nivel de alimentación y uso de los espacios”. Más plasticidad, significa más presencia en entornos urbanizados e incidencia sobre el bienestar (y en algunos casos, malestar) humano.

De ahí que el estudio considerara variables como los distintos ambientes en que eran halladas estas especies —roquerío natural, roquerío intervenido, playa natural, playa intervenida, ciudad, áreas verdes, entre otras— como un factor importante a considerar.

Educación y divulgación

Uno de los frutos ya visibles del trabajo de Graells fue la realización de distintos materiales de difusión que dan a conocer la variedad de aves que pueblan el Gran Valparaíso.

“La idea de confeccionar estos materiales partió más como una forma de retribuir la disposición de las personas que participaron de las encuestas y entrevistas” explica la bióloga. “La gente demostró real interés por saber los nombres de las aves que les mostrábamos y si habían contestado bien las preguntas. Algunos entrevistados incluso me dejaban grabar sonido ambiente de las aves que rondaban por el lugar, así que sentí la obligación de reconocer ese interés a través de estos regalos”.

Esta experiencia motivó a la investigadora a difundir más el patrimonio natural del ecosistema costero de la zona central mostrando una selección de sus aves más comunes, entre los que se encuentran cormoranes, zarapitos, queltehues y gaviotas, por medio de afiches, trípticos y separadores de página (ver imagen), los cuales también contienen información relevante sobre estas especies.

Divulgar el rol y atributos de estas aves, y de paso educar en la valoración y conservación de la biodiversidad presente en estos espacios, no es una idea ajena a los intereses de Graells, quien desde hace años se dedica también a la educación ambiental a través de su consultora científica Ciencia Austral, la cual realiza actividades de turismo y educación enfocada en temas de medio ambiente y ecología.

En su opinión, la interacción entre la educación ambiental, la investigación científica y la participación ciudadana es particularmente rica en lo que respecta a las aves, que de un tiempo a esta parte han sido objeto de importantes iniciativas de ciencia ciudadana. “Esa misma conexión entre las personas y las aves ha hecho que cada vez haya mayor información sobre ellas, en buena parte gracias a instancias como las campañas de avistamiento y los grupos de observación de aves” comenta.

“Estas son herramienta de conocimiento y conexión con la naturaleza muy valiosas, pues ayudan a entender que lo natural no sólo se haya en lo no intervenido, en el bosque virgen, sino también en plazas y espacios modificados. Ayudan a ver la naturaleza en donde sea, incluso desde el patio de la casa. Te hacen valorizar la naturaleza en sus distintos grados”.

Rodrigo Wiff: cuantificando los mares para una pesca sustentable

El biólogo marino, investigador asociado de la línea 4 de CAPES, nos habla sobre la importancia de los modelos poblacionales aplicados a la pesca y detalla sus proyectos de investigación actuales.

Los océanos son terra incognita en más de un sentido. No sólo un 95% de los mares del mundo se encuentra sin mapear, inexplorado e incluso oculto a ojos humanos, sino que buena parte de las regiones que sí conocemos —predominantemente, nuestras costas— bullen de una vida muchas veces esquiva e impredecible.

Bien lo sabe Rodrigo Wiff, biólogo marino de CAPES, quien ha dedicado su carrera a entender las dinámicas que operan en los intersticios oceánicos en busca de patrones que permitan conocer —y proyectar— el estado de los ecosistemas marinos y de los organismos que los componen. En su caso, para crear modelos que ayuden a la implementación de políticas pesqueras eficientes y sustentables.

“Una pesquería sustentable es una pesquería que regula la extracción de peces, entre otras vías, a través de cuotas de captura, que le dicen al pescador cuánto pescar cada año para obtener beneficios económicos, y al mismo tiempo, mantener a la población de peces en un nivel estable” nos cuenta. “Lo que hacen estos modelos matemáticos es estimar la cantidad de biomasa disponible cada año para alcanzar este objetivo”.

Y esta no es la única área donde Rodrigo se vale de las matemáticas para entender procesos biológicos complejos: “Para sorpresa de algunos, la biología tiene algunas ramas que son tremendamente cuantitativas. Solo por nombrar algunas en las que he trabajo, la ecología teoría, la dinámica poblacional y los modelos pesqueros recurre regularmente a sofisticadas herramientas matemáticas y estadísticas para resolver problemas propios de estas sub-disciplinas”, explica.

“En el caso particular de la pesca”, prosigue, “el problema común es estimar procesos que solo observas parcialmente. Por ejemplo, pasa que solo algunos peces quedan atrapados en la red, o solo una parte de la biomasa es observada en los cruceros de investigación, etc. De esa forma, se vuelve un problema de estimar procesos no observados y lo tanto, se vuelven problemas propios de disciplinas como las matemáticas y la estadística”. Es como si las matemáticas le ayudaran, casi literalmente, a mirar debajo del agua.

Rodrigo nació en la población El Cortijo, en la comuna de Conchalí. A mediados de los años 90, en un período marcado por la expansión pesquera en nuestro país, ingresó a estudiar biología marina con mención en pesca y acuicultura en la Universidad de Concepción, de la que se titularía el 2000. Su vínculo con los números aplicados a la ecología surge por esos años: “Cursando el pregrado me percaté que tenía facilidades para los aspectos cuantitativos en biología y tuve la suerte de ser formado en el pregrado y en el magister por el Dr. Rubén Roa-Ureta quien sin duda es uno de los científicos pesqueros cuantitativos más importantes de Latinoamérica”, recuerda.

Sus primeros trabajos, acaecidos durante sus años de magister, se dieron como investigador en diversos proyectos oceanográficos y pesqueros al alero del programa FONDAP Humboldt, y más tarde en el Instituto de Investigación Pesquera (Inpesca, Talcahuano). En 2004, con el grado ya obtenido, recaló en el Instituto de Fomento Pesquero (IFOP, Valparaíso) como encargado de la evaluación de stock la pesquería sur-austral de Chile.

El también doctor en Bioestadística en la Universidad de St. Andrews, Escocia, e investigador posdoctoral de la Universidad de Aberdeen, llegó a CAPES durante el primer año de vida del Centro, en 2015. Desde entonces, sus áreas de investigación han estado asociadas al modelamiento de procesos individuales y poblacionales en peces y crustáceos, principalmente referidos al crecimiento, reproducción, madurez, reclutamiento, producción de biomasa y consumo de alimento.

En el último tiempo, también se ha estado dedicando a la modelación espacial, particularmente referente a las especies de langostinos en Chile, aunque ha combinado estos trabajos con una serie de proyectos abocados al estudio de otras especies marinas.

Proyectos de investigación

El primero de estos proyectos (FIPA 2017-46), recientemente concluido, tuvo por objetivo principal sentar las bases metodológicas para la construcción de indicadores de abundancia del congrio dorado para la flota artesanal que opera en fiordos y canales de la Patagonia Chilena, mediante la realización de dos campañas de muestreo a bordo de lanchas artesanales espineleras efectuadas en otoño y primavera de 2018.

“Este proyecto podría ser clave en una pesquería tan emblemática para la pesca artesanal chilena como lo es el congrio dorado” relata Rodrigo. “Hoy en día, la evaluación de stock de esta especie, y por ende las cuotas de captura y estado de explotación, se basan casi completamente en información proveniente de la pesquería industrial. Por lo tanto, este proyecto entrega las bases metodológicas de como levantan un indicador de abundancia desde la pesquería artesanal y que contribuya a determinar el estado de explotación de esta especie”.

El proyecto, además, fue el primer concurso FIPA adjudicado a la Universidad Católica de Chile en su historia.

Un segundo proyecto FIPA recientemente adjudicado consistió en un estudio piloto de marcaje y recaptura de reineta (Brama australis) con el fin de conocer patrones de migración y distribución espacial de esta importante especie productiva. Si bien los estudios de marcaje no son muy comunes en la historia de la investigación pesquera nacional, en opinión de biólogo marino, éstos pueden ser de gran utilidad. “En el caso de reineta, se tiene la hipótesis que esta especie migra, por lo que un programa de marcaje podría determinar sus patrones migratorios y, en el largo plazo, influir en la estimación de parámetros de su historia de vida”.

Este trabajo podría contribuir, además, al entendimiento de la pesquería con miras a una mejor administración de este recurso, uno de los más importantes para la pesquería artesanal de centro-sur chilena hoy en día.

Finalmente, Rodrigo y su equipo también trabajan como coordinadores de un proyecto IFOP cuya misión es revisar a través de pares internacionales, los proyectos de evaluación de stock de erizos desarrollado por el Instituto a lo largo de los años.

Rodrigo Wiff: cuantificando los mares para una pesca sustentable

El biólogo marino, investigador asociado de la línea 4 de CAPES, nos habla sobre la importancia de los modelos poblacionales aplicados a la pesca y detalla sus proyectos de investigación actuales.

Los océanos son terra incognita en más de un sentido. No sólo un 95% de los mares del mundo se encuentra sin mapear, inexplorado e incluso oculto a ojos humanos, sino que buena parte de las regiones que sí conocemos —predominantemente, nuestras costas— bullen de una vida muchas veces esquiva e impredecible.

Bien lo sabe Rodrigo Wiff, biólogo marino de CAPES, quien ha dedicado su carrera a entender las dinámicas que operan en los intersticios oceánicos en busca de patrones que permitan conocer —y proyectar— el estado de los ecosistemas marinos y de los organismos que los componen. En su caso, para crear modelos que ayuden a la implementación de políticas pesqueras eficientes y sustentables.

“Una pesquería sustentable es una pesquería que regula la extracción de peces, entre otras vías, a través de cuotas de captura, que le dicen al pescador cuánto pescar cada año para obtener beneficios económicos, y al mismo tiempo, mantener a la población de peces en un nivel estable” nos cuenta. “Lo que hacen estos modelos matemáticos es estimar la cantidad de biomasa disponible cada año para alcanzar este objetivo”.

Y esta no es la única área donde Rodrigo se vale de las matemáticas para entender procesos biológicos complejos: “Para sorpresa de algunos, la biología tiene algunas ramas que son tremendamente cuantitativas. Solo por nombrar algunas en las que he trabajo, la ecología teoría, la dinámica poblacional y los modelos pesqueros recurre regularmente a sofisticadas herramientas matemáticas y estadísticas para resolver problemas propios de estas sub-disciplinas”, explica.

“En el caso particular de la pesca”, prosigue, “el problema común es estimar procesos que solo observas parcialmente. Por ejemplo, pasa que solo algunos peces quedan atrapados en la red, o solo una parte de la biomasa es observada en los cruceros de investigación, etc. De esa forma, se vuelve un problema de estimar procesos no observados y lo tanto, se vuelven problemas propios de disciplinas como las matemáticas y la estadística”. Es como si las matemáticas le ayudaran, casi literalmente, a mirar debajo del agua.

Rodrigo nació en la población El Cortijo, en la comuna de Conchalí. A mediados de los años 90, en un período marcado por la expansión pesquera en nuestro país, ingresó a estudiar biología marina con mención en pesca y acuicultura en la Universidad de Concepción, de la que se titularía el 2000. Su vínculo con los números aplicados a la ecología surge por esos años: “Cursando el pregrado me percaté que tenía facilidades para los aspectos cuantitativos en biología y tuve la suerte de ser formado en el pregrado y en el magister por el Dr. Rubén Roa-Ureta quien sin duda es uno de los científicos pesqueros cuantitativos más importantes de Latinoamérica”, recuerda.

Sus primeros trabajos, acaecidos durante sus años de magister, se dieron como investigador en diversos proyectos oceanográficos y pesqueros al alero del programa FONDAP Humboldt, y más tarde en el Instituto de Investigación Pesquera (Inpesca, Talcahuano). En 2004, con el grado ya obtenido, recaló en el Instituto de Fomento Pesquero (IFOP, Valparaíso) como encargado de la evaluación de stock la pesquería sur-austral de Chile.

El también doctor en Bioestadística en la Universidad de St. Andrews, Escocia, e investigador posdoctoral de la Universidad de Aberdeen, llegó a CAPES durante el primer año de vida del Centro, en 2015. Desde entonces, sus áreas de investigación han estado asociadas al modelamiento de procesos individuales y poblacionales en peces y crustáceos, principalmente referidos al crecimiento, reproducción, madurez, reclutamiento, producción de biomasa y consumo de alimento.

En el último tiempo, también se ha estado dedicando a la modelación espacial, particularmente referente a las especies de langostinos en Chile, aunque ha combinado estos trabajos con una serie de proyectos abocados al estudio de otras especies marinas.

Proyectos de investigación

El primero de estos proyectos (FIPA 2017-46), recientemente concluido, tuvo por objetivo principal sentar las bases metodológicas para la construcción de indicadores de abundancia del congrio dorado para la flota artesanal que opera en fiordos y canales de la Patagonia Chilena, mediante la realización de dos campañas de muestreo a bordo de lanchas artesanales espineleras efectuadas en otoño y primavera de 2018.

“Este proyecto podría ser clave en una pesquería tan emblemática para la pesca artesanal chilena como lo es el congrio dorado” relata Rodrigo. “Hoy en día, la evaluación de stock de esta especie, y por ende las cuotas de captura y estado de explotación, se basan casi completamente en información proveniente de la pesquería industrial. Por lo tanto, este proyecto entrega las bases metodológicas de como levantan un indicador de abundancia desde la pesquería artesanal y que contribuya a determinar el estado de explotación de esta especie”.

El proyecto, además, fue el primer concurso FIPA adjudicado a la Universidad Católica de Chile en su historia.

Un segundo proyecto FIPA recientemente adjudicado consistió en un estudio piloto de marcaje y recaptura de reineta (Brama australis) con el fin de conocer patrones de migración y distribución espacial de esta importante especie productiva. Si bien los estudios de marcaje no son muy comunes en la historia de la investigación pesquera nacional, en opinión de biólogo marino, éstos pueden ser de gran utilidad. “En el caso de reineta, se tiene la hipótesis que esta especie migra, por lo que un programa de marcaje podría determinar sus patrones migratorios y, en el largo plazo, influir en la estimación de parámetros de su historia de vida”.

Este trabajo podría contribuir, además, al entendimiento de la pesquería con miras a una mejor administración de este recurso, uno de los más importantes para la pesquería artesanal de centro-sur chilena hoy en día.

Finalmente, Rodrigo y su equipo también trabajan como coordinadores de un proyecto IFOP cuya misión es revisar a través de pares internacionales, los proyectos de evaluación de stock de erizos desarrollado por el Instituto a lo largo de los años.

Científicos identifican nuevas especies de moscas en Chile

Las tres especies propuestas están distribuidas entre las llanuras de la región de Tarapacá por el norte y los bosques siempre verdes de Chiloé por el sur, en zonas amenazadas por la pérdida de flora nativa a causa de la intensificación agrícola, la fragmentación de ecosistemas, y la urbanización.

Pese a ser uno de los órdenes de insectos más diversos y abundantes en el mundo, aún hay mucho sobre la distribución y ecología de las moscas (o dípteros) que no conocemos. Y la falta de información es especialmente notoria en la región neo tropical del planeta.

Pensemos, por ejemplo, en las moscas de la araña (Acroceridae), una subfamilia con más de 530 especies distribuidas en todos los continentes (con excepción de la Antártida) que debe su nombre al “hábito” de estas moscas de parasitar el cuerpo de varias familias de arañas en su fase larvaria. El género más extenso de este grupo, denominado Ogcodes Latreille, cuenta con más de 110 especies, pero sólo 11 de ellas se saben presentes en nuestro continente.

Eso, al menos, hasta el verano de 2019, cuando un grupo de científicos de las universidades de Los Lagos, Concepción, y Pontifica Universidad Católica de Chile, apoyados por un estudio de polinización de larga data en el sur de Chile, logró encontrar e identificar exitosamente a un nuevo miembro de este género.

Díptero chilote

La nueva especie, denominada O. Kukunche en honor al pueblo mapuche natural del Río Maullín, conocidos por su larga resistencia ante la colonización española, fue descubierta en la localidad de Caulín, al norte de la isla de Chiloé, en una región del bosque siempre verde altamente fragmentado por la actividad agrícola y ganadera.

“El bosque siempre verde de Chiloé es floral y estructuralmente similar al bosque siempre verde valdiviano”, explican los autores del estudio en un artículo aparecido en la revista Zootaxa, “y tuvo un período breve de aislamiento desde la última glaciación”, por lo que hay una alta posibilidad, dicen, de que esta nueva especie sea endémica, la única representante de este género encontrada hasta ahora en Chiloé, y la más austral de Sudamérica.

O. Kukunche se distingue de las otras cinco especies de Ogcodes presentes en Chile, la última de ellas descubierta hace más de 60 años, por la forma triangular y las rayas amarillas de su abdomen, patas bicolor, antenas y vellosidad negra en el tórax.

Además de O. Kukunche, los autores del estudio también pudieron describir con mayor precisión la morfología de todas las especies de este género en nuestro país, aun cuando los holotipos de tres de ellas (los ejemplares que sirven de base para la clasificación de otros individuos) hoy se encuentran extraviados. Para ello, se valieron de descripciones originales de los especímenes perdidos, imágenes del holotipo de O. porteri y el estudio exhaustivo de ejemplares de O. kuscheli y O. triangularis.

Asimismo, el estudio también permitió ampliar el rango de distribución de esta última especie 800 km. al sur de Malloco, región Metropolitana, hasta la localidad de Petrohue, región de Los Lagos, al igual que de la mosca Acrocera honorati, presenta entre las regiones de Antofagasta y Coquimbo por el norte, y de Biobío y Valdivia por el sur.

Para el investigador del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, y uno de los autores del paper, Matías Barceló, contar con áreas de distribución más completas de estas especies, más allá de la localización original del primer espécimen,” permite conocer más sobre la ecología de estas especies, de modo de saber más sobre sus interacciones, funciones específicas y estado de conservación”.

Nuevos descubrimientos

Pero O. Kukunche no es la única especie de mosca recientemente encontrada en Chile. Dos de los descubridores de esta mosca chilota, los investigadores Rodrigo Barahona-Segovia y Matías Barceló, también pudieron identificar a dos nuevas especies pertenecientes al género Myopa, de la mano de un proyecto de ciencia ciudadana que ambos lideran.

Miembros de la familia de la conópidas, o moscas de cabeza gruesa, estas moscas también se caracterizan por hospedarse al interior del cuerpo de otros insectos (en este caso, abejas y avispas) hasta alcanzar la madurez. De los 221 miembros de esta familia presentes en Centro y Sudamérica, sólo cuatro de ellos son parte del género Myopa, siendo M. metallica la única hallada en Chile.

Las nuevas especies de Myopa identificadas fueron descubiertas en el marco del programa de ciencia ciudadana “Moscas florícolas de Chile”, creado en 2015 por Barahona-Segovia y Barceló, que incluyó una revisión completa de múltiples colecciones entomológicas existentes en el país.

Para determinar que las nuevas especies efectivamente eran distintas de M. metallica, los investigadores analizaron la literatura relacionada y condujeron un análisis de carácter morfológico en ambas especies, una de las cuales incluso fue hallada durante las 11 expediciones de campo que llevó a cabo el programa en busca de estos dípteros.

Al igual que su prima chilena y otros miembros de este género, M. nebulosa y M. bozinovici poseen alas cubiertas por manchas negras y vellos blancos en sus mejillas, dos aspectos clave que llevaron a ambos científicos a ubicar a ambas especies en este clado.

Distribuida desde la Pampa del Tamarugal, en la región de Tarapacá, hasta las faldas cordilleranas de la región del Maule, M. nebulosa debe su nombre a la coloración difusa de los diferentes segmentos de su cuerpo, reminiscentes a ciertos cuerpos celestres que reflejan la luz de esta forma.

M. bozinovici, algo más pequeña que la anterior, fue nombrada en honor al ecofisiólogo Francisco Bozinovic, y puede encontrarse alrededor del bosque esclerófilo de la zona central de Chile, un ecosistema considerado hoy amenazado por el cambio de uso de suelo —provocado por la urbanización y el monocultivo de paltas— y que limitaría su rango de extensión. Asimismo, M. nebulosa también habita en ecosistemas clasificados como vulnerables o en peligro crítico debido a las perturbaciones humanas causadas por plantas hidroeléctricas, plantaciones agrícolas, e incendios, entre otras.

Cambiando percepciones

“La identificación de estas nuevas especies representan un avance en el conocimiento de la biodiversidad de estas regiones”, explica Barceló, “al tiempo que nos permite entender de mejor manera el rol que cumplen las moscas en estos ecosistemas”.

Para el investigador, hay una carga negativa asociado a estos insectos que es fruto, en parte, de la falta de investigación sobre ellos: “La percepción de las moscas como sinónimo de suciedad y enfermedades impacta en el poco interés que se tiene en ellas tanto en la academia como en la sociedad civil. Pero a medida que vamos sabiendo más sobre ellas, podremos combatir ese sesgo y cambiar la percepción sobre ellas. No por ser menos llamativas, son menos importantes”, concluye.

Las descripciones completas de M. nebulosa y M. bozinovici, junto a una redescripción de M. metallica, pueden leerse en un artículo publicado en mayo en Zootaxa.

Una de las nuevas especies: O. Kukunche
Una de las nuevas especies: O. Kukunche

Científicos identifican nuevas especies de moscas en Chile

Las tres especies propuestas están distribuidas entre las llanuras de la región de Tarapacá por el norte y los bosques siempre verdes de Chiloé por el sur, en zonas amenazadas por la pérdida de flora nativa a causa de la intensificación agrícola, la fragmentación de ecosistemas, y la urbanización.

Pese a ser uno de los órdenes de insectos más diversos y abundantes en el mundo, aún hay mucho sobre la distribución y ecología de las moscas (o dípteros) que no conocemos. Y la falta de información es especialmente notoria en la región neo tropical del planeta.

Pensemos, por ejemplo, en las moscas de la araña (Acroceridae), una subfamilia con más de 530 especies distribuidas en todos los continentes (con excepción de la Antártida) que debe su nombre al “hábito” de estas moscas de parasitar el cuerpo de varias familias de arañas en su fase larvaria. El género más extenso de este grupo, denominado Ogcodes Latreille, cuenta con más de 110 especies, pero sólo 11 de ellas se saben presentes en nuestro continente.

Eso, al menos, hasta el verano de 2019, cuando un grupo de científicos de las universidades de Los Lagos, Concepción, y Pontifica Universidad Católica de Chile, apoyados por un estudio de polinización de larga data en el sur de Chile, logró encontrar e identificar exitosamente a un nuevo miembro de este género.

Díptero chilote

La nueva especie, denominada O. Kukunche en honor al pueblo mapuche natural del Río Maullín, conocidos por su larga resistencia ante la colonización española, fue descubierta en la localidad de Caulín, al norte de la isla de Chiloé, en una región del bosque siempre verde altamente fragmentado por la actividad agrícola y ganadera.

“El bosque siempre verde de Chiloé es floral y estructuralmente similar al bosque siempre verde valdiviano”, explican los autores del estudio en un artículo aparecido en la revista Zootaxa, “y tuvo un período breve de aislamiento desde la última glaciación”, por lo que hay una alta posibilidad, dicen, de que esta nueva especie sea endémica, la única representante de este género encontrada hasta ahora en Chiloé, y la más austral de Sudamérica.

O. Kukunche se distingue de las otras cinco especies de Ogcodes presentes en Chile, la última de ellas descubierta hace más de 60 años, por la forma triangular y las rayas amarillas de su abdomen, patas bicolor, antenas y vellosidad negra en el tórax.

Además de O. Kukunche, los autores del estudio también pudieron describir con mayor precisión la morfología de todas las especies de este género en nuestro país, aun cuando los holotipos de tres de ellas (los ejemplares que sirven de base para la clasificación de otros individuos) hoy se encuentran extraviados. Para ello, se valieron de descripciones originales de los especímenes perdidos, imágenes del holotipo de O. porteri y el estudio exhaustivo de ejemplares de O. kuscheli y O. triangularis.

Asimismo, el estudio también permitió ampliar el rango de distribución de esta última especie 800 km. al sur de Malloco, región Metropolitana, hasta la localidad de Petrohue, región de Los Lagos, al igual que de la mosca Acrocera honorati, presenta entre las regiones de Antofagasta y Coquimbo por el norte, y de Biobío y Valdivia por el sur.

Para el investigador del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad, y uno de los autores del paper, Matías Barceló, contar con áreas de distribución más completas de estas especies, más allá de la localización original del primer espécimen,” permite conocer más sobre la ecología de estas especies, de modo de saber más sobre sus interacciones, funciones específicas y estado de conservación”.

Nuevos descubrimientos

Pero O. Kukunche no es la única especie de mosca recientemente encontrada en Chile. Dos de los descubridores de esta mosca chilota, los investigadores Rodrigo Barahona-Segovia y Matías Barceló, también pudieron identificar a dos nuevas especies pertenecientes al género Myopa, de la mano de un proyecto de ciencia ciudadana que ambos lideran.

Miembros de la familia de la conópidas, o moscas de cabeza gruesa, estas moscas también se caracterizan por hospedarse al interior del cuerpo de otros insectos (en este caso, abejas y avispas) hasta alcanzar la madurez. De los 221 miembros de esta familia presentes en Centro y Sudamérica, sólo cuatro de ellos son parte del género Myopa, siendo M. metallica la única hallada en Chile.

Las nuevas especies de Myopa identificadas fueron descubiertas en el marco del programa de ciencia ciudadana “Moscas florícolas de Chile”, creado en 2015 por Barahona-Segovia y Barceló, que incluyó una revisión completa de múltiples colecciones entomológicas existentes en el país.

Para determinar que las nuevas especies efectivamente eran distintas de M. metallica, los investigadores analizaron la literatura relacionada y condujeron un análisis de carácter morfológico en ambas especies, una de las cuales incluso fue hallada durante las 11 expediciones de campo que llevó a cabo el programa en busca de estos dípteros.

Al igual que su prima chilena y otros miembros de este género, M. nebulosa y M. bozinovici poseen alas cubiertas por manchas negras y vellos blancos en sus mejillas, dos aspectos clave que llevaron a ambos científicos a ubicar a ambas especies en este clado.

Distribuida desde la Pampa del Tamarugal, en la región de Tarapacá, hasta las faldas cordilleranas de la región del Maule, M. nebulosa debe su nombre a la coloración difusa de los diferentes segmentos de su cuerpo, reminiscentes a ciertos cuerpos celestres que reflejan la luz de esta forma.

M. bozinovici, algo más pequeña que la anterior, fue nombrada en honor al ecofisiólogo Francisco Bozinovic, y puede encontrarse alrededor del bosque esclerófilo de la zona central de Chile, un ecosistema considerado hoy amenazado por el cambio de uso de suelo —provocado por la urbanización y el monocultivo de paltas— y que limitaría su rango de extensión. Asimismo, M. nebulosa también habita en ecosistemas clasificados como vulnerables o en peligro crítico debido a las perturbaciones humanas causadas por plantas hidroeléctricas, plantaciones agrícolas, e incendios, entre otras.

Cambiando percepciones

“La identificación de estas nuevas especies representan un avance en el conocimiento de la biodiversidad de estas regiones”, explica Barceló, “al tiempo que nos permite entender de mejor manera el rol que cumplen las moscas en estos ecosistemas”.

Para el investigador, hay una carga negativa asociado a estos insectos que es fruto, en parte, de la falta de investigación sobre ellos: “La percepción de las moscas como sinónimo de suciedad y enfermedades impacta en el poco interés que se tiene en ellas tanto en la academia como en la sociedad civil. Pero a medida que vamos sabiendo más sobre ellas, podremos combatir ese sesgo y cambiar la percepción sobre ellas. No por ser menos llamativas, son menos importantes”, concluye.

Las descripciones completas de M. nebulosa y M. bozinovici, junto a una redescripción de M. metallica, pueden leerse en un artículo publicado en mayo en Zootaxa.

Una de las nuevas especies: O. Kukunche
Una de las nuevas especies: O. Kukunche